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COLUMNAS

La injusta decisión de la Corte Penal Internacional

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Mattanya Cohen Embajador de Israel en Guatemala 

El viernes pasado, la Corte Penal Internacional (CPI) adoptó una decisión indignante, al indicar que la Corte tiene la jurisdicción en las áreas de los territorios en disputa entre Israel y los palestinos y, más aún, los llamó “Palestina”. 

La decisión de la CPI de que la fiscal es competente en el caso palestino es profundamente errónea, y confirma las preocupaciones que desde hace tiempo Israel tiene acerca de que la Corte pueda ser susceptible a ser politizada. La CPI se creó a raíz de los horrores del Holocausto, para hacer frente a los peores casos de atrocidades masivas que conmocionan la conciencia de la humanidad, y los casos que no podían abordarse en ningún otro marco. Asimismo, solo tiene autoridad en los casos en que los Estados decidan delegar su propia jurisdicción penal en la Corte.

En pocas palabras, la CPI no posee jurisdicción universal. De hecho, la Corte carece totalmente de competencia en la denominada “situación en Palestina”. El Estatuto de Roma estipula claramente que la Corte tiene jurisdicción en los casos presentados por Estados soberanos; un Estado palestino soberano no existe, y nunca ha existido. A pesar de estos hechos, la CPI dictaminó que La Haya es competente para investigar a Israel.

Al recurrir a la CPI, los palestinos intentan convertir a la Corte en un instrumento político y empujarla a definir cuestiones políticas, que deberían resolverse a través de negociaciones directas y no mediante procesos penales. Han distorsionado el concepto de jurisdicción en pos de promover sus propios intereses políticos, corrompiendo en el proceso la integridad y la capacidad de la Corte para cumplir con su misión fundamental. Al adoptar esta decisión perjudicial, y al continuar persiguiendo a las democracias con sistemas jurídicos independientes y eficaces, los cuales están luchando contra el terrorismo en lugares tales como Irak, Afganistán y Gaza, la CPI ha sobrepasado su mandato básico. Estados Unidos, Canadá, Australia, Alemania y otros ya han expresado sus reservas acerca de esta decisión.

Israel tiene demandas legales válidas sobre el mismo territorio que los palestinos han tratado de someter a la jurisdicción de la CPI. El acuerdo entre Israel y los palestinos para resolver su disputa del futuro estatus de este territorio a través de negociaciones, se ha prolongado durante mucho tiempo entre las partes, y es ampliamente aceptado por la comunidad internacional cuando se trata de este asunto. Los recientes acuerdos de normalización entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos, son una prueba más de que la única manera de lograr una paz auténtica es a través de negociaciones directas.

El involucramiento de la CPI en este conflicto bilateral sólo tendrá un efecto perjudicial, en la capacidad de un diálogo genuino y negociaciones entre Israel y los palestinos. El hecho de intentar “criminalizar” aspectos de la larga disputa entre Israel y los palestinos produce una mayor polarización, exacerba el conflicto y aleja el objetivo final de la paz.

La última decisión de la CPI ha convertido a la Corte en una herramienta política, la ha desviado de su misión original y ha socavado los valores para los que fue establecida.

Mattanya Cohen, Embajador de Israel en Guatemala
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COLUMNAS

¿Es importante la expresión “poder” en su nombre? (II) 

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Gaspar Jenkins

Profesor e investigador del Centro de Justicia Constitucional, Facultad de Derecho

Sin embargo, también ha existido una reflexión sobre los elementos esenciales del principio en sí y, en especial, sobre la forma en que es utilizado el concepto de “poder”. En 1900, por ejemplo, Jellinek recalcaba la indivisibilidad del poder del Estado como elemento central para su consolidación individual (ello, con base en la idea de soberanía que no reconoce dentro del territorio estatal “poderes iguales”), mientras que Heller, un par de décadas más tarde, nos habló de la acción unitaria del Estado, cuyos actos no pueden ser imputados sino solo a él, nunca a un órgano exclusivo o a una autoridad específica, producto de derivar el “poder político” de una relación constante entre gobernantes y “súbditos”.

