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COLUMNA DE HOY

Tierra sísmica

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Por: Walter del Cid

La superficie del territorio guatemalteco, al igual que los vecinos de la región centroamericana, se encuentra en medio de la confluencia de tres placas tectónicas.

La Placa de Norteamérica, cuya energía subterránea empuja hacia el Sur la masa continental desde el Atlántico hacia el Pacífico, pero más o menos por el cauce del río Motagua. En el otro lado, en sentido opuesto, se desplaza la Placa del Caribe, que con su superficie superior a los 3.2 millones de kilómetros cuadrados y colindando con la ya mencionada, la Placa Sudamericana y la Placa de Cocos, es de las más activas.

La Placa de Cocos, debajo del océano Pacífico, rodea prácticamente toda la superficie de la costa del Pacífico de Guatemala hacia el Sur, hasta Panamá. El punto de fricción de las tres se localiza en nuestro espacio.

Por ello, no es ocioso extremar las medidas de prevención. Hace 100 años, a finales de 1917 y entre mayo de 1918, se produjeron sendos movimientos sísmicos que reconfiguraron la Guatemala de la Asunción de aquel entonces.

Edificaciones emblemáticas de la época fueron llevadas a escombros. Los recuentos de la época ofrecen un estimado no mayor a las 500 víctimas humanas mortales. Pero dichos movimientos tan solo se constituyeron en la antesala del devastador terremoto de 1976, con no menos de 22 mil víctimas y la catástrofe más pronunciada a la fecha. En consecuencia, nuestra tierra es una tierra sísmica. Cruzarnos de brazos sería el error adicional que anticiparía una tragedia mayor, en la cual seríamos simples espectadores. No podemos continuar impávidos en lo que pueda producirse. Ningún esfuerzo en ese sentido será erróneo.

Ha de emprenderse con mayor ahínco y divulgación lo relativo a los simulacros en los centros educativos, en los hospitalarios, en los centros comerciales, en los lugares de trabajo, en nuestras propias casas. Todos, absolutamente todos, tenemos la obligación de saber qué hacer, a quién acudir y cómo conducirnos si se llega a presentar un movimiento tan fuerte que pueda ser catalogado de terremoto. Dejar de hacerlo es condenarnos en silencio a los temibles impactos del cataclismo que sobrevendrá. Y eso es tan solo una parte de lo que debe hacerse a la brevedad.

En orden estrictamente personal, ayer arribé a mi sexagenario aniversario de existencia. Rodeado del afecto de mis seres queridos, hijos y la infaltable sonrisa de mis nietas y nieto. Parece poca cosa, pero llegar en este país a esa edad es inusual. Muchos de aquellos que fallecen como efecto de la violencia y otras secuelas asociadas no llegan tan siquiera a la tercera parte. No cumplen 20. Muchos cambios y paradigmas he visto caer a lo largo de estas décadas. Otros más estarán por producirse en el futuro inmediato, supongo, o tal vez deseo. En todo caso el mundo actual no es lo que fue, ni volverá a ser lo que no pudo ser.

Walter del Cid
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COLUMNA DE HOY

Confrontando el pasado a cinco siglos de la conquista (V)

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El conversatorio se extendió a temas desde múltiples visiones que se constituyeron en núcleos para generar incógnitas y nuevos ejes de investigación entre los expositores y los participantes (virtuales y presenciales); esto permitió ahondar en el pasado y develar nuevas evidencias en los efectos inmediatos de la conquista.

La ponencia de Víctor Castillo fue: Chiantla Viejo y las otras guerras de conquista en las Tierras Altas mayas. (Aunque existe documentación relativamente abundante sobre la llegada de los españoles y sus aliados del centro de México a los grandes centros de las Tierras Altas mayas como Iximché, Q’umarkaaj y Zaculeu en el siglo XVI, se sabe poco sobre cómo los centros menores experimentaron las guerras de conquista.

Tomando como base los resultados de las investigaciones arqueológicas e históricas en el sitio Chiantla Viejo (un pequeño centro mam ubicado en la cuenca del Río Selegua en Huehuetenango) que las comunidades pequeñas emplearon durante este período crítico.

Estas incluyeron además de la guerra, la negociación con los encomenderos españoles, la conversión temprana al cristianismo y, el abandono y reocupación intermitente de los centros ceremoniales. 

La siguiente ponencia fue expuesta por Luis Manuel Gamboa Sáenz, La encomienda en la provincia de Chiapas cómo herramienta para la definición del territorio durante el siglo XVI.

