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COLUMNAS

¿Del diente al labio?

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¿Nos encontramos dispuestos a que la población indígena tenga la posibilidad de acceder  a los espacios que le corresponden? La pregunta nos viene bien a todos, sin excepción alguna, pero, sobre todo, y muy especialmente, a las propias autoridades indígenas y a aquellos que, del diente al labio, dicen preocuparse por la participación indígena en los asuntos del Estado pero que no hacen nada por por lograrla e –incluso– la entorpecen. La población indígena, –habrá excepciones–, ha sido ajena a los grandes acontecimientos nacionales (a los grandes acontecimientos de Guatemala como Estado) partiendo desde la propia independencia y sin que hayan escapado a esto nuestra anexión –inmediata posterior– al Imperio Mexicano y nuestra separación del mismo, cuando concluido.

Ajena, también, al establecimiento de las Provincias Unidas del Centro de América, (Guatemala, uno de sus cinco Estados), a la constitución de Guatemala como Estado independiente, ya por sí sola sin que lo afirmado implique olvido alguno del apoyo dado por la población indígena, en reivindicación de sus derechos, a las luchas que fueron libradas por Rafael Carrera (el Presidente fundador); como ajena –también– a la revolución de 1871, revolución liberal que afectó gravemente el uso de su tierra y el concepto mismo de la propiedad comunal de las comunidades indígenas; al Movimiento Unionista de 1920, a la Revolución del 20 de octubre de 1944, a la Liberación de 1954, a la Constitución de 1985 (el texto constitucional que nos rige y que ha sido determinante para el desarrollo de la autoridad municipal entre nosotros autonomía municipal sin recursos, no era autonomía) y a la propia Firma de la Paz ausencia en esta firma que hizo más que evidente su absoluta falta de participación en la cabeza del conflicto y el carácter no étnico del mismo.

¿Dónde las etnias en la firma de la paz? ¿En la firma de la paz de un conflicto –supuestamente étnico– carácter que no tuvo y que ha querido dársele? ¿Dónde su dirigencia en el conflicto y en la firma? Me permito hacer una especial mención del Movimiento Unionista de 1920 y de la Revolución del 20 de octubre de 1944 ya que, en una u otra forma, estas han sido la gestas en que –supuestamente– hemos estado más unidos y digo –supuestamente– porque la población indígena, los guatemaltecos que constituyen población indígena, estuvieron tan ajenos a estas gestas como a todas. Fueron indígenas, indígenas de oriente, de gran importancia –ya lo habíamos señalado– para la constitución del Estado, al frente de estos y haciendo eco de sus reivindicaciones Rafaél Carrera y Turcios –fundador que fue del Estado en 1847– en defensa aquellos de sus legítimos intereses pero –al final de cuentas– sin haber llegado a otra cosa que hacer posible esa dfensa y el triunfo del caudillo, sin ninguna otra incidencia.

Así como un solo artículo de la Constitución de 1985 fue capaz de determinar el desarrollo municipal que se ha dado entre nosotros –la autonomía anteriormente no pasaba del lirismo– la reforma de un solo artículo de esa Constitución, el 157, hará posible la participación de la población indígena en los grandes temas del Estado, ganadores candidatos indígenas en muchos de los distritos electorales pequeños que a raíz de esta reforma serán establecidos, eligiendo cada distrito  un solo diputado y ganando la única diputación del distrito –sin fórmulas raras– el candidato que obtenga en este el mayor número de votos.

Con la reforma del 157 desaparece el listado nacional de diputados ¿Cuántos indígenas en ese listado y en los listados distritales, salvo en sus colas? Con la reforma del 157 podrá inscribirse como candidato todo aquel que quiera serlo, sin necesidad de que le postule un partido y la población indígena ya no tendrá que  hacer cola ante sus puertas, puertas que, por otra parte, nunca se abren. ¿Se quiere la participación de la población indígena en las grandes decisiones nacionales? ¿En la formulación del presupuesto y de las leyes? ¿Se la quiere en el Congreso? ¿Se quiere una patria que llegue a ser de todos –Severo Martínez Peláez– o se trata, tan sólo, de una aspiración que no llega a pasar del diente al labio? Seamos claros: Quienes se hacen de la vista gorda del 157 y del sistema de exclusión que determina aquellos que le prestan oídos sordos a la necesidad de su reforma: NO LA QUIEREN. Por lo demás, sigamos en las “luchas” diletantes –“transfuguismos” y otras necedades– sigamos en la sempiterna discusión del sexo de los ángeles. Sigamos en todo ello, si eso es lo que queremos –en lo que no cambia nada– pero tengamos plena conciencia  de que es en eso en lo que estamos.