De esta forma, el “poder” soberano del Estado se caracteriza por no reconocer autoridad alguna por sobre sí, ya que nadie se le puede oponer o superponer dentro de sus fronteras. Por esto, poco a poco, se ha dejado de utilizar académicamente la expresión “separación de poderes” (salvo para fines explicativos y/o figurativos) por considerarse inadecuada técnicamente.

Karl Loewenstein, en su Teoría de la Constitución, propondría dejar atrás la expresión para comenzar a hablar del principio de “distribución de funciones”, puesto que el sentido de esta garantía será reconocer la necesidad de dividir y controlar el ejercicio del poder político del Estado en distintos órganos de su interior.

Jellinek recalcaba la indivisibilidad del poder del Estado como elemento central para su consolidación individual.

De esta manera, el “poder político” sigue siendo indivisible, pero los mecanismos y vías para su ejercicio podrán ser distribuidos entre varios entes públicos, según las diversas funciones establecidas por la Constitución, siendo inclusive posible entregar una misma función (o funciones similares) a órganos distintos, evitando miradas estancas que caracterizaban el entendimiento clásico de la separación de poderes (así, si en un primer momento solo se entendía que el Poder Legislativo era capaz de dictar normas generales y abstractas, ahora es posible entender que esa función puede ser entregada a diversos órganos, como el Congreso, a través de la ley, o el Presidente de la República, mediante reglamento, aunque con ámbitos y alcances distintos).

Lo importante, eso sí, será alcanzar el efectivo “contrapeso” entre estos órganos y sus funciones, cosa que se logra dotándolos para el ejercicio de sus labores específicas de una autonomía real y adecuada que les permita llevar a cabo sus tareas sin la interferencia indebida de las demás entidades públicas, estatuyendo, eso sí, como contracara a dicha autonomía, un régimen de responsabilidades específicas a las que se someterán sus autoridades en caso de que actúen fuera de sus límites jurídicos.

                                                                                 Continuará… 

Universidad del Desarrollo
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COLUMNAS

Teoría de la acción comunicativa

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Patricia Orantes Alarcón 

[email protected]

Se define a la acción comunicativa como la interacción entre dos sujetoscapaces de comunicarse lingüísticamente y de efectuar acciones para establecer una relación interpersonal.

Según la revista de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM, la Teoría de la Acción Comunicativa (1982), fue desarrollada por Jürgen Habermas, en la que articula la complejidad de su trabajo alrededor de la “racionalidad comunicativa” como tema central de su teoría de la sociedad. Desarrolla este tema a través de la filosofía analítica del lenguaje, la hermenéutica, la antropología de la cultura, la Teoría de Sistemas y la Teoría Crítica.

Habermas nació en 1928; es uno de los sociólogos de mayor relevancia de la actualidad. Su trabajo empieza en la Escuela Crítica, que se desarrolla en la Universidad de Frankfurt. Su idea central se inscribe en una teoría de la racionalización de la sociedad y de aquí se desprende su cercanía con la obra de Max Weber (Rodríguez & Opazo, 2009).

Esta teoría centra su interés en el entendimiento lingüístico como coordinación de acciones. Si se sitúa en el plano del oyente se pueden distinguir tres planos: a) entiende lo que oye, capta el significado de lo que escucha; b) toma posición con un sí o un no ante la pretensión vinculado al acto del habla. Acepta o rechaza la pretensión contenida en el acto de habla y c) sobre la base del acuerdo, conduce sus acciones conforme a orientaciones de acción convencionalmente establecidas.

La teoría de la acción comunicativa permite una categorización de la vida social con la que se puede dar razón de las paradojas de la modernidad.

Además, en un acto de habla se establece un efecto coordinador entre el plano semántico de la comprensión del significado y el plano empírico del desarrollo consecuente de la interacción, de las acciones mutuamente referidas. Este es el sentido de lo que Habermas, llama la pragmática universal y se encuentra estrechamente sintonizada con las ideas de Searle.

Además, se puede decir que el lenguaje es la base para formular la teoría de entenderse de la acción comunicativa y según Habermas es el acuerdo lingüístico y claro entre las personas al que se llega a través de la acción comunicativa.