El expositor desde el inicio dejo claro que su ponencia era el resultado de dos investigaciones, que para lograr esto, se hizo necesario revisar los siguientes elementos: primero, analizar las conquistas de Chiapas; segundo, las encomiendas otorgadas; tercero, el conflicto de Pedro de Portocarrero y Diego de Mazariegos; cuarto, las modificaciones de la propiedad de la encomienda para poder definir los cambios del territorio que existió entre 1524-1535; justo antes de la creación del Obispado de la provincia de Chiapas; este proceso significó un cambio distinto del territorio. 

El resultado es un estudio cualitativo establecido en los análisis documentales primarios y secundarias.

El nivel de análisis propuesto en la historia interpretativa; con base en los vacíos históricos de la misma época.

Ha sido elaborado desde el análisis crítico de fuentes con la finalidad de sugerir la cartografía histórica, método de investigación que trabaja con la herramienta cartográfica digital QGIS, también el concepto del plurilingüismo como parte de la concepción sociocultural previa a la conquista.

Los logros obtenidos fueron identificados: la ubicación de las encomiendas de la provincia de Chiapas que permiten visualizar los límites territoriales, esto es presentado con propuestas realizadas por el autor, desde el análisis histórico cartográfico, mapas modernos de los posibles trazados limítrofes.

Además, al analizar el proceso Mazariegos-Portocarrero fueron detectados detalles como, antes de su llegada, la provincia de Chiapas estuvo dividida en dos provincias, Portocarrero fundó una tercera parte y con Mazariegos fue unificado todo el territorio.

La exposición de la ponencia de José Molina Calderón fue: “La moneda antes y después de la Conquista”. Cuando se llevó a cabo la conquista de Guatemala, el mundo indígena disponía de un sistema monetario basado principalmente en el cacao, como la moneda más usual. 

Además, comerciaban a base de trueque con productos como plumas de quetzal, mantas de algodón, pedacitos de jade, entre otros.

Al llegar los españoles, Pedro de Alvarado se vio en la necesidad de pagar a sus soldados y requirieron oro a los indígenas y empezaron a buscar minas.

En una de las primeras actas del ayuntamiento de la ciudad de Santiago de Guatemala de fecha 12 de diciembre de 1524, se observa que se empezó a usar una unidad de cuenta basada en el sistema monetario español. 

En efecto, al disponer el valor del trabajo de sastres y herreros se utiliza las unidades de cuenta española tales como: ducado, tomín, peso y castellano.

Debido a que no había moneda española fraccionaria en gran cantidad, se empezó a utilizar un sistema híbrido entre lo maya y lo hispano, de tal manera que se utilizaba profusamente el cacao y la moneda española.

Se siguió practicando el trueque, solo que también incluyeron los productos hispanos en estas transacciones.

Podemos decir que la moneda fraccionaria llegó acuñada de la Península Ibérica y de Nueva España.

Colaborador DCA
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Vamos bien; mañana, mejor

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Daniel Loewe
Facultad de Artes Liberales

“Estamos mejor que hace dos años”. La afirmación del presidente de Chile ha sido alimento para innumerables comentarios.

Ella es desconcertante cuando el Estado (de un país con un ingreso per cápita ajustado de 24 mil dólares (!)) es incapaz de cumplir con su deber correlativo al derecho más básico a la educación de miles de niños hoy sin cupo en ninguna escuela; en que tantas personas buscan infructuosamente trabajo; y la delincuencia y crimen organizado campean.

Pero tiene una cierta lógica: siendo el adjetivo comparativo de “bueno”, “mejor” adquiere sentido mediante comparaciones. Así que, si se escoge un umbral de comparación bajo, se puede estar mejor y simultáneamente muy mal.

El paciente terminal puede estar mejor que el día anterior y morir al día siguiente. Además, si lo que se compara son conjuntos de elementos disímiles con ponderación indeterminada, cualquier resultado es posible.

El optimismo es una disposición importante en la vida.

Que muchos de los que hoy ocupan posiciones de poder sean parcialmente responsables de que el umbral de comparación sea tan malo, dificulta aceptar el mérito reclamado.

Pero como sea, supongo que no hay que entender la aserción rigurosamente, sino que como una invitación a, generosamente, mirar el vaso medio lleno, como el propio presidente sostuvo.

Indudablemente el optimismo es una disposición importante en la vida y muchas veces también un bien escaso. Se echa tanto en falta que se ha desarrollado toda una industria de autoayuda que comercia con sus variaciones (desde la ataraxia estoica, al piensa positivo, pasando por las ondas thetas de la meditación) para cubrir una demanda insaciable (y es que la anima el deseo que, a diferencia de la necesidad, es infinito).

Pero el optimismo no es siempre una disposición apropiada. Al menos no al evaluar algunas realidades. De hecho, los pacientes que evalúan con mayor precisión su estado de salud objetivo, ese que se decreta mediante exámenes y médicos, son los pesimistas (lamento darle esa mala noticia).