Acisclo Valladares Molina
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COLUMNAS

Aprovechemos el sueño

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Leonel Guerra Saravia
[email protected]

La medicina del sueño es una especialidad médica que se dedica al diagnóstico y tratamiento de los trastornos del sueño. Desde mediados del siglo XX, las investigaciones han generado conocimientos, respuestas y cuestionamientos cada vez más amplios acerca del funcionamiento del ciclo sueño vigilia. Esta disciplina, que está creciendo rápidamente, se ha convertido en una subespecialidad médica reconocida en algunos países.

La medicina del sueño odontológica también ha sido reconocida y certificada por los comités médicos de algunos países. Debidamente organizados, en los Estados Unidos se están organizando programas académicos de posgrado de una duración mínima de 12 meses.

En algunos países, los investigadores del sueño pueden ser los mismos doctores que ofrecen tratamiento a personas que tienen dificultades para dormir.

Las habilidades en medicina del sueño requieren comprender una diversidad de trastornos.

Las primeras clínicas de sueño de los Estados Unidos se fundaron en los 70 con la colaboración de médicos, otros técnicos y profesionales de la salud; el estudio, diagnóstico y tratamiento de la apnea obstructiva de sueño fueron sus primeros objetivos. Para 1999, prácticamente cualquier médico estadounidense sin un tratamiento específico en medicina del sueño podía abrir ya su laboratorio del sueño.

Las habilidades en medicina del sueño requieren comprender una gran diversidad de trastornos, muchos de los cuales presentan síntomas muy similares como, por ejemplo, la somnolencia diurna excesiva, que, en ausencia de privación de sueño voluntaria, “casi inevitablemente es provocada por un trastorno de sueño que es posible identificar y tratar” como, por ejemplo, la apnea de sueño, la narcolepsia, el hipersomnio idiopático del sistema nervioso central, el síndrome de Kleine Levin, el hipersomnio relacionado con la menstruación, el estupor recurrente idiopático o los trastornos del ritmo circadiano. Otro de los trastornos más comunes es el insomnio, que consta de una serie de síntomas y tiene muy diversas causas físicas o mentales.

Todos los casos se abordan de distinta manera y no pueden tratarse sin antes llevar a cabo el debido diagnóstico. La Onirología constituye el estudio científico de los sueños.

El primer uso registrado de la palabra es de 1653. El sueño es un estado fisiológico imprescindible para la calidad de vida en particular para el ser humano, igualmente para los procesos cognitivos como el aprendizaje; uno de los aspectos relevantes de esta consideración es la consolidación de la memoria de largo plazo.

El estudio del sueño se utiliza para diagnosticar los problemas para dormir. Algunos de los trastornos del sueño más comunes son los siguientes: apnea del sueño: hace que la respiración se detenga brevemente al dormir.

¿Qué características tiene un onironauta? Existe un estado de conciencia en el que se es plenamente consciente de uno mismo y del entorno, pero que se desarrolla mientras se está soñando. A quien alcanza este estado, se le conoce como onironauta. Aprovechemos el sueño y las neuronas y las neuronas no lo van a agradecer.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Un paso es suficiente

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Daniel Capó

@danicapoblog

Un pequeño gesto nos conduce a lugares insospechados. En ocasiones, puede ser una lágrima, le hemos leído páginas extraordinarias al respecto a la filósofa francesa Catherine Chalier; en otras, una mano que consuela o una palabra que nos guía.

Sin embargo, en el fondo surge siempre la necesidad del movimiento, de dar un paso primero uno, después otro, hasta trazar un camino. Esta experiencia la tuvo, al poco de cumplir la treintena, el cardenal John Henry Newman cuando regresaba, gravemente enfermo, de un viaje a Italia.

Tras unos días de fiebre en el barco, el clérigo inglés se asomó a la noche y compuso un hermoso poema Lead, Kindly Light, que se canta aún hoy como himno en las iglesias anglicana y católica. En su sencillez, aparecen unos versos que nos hablan de esperanza. Una estrella lejana reminiscencia de la estrella de Belén preside la escena.

Sabemos que dar un paso al frente consiste en cuidar y en dejar que nos cuiden.

Newman se encuentra lejos de casa y tiene miedo. Ha sentido en su carne las dentelladas de la muerte; quizás no solo el dolor físico, sino el abismo del sinsentido, la angustia de la soledad y quién sabe si el espanto ante esa tentación última que nos repite incesantemente al oído: “Nada de lo que haces, ni nada de lo que eres tiene valor alguno.

Todo es pasto para los gusanos”. Frente a esta oscuridad, Newman eligió un camino distinto pidiendo la gracia más humilde, sabiendo que en ella reside la verdadera grandeza. Los versos más conocidos del poema son estos: “No pido ver el horizonte distante un paso es suficiente para mí”. A este deseo, San Francisco de Asís lo hubiera denominado minoritas.

La poeta de Moscú Marina Tsvietáieva prefería hablar del “don de reconocer el sufrimiento de las cosas”: un don que nos lleva a fijar nuestra mirada en el amor y, por tanto, en el sentido; puesto que el amor llama a la esperanza.

