COLUMNAS
Los odiadores mínimos que amaban a los gatos
Paco Sánchez
Periodista y profesor titular de la Universidad de da Coruña
Dice un amigo que es fobófobo. Yo también. No es que odie tanto odio, es que me aburre y me alarma a partes iguales. Me refiero, por supuesto, a las fobias culturales. Contra las otras fobias no tengo nada: suelen venir de serie, con el bicho, y poco se puede hacer.
Pienso, por ejemplo, en el tormento de la agorafobia, que puede encoger la existencia casi tanto como su contraria, la claustrofobia, o como el pánico a volar que confina a los límites viajeros del coche o del tren. Recuerdo un paseo por Roma con un profesorazo importante que se cambiaba de acera si veía venir un perro.
No se paraba a considerar el tamaño del animal o la peligrosidad de su raza y, ya desde el otro lado de la calzada, seguía al can hasta que lo perdía de vista, siempre con dignidad y sin volver la cabeza, pero hasta donde alcanzaba con el rabillo del ojo. Comprendo que uno no es dueño de sus fobias y ya está. Pero fomentarlas o inventarlas… Las fobias estrechan la mente o el corazón. A menudo achican ambos, imponen barricadas y fronteras que llegan a asfixiar.
Las fobias estrechan la mente o el corazón.
El odio a las mujeres que padecen algunos, o su contrario, descartan con una sola tachadura a media humanidad. En sentido estricto. Supongo que a veces esa fobia tendrá origen morboso en cualquier sentido de la palabra, o en una mala experiencia vital. Una periodista me confesó que tenía muchos haters (odiadores en inglés). Lo decía con pena y orgullo a la vez, porque a quien tiene haters jamás le faltan lectores.
El odiador constituye, me parece, una figura prototípica del lado malo de la cultura de estos días. Desconozco posibles antecedentes históricos. Quizá no los haya, porque hablamos de un animal que se mueve en las redes sociales y huye del diálogo y del razonamiento. Vive para atacar mediante el insulto y el acoso.
El odiador profesional machaca a los demás por envidia o porque votan al contrario o porque ven mal lo que él ve bien o porque razonan y él no razona: se limita a asignar etiquetas terminadas en -fobo, amparado casi siempre en el anonimato o en la presencia meramente virtual. Repetía mucho San Juan Pablo II aquello de que la verdad se propone, no se impone.
La cultura hater consiste en lo opuesto. Puedes decir lo que quieras, claro, pero atente a las consecuencias (esto me lo trasladó alguien así, literalmente): los odiadores buscarán que pierdas el trabajo, que tus libros no se lean, que tus amigos y conocidos empiecen a mirarte con sospecha o con miedo a que los asimilen a ti y teman convertirse también ellos en piezas de caza. El de hater es un oficio muy fácil, lástima que no sirva más que para generar odio y enfrentar.
COLUMNAS
La elección es sencilla: justicia o impunidad
Los diputados del Congreso de la República enfrentan una disyuntiva histórica: fortalecer el sistema democrático y velar porque se imparta justicia, o perpetuar la impunidad y corrupción que han impedido el desarrollo del país y alcanzar mayores niveles de prosperidad.
El dilema, fácil de resolver, le llega a los parlamentarios con la propuesta de reforma al
Artículo 14 de la Ley Orgánica del Ministerio Público (MP), que promueve el presidente
Bernardo Arévalo. En esencia, hay que decirlo claramente, la referida modificación permitirá retomar las causas que legalicen el retiro de Consuelo Porras, quien se ha atrincherado en el cargo con un objetivo muy claro: asegurar la inmunidad propia y la de quienes integran el llamado pacto de corruptos.
Pero más allá de cumplir con la demanda social de concluir con “el oscuro ciclo” de Porras, el anteproyecto restituye la independencia del MP y lo obliga a rendir cuentas sobre sus actos, una responsabilidad que tienen todas las entidades estatales, la cual es común en las naciones democráticas del mundo.
Conviene aclarar que la Fiscal General y sus aliados en el Ministerio no se enfrentan a revanchismos políticos o venganzas personales, como sugieren las teorías conspirativas que provienen de algunos individuos y sectores. Estos funcionarios, muchos de ellos vetados en 43 países por su presunta complicidad en el saqueo del erario, confrontan a una ciudadanía que está consciente de que mientras la Fiscal General continúe en el puesto, la transparencia y la probidad en el aparato público continuarán siendo utopías.
