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COLUMNAS

El fallo absolutorio, correcto, contiene, lamentablemente, una declaración fuera de ley

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Me temí que nuestra Justicia, haciendo el ridículo, la misma que le había absuelto, pudiera condenarle, ahora la razón de aquella absolución y de la actual condena habría sido muy fácil de explicar, pero no por razones jurídicas, sino políticas, la conveniencia de absolverle entonces y de condenarle ahora. En el proceso anterior no era José Mauricio Rodríguez Sánchez la pieza a cazar, sino Efraín Ríos Montt, y en aquel proceso sirvió su absolución para publicitar la “supuesta” imparcialidad del fallo: Efraín Rios Montt, condenado pero, por el contrario, el otro oficial, absuelto. Aquella absolución fue toral para dar mayor credibilidad a la condena en contra de Ríos Montt (condena que fue anulada y que carece de validez alguna). En la sentencia anulada se daba la condena de Ríos Montt pero, con la absolución del otro, se le daba –reitero– la muy conveniente apariencia de imparcialidad. Todo, bien medido.

Me temí la condena de José Mauricio Rodríguez Sánchez porque, entre nosotros, sobre el silogismo jurídico, se van imponiendo en muchos fallos las “circunstancias históricas y sociológicas” del momento en que dictan, lo que quiere decir, en palabras más sencillas, lo que, en ese momento, sea oportuno y conveniente. Oportuna y conveniente aquella absolución, puesto que hacía creíble la condena en contra de José Efraín Ríos Montt pero, como ahora ya no resultaba posible condenarle, me temí la condena del entonces absuelto, la nueva pieza a cazar. Sin embargo, la sentencia absolutoria a favor de José Mauricio Rodríguez Sánchez volvió a producirse y quedaron desvanecidos mis temores.

Buen fundamento tenía para aquellos temores, sin embargo, ya que, a pesar de que no se llegó al desaguisado temido, una de las juzgadoras razonó su voto: juzgadora que le habría condenado, contradiciendo así lo resuelto en la anulada sentencia anterior, la nueva pieza cazada. Satisfactorio, pues, que no se haya hecho el ridículo de condenarle, condena que hubiera evidenciado, aún más, la farsa de aquel juicio que tuvo que anularse pero –la votación dividida– delata la intención que había y que quedó plasmada en el criterio de una de las juzgadoras. No es el fin de los procesos que se declare en estos que los hechos tipifican un delito, sino establecer la participación del procesado en los mismos, incluso, dependiendo de quién los haya perpetrado y cuál haya sido su intención para hacerlo, pueden dar lugar a la tipificación de delitos muy distintos. Lo dicho anteriormente es muy fácil de comprender en el caso de que, por ejemplo, se impute al único acusado –hijo de la persona muerta– el haberla matado (esto tipificaría parricidio), que se absuelva en la sentencia, pero que a pesar de ser el único acusado y absolverle, se declare en esta que sí hubo parricidio. ¿Cometido por quién, entonces? ¿Cómo saber, si parricidio? ¿Cómo podría ser posible que se absuelva del delito de parricidio al hijo –único acusado– pero que, a la vez, se declare que sí hubo parricidio? ¿Cómo puede afirmarse en una sentencia que hubo genocidio –se trataría exactamente de lo mismo que en el caso del ejemplo–, cuando se absuelve en la sentencia al único acusado? La intención de quién fue la intención evaluada, para que se pudieran tipificar los hechos? ¿Quién, sin haber sido citado, oído y vencido en juicio, sin decirlo, así, expresamente, habría sido condenado? Para que exista genocidio tiene que existir –en los hechos perpetrados– la intención de exterminar –total o parcialmente– a un grupo étnico, nacional o religioso. Sin esa intención, pueden ser gravísimos los hechos perpetrados, pero si no se da en las acciones u omisiones la intención citada, no constituyen genocidio. ¿La intención –acto humano–, la intención de quién –fue probada en juicio–, cuando fue absuelto el único acusado? Decía que no puede dictarse una sentencia como la dictada –dictar sentencia absolviendo al hijo, único acusado–, pero declarando que sí hubo parricidio; absolviendo al único acusado pero declarando que sí hubo genocidio. ¿De quién, entonces, la intención probada? ¿La intención de quién, la condenada, sin citación, audiencia y vencimiento en juicio? ¿El Ejército de Guatemala, el condenado? Condenado sin habérsele citado, oído y vencido en juicio?

