La bailarina, directora y docente es una figura indiscutible de la danza
en el país.

Para Brenda Arévalo (Guatemala, 1947) la danza es, nada más y nada menos, que su pan de cada día. Con este arte se encontró a muy temprana edad, y con disciplina y decisión se calzó las zapatillas, primero como intérprete, y luego como directora y docente. Figura indiscutible en la llamada Época de Oro del Ballet Nacional de Guatemala (BNG), también bailó con compañías de México, Canadá, Portugal y Mónaco, entre otros. Por eso, no es de extrañar que su nombre fuera uno de los elegidos para recibir este año el Premio por Trayectoria y Aportes a la Danza, del Ministerio de Cultura y Deportes (MCD).  

Tesoros

En su hogar, Brenda Arévalo atesora zapatillas, fotografías y los múltiples galardones que a lo largo de su carrera ha recibido. Junto a ellos seguramente estará el Premio por Trayectoria y Aportes a la Danza 2020, que el MCD anunció la semana pasada, y cuya ceremonia de entrega está pendiente de realizarse, a causa de la pandemia. “Agradezco el reconocimiento pero, sobre todo, celebro que el balletvuelva a estar presente en la sociedad guatemalteca”, dice. 

Su primer contacto con la danza fueron los discos de Francisco Gabilondo Soler (Cri-Cri). “Yo oía las canciones y las bailaba. Me encerraba en un cuarto y ahí hacía mi espectáculo”, recuerda Arévalo. Le gustaba tanto esta actividad, que su mamá decidió llevarla a estudiar ballet con Marcelle Bonge de Devaux, quien fue su primera maestra. Posteriormente, se integró a la recién fundada Escuela Nacional de Danza, que entonces dirigía el holandés Joop van Allen. 

Una artista decidida

“El mejor momento de mi vida fue estar en la escuela y hacer ballet. Aun hoy el ballet sigue siendo mi alimento diario”, asegura. Otra cosa de la que tuvo conciencia desde muy pequeña, y que acabaría marcando los pasos de su carrera, es que la danza es un arte internacional. A los 14 años recibió una beca para estudiar en el Ballet de Concierto de México, con el que también bailó. 

Aquel viaje fue determinante para Arévalo y, aunque regresó a Guatemala para terminar la carrera, a los 17 años decidió irse a Canadá: “Yo nunca hice una audición. Siempre llegaba a las compañías, me dedicaba a hacer clases, con los aprendices o avanzados, y luego me contrataban. Nunca tuve miedo. Yo necesitaba retos, quería aprender más y tener mayor dificultad de trabajo”. 

Como intérprete pasó por compañías tan importantes como Le Grand Ballet Canadiens de Montreal, Les Ballets de l’Opera de Montecarlo (Mónaco) y Gulbenkian de Lisboa (Portugal). Sin embargo, nunca se desligó del BNG, institución en la que empezó a bailar con solo 12 años y de la que fue figura en la llamada Época de Oro. “Había mucho ir y venir de bailarines, con nosotros saliendo y otros viniendo. Nos sentíamos dentro de la escena internacional”, rememora Arévalo.  

La adrenalina se apoderaba de Arévalo antes de salir a escena, pero pronto se transformaba en el personaje que debía interpretar y entraba en lo que llama “un éxtasis”. Giselle, El Corsario y El Lago de los Cisnes son algunos de los clásicos en los que fue protagonista, aunque ella tiene un favorito: “La preparación para La Bella Durmiente estuvo llena de mística y me atrapó. Siempre falla algo, porque es un trabajo humano, pero esa vez salió perfecto”. 

En el BNG, Arévalo también fue directora artística (1983 y 1984) y directora general (1985 a 1987). No estaba en sus planes, confiesa, pero al dejar de bailar se encontró con la docencia: “Dar clases también es recibir y explorar, el continuo aprendizaje me conquistó. Yo aún hoy sigo estudiando. Enseñar es una profesión muy linda”. Por eso no duda en decir que, para dedicarse a la danza, lo más importante es tener una buena base y buenos maestros.

Priscilla León López