Suponiendo honestidad, capacidad de análisis, y que no hay autoengaño, el “estamos mejor” presidencial expresa quizás una pretensión ingenua e infundada que ha hecho carrera en una generación criada bajo interpretaciones voluntaristas y erradas (que han proliferado en algunas facultades universitarias y programas de coaching) de la teoría de actos de Searle: que el lenguaje genera realidades.

Es correcto (ahora con Austin) que con las palabras hacemos cosas. Si, dadas ciertas condiciones, digo “sí, quiero”, cambio mi estado civil. Pero de ello no se sigue que cambiando voluntaristamente las palabras que empleamos modifiquemos la realidad.

Colaborador DCA
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COLUMNA DE HOY

Eliminar el cáncer cervicouterino

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Jarbas Barbosa,
Director de la Organización Panamericana de la Salud (OPS)

Gracias a las estrategias para ampliar la vacunación contra el virus del papiloma humano (VPH), combinadas con pruebas de detección de VPH innovadoras y tratamiento temprano, el cáncer cervicouterino podría convertirse en el primero del mundo en ser eliminado.

Esta semana, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) se reunirá en Cartagena, Colombia, con gobiernos, donantes y la sociedad civil para celebrar el Foro mundial para la eliminación del cáncer cervicouterino.

El cáncer cervicouterino, causado por la infección persistente con cepas de alto riesgo del VPH, es una de las principales causas de muerte relacionada con el cáncer en mujeres de América Latina y el Caribe. Cada año se diagnostican más de 63 mil casos y se pierden 33 mil vidas.

El camino hacia la eliminación es ambicioso pero claro: vacunar al 90 por ciento de las niñas antes de los 15 años; brindar pruebas de detección del VPH al 70 por ciento de las mujeres antes de los 35 años, y de nuevo antes de los 45; y tratar al 90 por ciento de las mujeres con lesiones precancerosas y cáncer.

Vacunar contra el VPH y usar pruebas innovadoras podría salvar 30 mil vidas al año.

En cuanto a la vacunación, 48 de los 51 países y territorios de las Américas ya han incorporado la vacuna contra el VPH en sus calendarios nacionales, aunque con avances desiguales. Vacunar contra el VPH y usar pruebas innovadoras podría salvar 30 mil vidas al año.

Si bien la pandemia del Covid-19 ha influido en esto, el alto costo de las vacunas, la falta de acceso a los servicios de inmunización y la insuficiente vacunación en las escuelas, han obstaculizado la expansión de la cobertura de la vacunación contra el VPH en la región.

Las dudas sobre la vacunación también siguen afectando las tasas de inmunización. Desarrollada al comienzo de la era de las redes sociales, la vacuna contra el VPH fue blanco del movimiento antivacunas, que la relacionó erróneamente con la esterilidad y el inicio precoz de la actividad sexual. Aunque son totalmente infundadas, estas acusaciones han llevado a que muchas niñas perdieran la oportunidad de recibir esta herramienta que salva vidas.

Para enfrentar estos desafíos y mejorar la cobertura, la OPS recomienda la implementación de vacunas de dosis única. Además, los países deben reforzar las estrategias de distribución y colaborar con los ministerios de Educación para fomentar la vacunación escolar.

Es crucial realizar campañas que aborden las inquietudes de las comunidades locales y promuevan la vacuna contra el VPH como una herramienta esencial en la prevención del cáncer cervicouterino.

Respecto a las pruebas, la OPS recomienda la transición del Papanicolaou a las pruebas biomoleculares de detección de VPH, que pueden identificar a más mujeres en riesgo de este cáncer.

Las nuevas pruebas de VPH también posibilitan que las mujeres se tomen ellas mismas la muestra mediante un hisopo vaginal, que puede realizarse en cualquier lugar, incluso en el hogar, eliminando barreras culturales y de acceso que pueden limitar la detección.

Las vacunas y pruebas de detección del VPH de alta calidad están disponibles para su adquisición a través de los mecanismos de compra conjunta de la OPS, los Fondos Rotatorios Regionales, que siguen trabajando con los productores para abogar por mejores precios para la región. El desarrollo regional de estas pruebas y vacunas también podría repercutir positivamente en la asequibilidad.

A medida que se expande el tamizaje, también deben hacerlo los servicios para tratar a las mujeres con VPH de alto riesgo y lesiones precancerosas. Un tratamiento sencillo y eficaz en la atención primaria es la mejor manera de garantizar el acceso para quienes tienen mayor riesgo.

La región de las Américas ha sido durante mucho tiempo un líder mundial en la eliminación de enfermedades infecciosas. Con compromiso y esfuerzo, también podemos eliminar exitosamente el cáncer cervicouterino.

Colaborador DCA
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