Decía que no se puede, pero me corrijo: aclaro que se puede, en manos de los jueces hacerlo pero, la vez, imposible que se sostenga un fallo así de inconsistente, cuando en apelación, casación o amparo sea conocido por jueces diferentes, intocables los hechos probados, pero no la errónea tipificación de los mismos: Gravísimos –terribles– los hechos, pero no genocidio. Sigo creyendo que en los 36 años de conflicto que vivimos, nadie fue muerto por pertenecer a una etnia, nacionalidad o religión, sino por la calificación de insurgentes o contrainsurgentes –caprichosa– hecha por las partes, y que todas las acciones y omisiones de uno y otro bando afectaron a población civil, ancianos mujeres y niños –incalificable infamia–, pero no tuvieron otra intención que vencer en la contienda , inexistente la intención de exterminar, total o parcialmente, a un grupo étnico, nacional o religioso. Nadie fue muerto en el conflicto por el solo hecho de ser de una etnia, de una nacionalidad o de un grupo religioso. La sentencia dictada no se trata de una sentencia firme pero, en todo caso, se trata de una sentencia peligrosa que, conscientemente o inconscientemente, sirve a los intereses de cierta agenda que precisa de que exista la calificación de “genocidio”, para ser alimentada. Si no hay genocidio, la atención mediática se hace inexistente. Los otros delitos –por graves que sean– no tienen la repercusión mediática que tiene este delito, imprescindible que exista para satisfacer los intereses mediáticos y económicos de esa agenda, que nada tiene que ver con la tragedia. En repetidas ocasiones me he pronunciado sobre la ingratitud de hacer recaer sobre jueces lo que son decisiones políticas y decisión política es cortar de tajo los revanchismos y oscuros intereses, eliminando la exclusión hecha por la amnistía que fuera decretada en la Ley de Reconciliación Nacional. Debe tenerse claro, además, que el hecho de que un delito sea imprescriptible (se puede perseguir siempre, pase el tiempo que pase), no quiere decir que no sea susceptible de amnistía. De conformidad con nuestra Constitución lo son todos los delitos, sin excepción alguna, siempre y cuando se trate de delitos políticos o de delitos comunes conexos con los políticos, el fin, en todo este tipo de delitos, alcanzar o retener el poder. Es importante conocer el pasado y, precisamente, para no repetirlo, sí, pero no para ahogarnos en él, persistir en él y negarnos el futuro. ¿Se quiere condenar al Ejército de Guatemala? ¿Se quiere condenar al Estado de Guatemala? ¿Se quiere condenar a sus integrantes? Pues bien, aunque tal la intención implícita en esta sentencia y tal la lectura a que invita “lo declarado” –lo erróneamente declarado– pues cíteseles, óigaseles y vénzaseles en juicio. Otra sentencia, pues, la dictada, para que –sostenida la absolución– sea irremediablemente anulada o corregida. ¿Condena en contra del Ejército de Guatemala sin citación, audiencia y vencimiento? Otra sentencia, entonces, fuera de ley.

Acisclo Valladares Molina
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COLUMNAS

La elección es sencilla: justicia o impunidad

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Los diputados del Congreso de la República enfrentan una disyuntiva histórica: fortalecer el sistema democrático y velar porque se imparta justicia, o perpetuar la impunidad y corrupción que han impedido el desarrollo del país y alcanzar mayores niveles de prosperidad.

