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COLUMNAS

Jean, el Libertino

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Frank Gálvez
Locutor y periodista
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Jean Shepherd emprendió una fructífera carrera de más de dos décadas en radio WOR (La Voz de NY) en 1955, presentando un programa nocturno de crítica social y cultural. Esta semana se cumplen 66 años de aquel abril cuando Jean decidió ir a buscar un texto a una popular librería, donde un empleado le dijo de mala manera que la tienda no solo no tenía el volumen, sino que no existía, ya que no estaba en sus registros.

Shepherd, sin embargo, sabía que el libro era real y lo vio como ejemplo de la incapacidad de la gente común para pensar más allá.
Inspirado por este evento (Y para dar una lección a los sabelotodo) propuso a su audiencia que fueran al día siguiente a todas las librerías y bibliotecas cercanas, preguntando por el inexistente libro Yo, El Libertino, la supuesta primera novela de una trilogía sobre la vida en la corte inglesa del siglo XVIII.

”La alegría de dar puede levantar el corazón entristecido“ (Jean Shepherd).

El “autor” era el comandante retirado de la Marina Real Frederick R. Ewing, “famoso” gracias a una serie radial de la BBC sobre el Eroticismo del siglo XVIII. Pidió a sus oyentes no contarle a nadie de la broma, pues de esa forma expondrían a los esnobs. Ellos siguieron sus instrucciones y así comenzó la diversión: El público pedía el ejemplar en todo el país y los empleados contactaban a Publisher’s Weekly para tratar de localizar al distribuidor.

Artículos aparecían por todas partes sobre la sensación editorial; The New York Times Book Review incluyó a Yo, El Libertino en su lista de obras. En Boston fue prohibido por la Legión de la Decencia.

El columnista del New York Post, Earl Wilson, publicó una nota en la que afirmaba que “había almorzado con Freddy Ewing”. Un estudiante de la universidad de Columbia presentó un trabajo académico sobre Yo, El Libertino, y su profesor devolvió la tesina con una apostilla loando al estudiante por su “excelente investigación”.

“Amigos me llamaban para decirme que habían conocido a personas que aseveraban haberlo leído”, comento Shepherd. “Un catedrático de Rutgers aludió al libro en una reunión literaria dominical y alguien presente dijo que lo acababa de terminar”.

Después de varias semanas, el Wall Street Journal expuso el engaño, y el editor Ian Ballantine convenció a Shepherd para que junto al autor de ciencia ficción Theodore Sturgeon, escribiera de verdad el libro bajo el alias de Ewing. Finalmente se convertiría en un éxito definitivo de ventas en 1956 (Donde todas las ganancias fueron donadas a caridad), en un caso en el que la realidad superó a la ficción.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Una cita con Adrián Recinos

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Dr. Jorge Antonio Ortega Gaytán

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El enigmático andamiaje del paso del tiempo con su predicción me volvió a
concertar una cita con el legado de uno de los escritores de renombre de antaño, Adrián Recinos Ávila, significativo para Guatemala en el mundo académico, político y diplomático del siglo pasado y, por siempre. La semana del 17 de enero del año en curso, por iniciativa del Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (Cirma), nos dimos cita en la Muy Leal y Muy Noble Ciudad de Santiago de los Caballeros, la Junta directiva de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala AGHG, los descendientes de nuestro distinguido escritor e invitados especiales. 

Mi primer contacto con él fue con uno de los trabajos de mayor repercusión de Adrián Recinos, la traducción y publicación del Popol Vuh, el cual fue descubierto en la Biblioteca Newberry, de Chicago Illinois, Estados Unidos. Una lectura obligatoria en la primaria, de aquella primera convivencia hace más de medio siglo. Un viaje fascinante al universo al inframundo Xibalba; la crónica del caminar de los gemelos, la creación de hombre de maíz, los mitos, desde la cosmovisión maya. Luego vinieron otras citas con el escritor guatemalteco, con la lectura y análisis de El Memorial de Sololá (1950), Los títulos de los señores de Totonicapán (1950); y Crónicas Indígenas  (1957), con lo cual completé el conocimiento del ámbito previo a la conquista y, como todo ello, posteriormente la lectura de los documentos que Recinos tradujo y publicó para nuestras generaciones y las próximas. Otras publicaciones siguieron en su vida, como: Don Pedro de Alvarado: conquistador de México y Guatemala, Monografía del Quetzal, y varios ensayos de Doña Leonor de Alvarado (1958). Ciudad de Guatemala, crónica desde su fundación hasta los terremotos de 1917–1918 (1922); y una de sus obras de mayor prestigio como historiador fue La Monografía del Departamento de Huehuetenango (1913). Disfrutando de un ambiente agradable en el inmueble que ocupa la sede de Cirma en La Antigua Guatemala, luego del saludo protocolario, se dio la presentación del archivo personal digitalizado de Adrián Recinos Ávila por intermedio de cada una de las personas que participaron en la odisea de organizar, estabilizar, catalogar, digitalizar y asegurar el legado del guatemalteco, tarea titánica que duro tres años según la explicación de la directora del archivo histórico, Thelma Porres, de dicha entidad, que además expuso la importancia de un archivo personal en los siguiente términos: “Un archivo personal es aquel que contiene los documentos generados y recibidos por una persona a lo largo de su vida, incluyendo todas sus funciones y actividades, independiente del soporte…”, “… diversidad de material personal como oficial: fotografías, cartas, conferencias, discursos, documentos personales, entrevistas, fichas de investigación, folletería, hojas sueltas. Invitaciones, libretas de bolsillo, listas de referencias, memorándums, periódicos, postales, publicaciones, recortes de periódicos, semanarios, tarjetas, telegramas y otros”. Luego, Thelma nos guió, en un recorrido por la vida de nuestro compatriota desde su nacimiento en La Antigua Guatemala un 5 de julio de 1886, hijo de Teodoro M. Recinos y de Rafaela Ávila. Hizo sus estudios en el Instituto Nacional Central para Varones, donde se graduó en 1902 y obtuvo el título de Bachiller en Ciencias y Letras. Contrajo nupcias con María Palomo Martínez, con quien procreó cinco hijos: Beatriz, Isabel, María, Adrián y Laura. Durante su época de estudiante universitario en la Facultad de Derecho, publicó sus primeros escritos (1905), fue catedrático del Instituto Para Varones y en la Facultad de Derecho. Fundó una institución literaria denominada El Ateneo Batres Montúfar, Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y sociales (1921); Miembro fundador del Partido Liberal; así mismo, de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala (1923), director de la Academia de la Lengua de Guatemala; presidente de la Asamblea Legislativa (1926), además de haber participado como candidato en las elecciones a la Presidencia de la República en 1944. 