Insistimos. En breve, esta legislatura, que ha enviado mensajes esperanzadores y optimistas, deberá elegir entre construir una Guatemala en donde ministros, diputados, magistrados y fiscales sean los buenos que rechazan a los malos y no al revés, donde los patos no solo le disparan a las escopetas, sino que se roban el armamento para perpetrar nuevos asaltos.
COLUMNAS
Conciencia en la presencia
Luis Estuardo Villegas González
Guatemala es un país que no se exenta de diferentes problemáticas que afectan la vida de los ciudadanos. La discriminación, el racismo, el acoso, la violencia, la imprudencia y la intolerancia son algunos de tantos factores que aquejan el día a día de muchos. Sin embargo, en un mundo donde los problemas sociales de este tipo son abundantes y complejos de vivir, siempre existe una manera de sobresalir ante la adversidad.
La conciencia social es un concepto abstracto, que parte desde la subjetividad de la misma mente del ser humano, y que se materializa en las acciones que concretizan la interacción en sociedad. El uso de la conciencia apegado a un sentido social permite calibrar la brújula moral que conduce hacia el desarrollo de las decisiones colectivas.
Construir el tejido individual de la conciencia social es un proceso que no será dogmático de construcción del conocimiento, sino un estado activo y dinámico de aprendizaje, principalmente porque llevarlo a cabo implica ser empáticos, tolerantes y asertivos con las personas que convivimos; comprender que en nuestro entorno existen diferentes tipos de personas, con creencias, costumbres, tradiciones y formas de vida que puedan ser diferentes a las que normalmente se conoce, pero que no imposibilitan el compartir como partes de una misma sociedad.
La empatía es uno de los valores fundamentales que cimentan la conciencia social. En la actualidad, la juventud es uno de los grupos sociales con mayor disposición a brindar esa empatía, tal cual necesaria para atender y entender las necesidades y los problemas de quienes se encuentran en una posición menos privilegiada.
De manera individual se pueden alcanzar grandes cambios que impacten en la vida de las personas con las que socializamos. Desde la puesta en práctica de normas de cortesía, valores como la tolerancia y el respeto, hasta el cuidado de los medios y recursos que utilizamos de la madre naturaleza.
Las juventudes han forjado a través de su actividad y dinamismo diferentes espacios para no solo llevar a cabo el desarrollo de la conciencia social de las personas, sino también para acercarse desde la colectividad a los grupos sociales que necesitan de ese acompañamiento.
COLUMNAS
La sociedad de la impaciencia (II)
Gerardo Castillo Ceballos
Facultad de educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Para el impaciente el tiempo avanza muy lentamente, lo que le lleva a sentirse ansioso. En cambio, para el paciente los momentos de espera son más llevaderos y le ayudan a disfrutar de la vida en el presente. La paciencia nos permite reflexionar sobre nuestras acciones, pensamientos y emociones; ello posibilita tomarnos el tiempo necesario para pensar en las consecuencias de nuestras acciones y elegir respuestas más adecuadas. Mientras que la persona impaciente toma soluciones rápidas y convencionales, la paciente puede explorar ideas nuevas y llegar a soluciones más creativas.
Necesitamos tener paciencia con todas las personas que nos relacionamos, pero, sobre todo, con uno mismo. Es un factor muy importante de las relaciones interpersonales: entre padres, entre padres e hijos, entre jóvenes y mayores, entre maestros y alumnos… Las personas pacientes están dispuestas a seguir trabajando incluso si los resultados no son inmediatos. La paciencia está presente en la mayoría de los éxitos de los inventores e investigadores, ya que les permitió alcanzar el triunfo a base de repetir una y otra vez los ensayos, corrigiendo y volviendo a empezar tantas veces como fue preciso hasta conseguir el objetivo. Los deportistas también basan sus éxitos en la paciencia, insistencia y dureza de sus entrenamientos.
La paciencia no es pasividad ante el sufrimiento o un simple aguantarse; es tener la fortaleza para aceptar con serenidad el dolor y las pruebas que la vida pone en nuestro camino. Las personas pacientes, al reflexionar antes de actuar, ven con más claridad el origen de los problemas y la mejor manera de solucionarlos.
George de Savile dijo que un hombre que es un maestro en la paciencia es un maestro en todo lo demás, y esto es especialmente cierto si nos paramos a pensar en las características de los genios. No es tanto el talento como el tiempo, el trabajo bien hecho y la perseverancia, lo que conduce a un descubrimiento científico o a una obra de arte.
“No fueron mil intentos fallidos, fue un invento de mil pasos”. Estas fueron las palabras de Edison cuando dio a conocer al mundo el proceso por el cual había conseguido crear la bombilla incandescente de
alta resistencia.
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