El dilema, fácil de resolver, le llega a los parlamentarios con la propuesta de reforma al
Artículo 14 de la Ley Orgánica del Ministerio Público (MP), que promueve el presidente
Bernardo Arévalo. En esencia, hay que decirlo claramente, la referida modificación permitirá retomar las causas que legalicen el retiro de Consuelo Porras, quien se ha atrincherado en el cargo con un objetivo muy claro: asegurar la inmunidad propia y la de quienes integran el llamado pacto de corruptos.

Pero más allá de cumplir con la demanda social de concluir con “el oscuro ciclo” de Porras, el anteproyecto restituye la independencia del MP y lo obliga a rendir cuentas sobre sus actos, una responsabilidad que tienen todas las entidades estatales, la cual es común en las naciones democráticas del mundo.

Conviene aclarar que la Fiscal General y sus aliados en el Ministerio no se enfrentan a revanchismos políticos o venganzas personales, como sugieren las teorías conspirativas que provienen de algunos individuos y sectores. Estos funcionarios, muchos de ellos vetados en 43 países por su presunta complicidad en el saqueo del erario, confrontan a una ciudadanía que está consciente de que mientras la Fiscal General continúe en el puesto, la transparencia y la probidad en el aparato público continuarán siendo utopías.

Insistimos. En breve, esta legislatura, que ha enviado mensajes esperanzadores y optimistas, deberá elegir entre construir una Guatemala en donde ministros, diputados, magistrados y fiscales sean los buenos que rechazan a los malos y no al revés, donde los patos no solo le disparan a las escopetas, sino que se roban el armamento para perpetrar nuevos asaltos.

Editor DCA
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COLUMNAS

La sociedad de la impaciencia (II)

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Gerardo Castillo Ceballos 

Facultad de educación y Psicología de la Universidad de Navarra

Para el impaciente el tiempo avanza muy lentamente, lo que le lleva a sentirse ansioso. En cambio, para el paciente los momentos de espera son más llevaderos y le ayudan a disfrutar de la vida en el presente. La paciencia nos permite reflexionar sobre nuestras acciones, pensamientos y emociones; ello posibilita tomarnos el tiempo necesario para pensar en las consecuencias de nuestras acciones y elegir respuestas más adecuadas. Mientras que la persona impaciente toma soluciones rápidas y convencionales, la paciente puede explorar ideas nuevas y llegar a soluciones más creativas.

Necesitamos tener paciencia con todas las personas que nos relacionamos, pero, sobre todo, con uno mismo. Es un factor muy importante de las relaciones interpersonales: entre padres, entre padres e hijos, entre jóvenes y mayores, entre maestros y alumnos… Las personas pacientes están dispuestas a seguir trabajando incluso si los resultados no son inmediatos. La paciencia está presente en la mayoría de los éxitos de los inventores e investigadores, ya que les permitió alcanzar el triunfo a base de repetir una y otra vez los ensayos, corrigiendo y volviendo a empezar tantas veces como fue preciso hasta conseguir el objetivo. Los deportistas también basan sus éxitos en la paciencia, insistencia y dureza de sus entrenamientos. 

La paciencia no es pasividad ante el sufrimiento o un simple aguantarse; es tener la fortaleza para aceptar con serenidad el dolor y las pruebas que la vida pone en nuestro camino. Las personas pacientes, al reflexionar antes de actuar, ven con más claridad el origen de los problemas y la mejor manera de solucionarlos. 

George de Savile dijo que un hombre que es un maestro en la paciencia es un maestro en todo lo demás, y esto es especialmente cierto si nos paramos a pensar en las características de los genios. No es tanto el talento como el tiempo, el trabajo bien hecho y la perseverancia, lo que conduce a un descubrimiento científico o a una obra de arte. 