A la vez que Habermas usa una tipología de la acción cruzando las diferencias: ámbitos de la acción y orientación de esta, resultando: a) acción instrumental (se ajusta a las reglas técnicas y busca una adaptación instrumental en el mundo físico), b) acción estratégica (está orientada hacia el logro del éxito egocéntrico) y c) acción comunicativa (orientada a la producción de un acuerdo entre actores). En el caso de la acción instrumental y la acción estratégica tienen como objetivo lograr lo que el actor se propone.

La pragmática universal busca explicar cuál es la fuerza contenida en un acto de habla, la que permite coordinar las acciones sobre la base de un acuerdo. La semántica es la capacidad de comprender el significado de la comunicación y se refiere a las reglas de interpretación. Mientras la sintaxis está referida a las reglas de construcción de las oraciones y, por su lado, la pragmática formal trata de conectar la oración con la intención del emisor de la oración. Más allá de la semántica y la pragmática formal está la pragmática universal, cuyo objetivo es establecer cómo es posible que la emisión de una oración (acto de habla) coordine con las acciones de los actores (Rodríguez & Opazo, 2009).

Entonces, desde esta perspectiva, un acto de habla es saber qué es lo que lo hace aceptable. Un acto de habla es aceptable cuando cumple con las condiciones requeridas para que un oyente pueda tomar posición con un sí o un no frente a las pretensiones del hablante. La Teoría de la acción comunicativa, referente imprescindible para la filosofía y las ciencias sociales contemporáneas, desarrolla un concepto de razón comunicativa.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Patientia vincit omnia

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Frank Gálvez 

Locutor y Periodista
[email protected]

La paciencia es la virtud de ejercitar la moderación en situaciones difíciles, lo que permite al individuo avanzar hacia metas valiosas, sin descarriarse por las circunstancias o las provocaciones. Es la capacidad de permanecer calmo cuando se deja de ser eficaz. Le da al Ego la oportunidad de relajarse y no seguir imponiéndose.

Cultivarla ayuda a desarrollar resiliencia, persistencia y es una excelente arma para luchar con las barreras emocionales negativas que surgen en el camino hacia el éxito, sin ceder a la frustración o la ira. Cuando te enojas, emocionas o enamoras, el autocontrol debe manifestarse en lo más alto. Cuando se trata de la toma de decisiones, el autocontrol lo es todo.

Practicar la paciencia activa significa que te estás moviendo rápido en las actividades del día a día, pero disfrutas tanto del presente que no te preocupas por el futuro. Al hacerlo, te salvas a ti mismo y permites que tus actividades intelectuales continúen sin obstáculos. Ese sentimiento se presenta en el pescador que se prepara plenamente antes de lanzar la caña con carnada y luego, una vez que el cebo toca el agua, realmente disfruta el proceso de estar allí. Por eso es paciente: Atrapar peces es su ganancia, pero su objetivo es disfrutar el instante.  

”La paciencia es amarga, pero su fruto es dulce“ (Jean-Jacques Rousseau).

Poca gente medita en lo importante de fortalecer esta cualidad que ayuda a mantener la calma ante la adversidad o la demora, sin enfadarnos ni disgustarnos, donde la capacidad de soportar escenarios difíciles nos ayuda a progresar. La paciencia implica reconocer que el cambio y el progreso toman tiempo, y que es importante permanecer firme y persistente frente a los inconvenientes, siendo capaces de someter nuestras metas y deseos a corto
plazo por los de largo plazo. 

Así, fomenta la equidad del cosmos, y se trata menos de la otra persona, situación o cosa, y más de la gestión adecuada del Yo Interno. La paciencia se ejerce por uno mismo y no por los demás. Si te molestas constantemente, nunca alcanzarás tus objetivos, y simplemente te distraerás en trivialidades.

El novelista ruso Lev Nikoláievich Tolstói dijo acertadamente: “La paciencia es esperar. No es esperar pasivamente, eso es pereza; sino seguir avanzando cuando el andar se torna difícil y lento: eso es la paciencia”. Muévete, trabaja duro y disfruta. Ten confianza en que vienen cosas buenas y dale a la creación tiempo y espacio para revelarse en su momento. Si logras ser feliz con tu presente, siempre estarás conforme con el futuro.

Colaborador DCA
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Gobierno de Guatemala

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