Pensaba en Newman mientras leía a Navid Kermani, un escritor iraní que me acompaña desde hace tiempo. Le debemos uno de los libros más sugerentes que conozco sobre el arte cristiano: Incrédulo asombro. En otro de sus títulos, Everyone, Wherever You Are, Come One Step Closer, intenta responder a las dudas de fe musulmana en este caso que le plantea su hija pequeña.

Allí descubrí una historia que utiliza un lenguaje similar al empleado en su oración por aquel joven sacerdote anglicano de Oxford. Resumida, esa historia dice así: una vez el sheij Abu Sa’id, que fue uno de los místicos más famosos del siglo XI, llegó a Tus, una ciudad situada al noreste de Irán, y allí se encontró con una muchedumbre de fieles que había acudido a la mezquita para escuchar su prédica. Eran tantos que no cabían.

La persona encargada de acomodarlos tuvo entonces que ordenarles con voz imperiosa que todos dieran un paso adelante y se apretujaran aún más. No quería que nadie se perdiera aquel sermón tan importante.

El sheij, al escucharle, sonrió y decidió tomar la palabra para contar lo siguiente: “El acomodador ya ha dicho todo lo que yo quería decir y todo lo que los profetas han dicho: todos, por favor, dondequiera que estéis, acercaos un paso”.

Y, a continuación, el sheij abandonó la mezquita y se fue de Tus. “Un paso es suficiente para mí”, rezaba Newman en sus noches de angustia. “Acercaos un paso”, requería el místico sufí antes de dejar la ciudad. Sus fieles no necesitaban más: solo avanzar despacio y perseguir un anhelo que late en el corazón de los hombres cuando contemplan el espacio y sondean con la mirada el misterio del tiempo.

Tampoco nosotros necesitamos mucho más. Sabemos que dar un paso al frente consiste en cuidar y en dejar que nos cuiden. Sabemos que somos falibles, pero que ninguna de nuestras faltas por muy graves que parezcan nos definirá para siempre. Somos pobres y débiles, es cierto, pero ¡qué belleza se oculta en esta fragilidad de niños! ¡Y cuánta verdad hay! Es la imagen de una madre acunando a su hijo. Es la imagen de una familia que peregrina bajo las estrellas buscando un hogar.

Es la certeza que nos concede el amor. Lo único que nos pide a cambio es acercarnos un paso más de un corazón a otro, para así descubrir cuál es la sustancia y el sabor de la humanidad.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Los agujeros negros

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Jorge Cuadra
Facultad de Artes Liberales

Los agujeros negros son objetos astronómicos que tienen una gravedad enorme. Tan grande, que ni siquiera la luz puede escapar de ellos. La idea de que algo así pudiera existir surgió en el siglo XVIII, y fue refinada a comienzos del XX gracias a la Relatividad General de Einstein; sin embargo, no se consideraba algo realista, sino solo una curiosidad teórica que salía de manipular ecuaciones. Recién en los años ’60 y ‘70, al descubrirse cuásares y estrellas binarias de rayos X, la comunidad científica empezó a convencerse de que sí eran objetos reales, ya que no había otra forma de explicar las observaciones.

¿Cómo es posible ver un agujero negro, si su luz no puede alcanzarnos?

La evidencia de que los agujeros negros sí existen ha seguido acumulándose en las última décadas. Como hitos notables podemos destacar el descubrimiento de estrellas que orbitan alrededor del agujero negro central en nuestra galaxia (Premio Nóbel de Física 2020), y la detección de ondas gravitacionales emitidas por fusiones de agujeros negros (Premio Nóbel 2017).

Pero la prueba más impactante son las imágenes publicadas por el Telescopio del Horizonte de Eventos desde 2019 del agujero negro en la galaxia M87. ¿Cómo es posible ver un agujero negro, si su luz no puede alcanzarnos? Por suerte, el gas caliente que lo rodea sí brilla, y lo que podemos ver es cómo este gas forma un anillo alrededor del agujero, el que aparece como una silueta oscura desde donde no sale luz.

Hoy en día, los agujeros negros son uno de los objetos de estudio más importantes de la astrofísica. Por un lado, las observaciones ya mencionadas nos permiten poner a prueba nuestras ideas sobre la gravedad en las condiciones más extremas.

Hasta ahora, la teoría de Einstein se ha confirmado cada vez más fuertemente. Por otro lado, los agujeros negros supermasivos, que están presentes en los centros de prácticamente todas las galaxias, liberan enormes cantidades de energía mientras consumen gas.

Esto tiene una gran influencia en cómo las galaxias evolucionan, condicionando la formación de estrellas y planetas. Dada la importancia de estos cuerpos celestes, y el gran entusiasmo que despiertan en el público, la NASA estableció hace cinco años la Semana de los Agujeros Negros.

Andy Yulian Carrillo Alonzo
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