“No fueron mil intentos fallidos, fue un invento de mil pasos”. Estas fueron las palabras de Edison cuando dio a conocer al mundo el proceso por el cual había conseguido crear la bombilla incandescente de
alta resistencia.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

El día más aburrido de la historia

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Gonzalo Andrés Serrano

Facultad de Artes Liberales

Hace algunos años, a un grupo de científicos que tiene la suerte de recibir sueldo por cualquier cosa, se le ocurrió investigar, a través de un algoritmo, cuál era el día más aburrido del siglo XX. Después de hacer andar la máquina, llegaron a la conclusión de que fue el 11 de abril de 1954. De acuerdo con este trabajo, ese 11 de abril, ocurrido hace 70 años, solo tuvo tres acontecimientos importantes, aunque lejos de ser memorables: las elecciones generales en Bélgica, el nacimiento de un profesor de ingeniería turco y el fallecimiento del futbolista inglés Jack Shufflebotham.

Me dio tiempo de investigar un poco esta noticia y tratar de refutar una hipótesis que resulta poco histórica, además de que pasa por alto las particularidades y relevancia que pueden tener acontecimientos que nos parecen insignificantes, pero que logran tener consecuencias insospechadas, tal como indica aquella teoría del efecto mariposa. Bajo esta premisa, me aboqué a revisar aquellos hechos que sucedieron en Chile el domingo 11 de abril de 1954, con el fin de refutar la frivolidad del algoritmo. Parto señalando que ese día se celebró “Domingo de Ramos”, hecho que rememora la entrada triunfal de Jesucristo a Jerusalén. Una fiesta para el mundo cristiano, aunque no muy distinto a lo que debió haber ocurrido en 1953 o en 1955. La crónica roja destacó un macabro hallazgo en las bodegas del bar “Tropezón de Santiago”, donde se había encontrado el cadáver de un obrero tendido en un charco de sangre. No hubo dudas de que no fue un “tropezón”, sino, por el contrario, un cruel asesinato. Para el occiso, Jorge Pérez Caro de 29 años, el 11 de abril fue un día importante, de hecho el último de su corta vida, asimismo para su familia, si es que tenía, ya que en el parte figuraba como soltero y sin domicilio conocido. Ese 11 de abril marcó el fin de la vida y destacada trayectoria del médico Jorge Castro Olivera, dos veces ministro de salud, decano de la Facultad de Medicina y vicerector y rector de la Universidad de Chile, aunque pocas veces recordado. Ese domingo, también en el área de la salud, el eminente médico francés Henri Gastaut, experto en epilepsia, visitó el puerto de Valparaíso y el hospital Deformes. Después del acogedor recibimiento que tuvo en el tradicional hospital porteño junto a su señora, fue festejado con un almuerzo en el Hotel Miramar. En el ámbito deportivo, en esa jornada dominical solo hubo partidos amistosos (punto a favor de los investigadores). Ganaron Audax e Iberia y, como si fuese una jugarreta del destino, hubo empate en los otros cuatro partidos. Santiago Wanderers igualó a dos goles contra Unión Española en Playa Ancha y su clásico rival hizo lo mismo en el estadio El Tranque contra Santiago Morning. Continuando en la búsqueda de datos que puedan resultar interesantes, revisé que la Agrupación Provincial de Santiago del Partido Democrático eligió a su nueva directiva, siendo Santiago Guzmán su nuevo presidente. La crónica del día siguiente, además, informó que también el 11, se ejecutó el mismo procedimiento en el Club Rotary de Cartagena. A las flamantes directivas elegidas en esa ocasión, se sumó el Círculo de Ferroviarios Jubilados que ratificó en la presidencia a Tomás Rebolledo. En fin, no quiero abusar de su paciencia. Me parece que ha sido un esfuerzo tan forzado como frustrante. Suficiente para dar mi brazo a torcer y coincidir con los científicos y su algoritmo de que el 11 de abril de 1954 solo merece ser recordado por ser el más aburrido en la historia del siglo XX. Concluyo con la esperanza de que esta columna no participe en un concurso similar.

Colaborador DCA
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