Colaborador DCA
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COLUMNAS

La sociedad dela impaciencia (I)

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Gerardo Castillo Ceballos 

Facultad de educación y Psicología de la Universidad de Navarra

Hasta hace pocos años, se asumía que hay procesos que requieren más tiempo que otros y por eso se dejaban fluir sin acelerarlos. Hoy esa demora está mal vista; se busca el método o el atajo que nos lleve rápidamente al objetivo fijado. Estamos perdiendo la capacidad para esperar. Las personas impacientes quieren todo de manera inmediata y se frustran si no lo consiguen. Les suele afectar una demanda social de velocidad en todo lo que hacen, relacionada con el afán de producir más y de competir mejor. En lugar de disfrutar el camino, se enfocan en llegar al destino lo más rápido posible. Esto sucede tanto con cosas grandes como pequeñas. Por ejemplo, se disgustan cuando tardan en conectarse a la red, o cuando el automóvil que les precede tarda en arrancar tras ponerse el semáforo en verde. Sufren en una cola o con una llamada de teléfono que no es atendida en el acto. Estas pequeñas impaciencias pueden generar otras mayores y en otros ámbitos de la vida, puesto que la impaciencia genera más impaciencia. A diferencia de la impaciencia, la paciencia posibilita alcanzar metas a largo plazo. Las personas pacientes están dispuestas a seguir trabajando incluso si los resultados no son inmediatos; esto les permite mantener la motivación y la confianza en sí mismos y seguir adelante, aunque se presenten dificultades. Tener paciencia significa esperar el tiempo que sea necesario para terminar algo, incluidos los trabajos minuciosos o pesados. Se trata de una virtud humana, de un rasgo de personalidad madura y de una buena forma de vida. Para Teresa de Jesús, es una de las más grandes virtudes humanas y cristianas, sobre todo necesaria para superar los momentos de prueba y dificultad, como muestra en estos versos: “Nada te turbe, nada te espante todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”. 

              Continuará… 

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COLUMNAS

La irradiación del temor

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Magdalena Browne

Escuela de Comunicaciones y Periodismo

La última Encuesta Bicentenario de la Universidad Católica mostró una mirada sombría de los chilenos respecto a la sociedad y su entorno. Entre las diversas corrientes de opinión detectadas en el estudio, una merece especial atención por sus efectos: el aumento de la preocupación y del temor frente al delito. Ya antes otras investigaciones habían ilustrado esta situación. 

A fines del año pasado, tanto Fundación Paz Ciudadana como la encuesta Enusc del INE presentaron los registros más altos desde que miden este fenómeno, en horizontes de tiempo de 23 y 10 años, respectivamente. A partir de investigación anterior (Scherman y Etchegaray, 2013; Browne y Valenzuela, 2018), se puede presumir que el progresivo incremento de los delitos más violentos, como los homicidios, podría ser un factor multiplicador del temor, pues este tipo de crímenes recibe mayor atención ciudadana y de los medios de comunicación, “resonando” así en forma persistente y prominente en las conversaciones cotidianas de las personas. 

El temor está relacionado tanto con la percepción de la probabilidad de ser víctima de un delito como con la autopercepción de vulnerabilidad, algo que está desigualmente distribuido en nuestro país: son las mujeres, los de más edad y los grupos de menores ingresos los que siempre se declaran más temerosos. La sensación de temor se enraíza así en la baja confianza en la eficacia de los dispositivos institucionales de prevención, defensa y control disponibles. 

Para la política pública, la irradiación del temor es un problema en sí mismo, especialmente en América Latina (Dammert, 2012). Variada investigación internacional (Lee et al., 2020) da cuenta que el miedo repercute en la calidad de vida de las personas, por ejemplo, en la restricción de movilidad, abandono de espacios públicos, aumento de la segregación urbana, incremento del estrés, ansiedad y aislamiento. Un alto temor puede también deteriorar el capital social, debido al fortalecimiento de actitudes negativas asociadas a la desconfianza interpersonal, en particular frente a desconocidos de distinto origen social, cultural o nacionalidad. Los temores deben ser encauzados debidamente por el sistema institucional. 

No pueden quedar a merced de los vaivenes electorales, terreno fértil para proclamar medidas “efectistas” contra el crimen. Ni menos dejarlos en manos de liderazgos autoritarios que se nutren de la rabia y culpabilizan a grupos sociales enteros con diagnósticos maniqueos. Como plantea la filósofa Martha Nussbaum, la exacerbación de la retórica simplificadora del miedo tiene su efecto en la democracia: divide, inmoviliza e impide la cooperación. Pero, sobre todo, desenfoca. No permite construir una política seria y contundente contra el crimen y la propagación del temor, pues dificulta cimentar su pilar fundamental.

Colaborador DCA
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