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COLUMNAS

Coleccionista y mecenas (III)

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Ángel J. Gómez Montoro 

Presidente del Patronato del Museo Universidad de Navarra

Ella creía en el poder trasformador del arte, quería que otros pudieran apreciarlo y disfrutarlo tanto como ella. Por eso, en homenaje a su madre, creo junto con Javier Vidal la Fundación Beaumont; y para honrar a su padre erigió en la Universidad de Navarra, en 1997, la Cátedra Félix Huarte de Estética y Arte Contemporáneo.

Desde ella se promovieron investigaciones, congresos y jornadas, pero también cursos a profesores de enseñanza media porque para María Josefa era fundamental que lo que se hiciera en la Universidad llegara a todos. Especial relevancia adquirieron las Lecciones de poética en las que participaron Claudio Magris, Tomás Llorens, Cristobal Halffter o Jaume Vallcorba, entre otros.

Desde la Cátedra se impulsó la publicación de una importante serie de monografías y, en 2005, Revisiones: revista de crítica cultural. María Josefa y Javier seguían con interés la actividad de la Cátedra y no pocas veces abrían las puertas de Villa Adriana, su casa en Pamplona, a los participantes.

Pienso que esos años de relación directa con la Universidad de Navarra y los buenos frutos de la Cátedra influyeron de forma relevante en la decisión de dejar su colección a la Universidad. Inicialmente pensó en la creación de un Museo de Arte Contemporáneo ubicado en la Ciudadela, el espacio que ella consideraba más emblemático de Pamplona. Ante la imposibilidad de llevarlo a cabo, se dirigió a la Universidad.

María Josefa deseaba que la colección quedara en Navarra.

La propuesta la hicieron al entonces Rector, José María Bastero, con quien tenían una relación estrecha; tras el cambio en el Rectorado, me correspondió la suerte de recibir ese proyecto. María Josefa deseaba que la colección quedara en Navarra, abierta a toda la sociedad. Pero quería también que sirviera para potenciar la investigación, en continuidad con el trabajo de la Cátedra, y para acercar el arte a las generaciones de jóvenes estudiantes.

He de decir que, aunque no faltaron dificultades, lo que siguió a continuación fue para mí una etapa especialmente gozosa. Y no solo por el alcance del proyecto, sino también por la posibilidad de compartir tantos momentos con María Josefa y Javier, algo en lo que me acompañó con frecuencia Jaime García del Barrio, que se incorporó a la Universidad para impulsar el nuevo Museo. Después de estudiar despacio los aspectos legales y la viabilidad económica del proyecto, se pudo firmar la donación el 10 de abril de 2008 en un emotivo acto en el que estuvo acompañada por Javier y una importante representación de sus sobrinos.

Previamente, María Josefa había sugerido la posibilidad de que el edificio lo hiciera Rafael Moneo quien, además de la vinculación con la familia, conocía muy bien la colección. María Josefa habló con él y recuerdo los primeros encuentros en el Edificio Central de la Universidad.

Tras el segundo, visitamos los tres el lugar de su posible ubicación. En ese momento aceptó hacerlo y pienso que intuyó ya el edificio, encajado entre dos pequeñas colinas y cerrando el Campus. La siguiente intervención relevante de María Josefa fue la aprobación de la maqueta que nos presentó Rafael, ya muy parecida al edificio final. Me impresionó su capacidad para “ver” los espacios e imaginarse el juego de las cubiertas.

Poco después, María Josefa enfermó, en un proceso rápido que hizo que ya no pudiera seguir las obras ni disfrutar del resultado final. Fue sin duda lo más doloroso de este proyecto. Afortunadamente Javier y una buena representación de la familia pudieron estar presentes y saludar a SSMM los Reyes el día de la inauguración del Museo, 22 de enero de 2015, precisamente delante del cuadro Incendi d’amor.

Apenas dos semanas después, el 8 de febrero, fallecía en su querida Villa Adriana. Su generosidad “me parece importante saber desprenderme de lo que más me interesa, donar aquello que más aprecio” afirmó en una entrevista- y su impulso hicieron realidad su sueño: “colaborar con otras instituciones en situar a Navarra en el lugar que le corresponde en las corrientes culturales europeas”.

Universidad de Navarra
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COLUMNAS

Así nació la imagen real del mundo (II)

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Ana Eva Fraile
Revista Nuestro Tiempo

Desde este puerto inicia su viaje Una tierra prometida y muestra, sobre fondo azul, los álbumes científicos e intelectuales del siglo XVIII. Entre ellos, los cuadernillos L’Anatomie y L’Astronomie de La Enciclopedia, de Diderot y D’Alembert, dos dimensiones que ilustran la ambición de la ciencia por desentrañar cualquier área de conocimiento.

Sus dibujos enriquecieron los compendios sobre cartografía, astronomía, geodesia y nuevas especies.

Con precisión científica trabajaron también los artistas que se embarcaban en las expediciones, numerosas en ese periodo, para levantar acta del horizonte conocido o de nuevas maravillas. Sus dibujos enriquecieron los compendios sobre cartografía, astronomía, geodesia y nuevas especies, especialmente a raíz de que Carl von Linneo publicara en 1735 Systema naturae, su innovadora propuesta taxonómica para los reinos vegetal, mineral y animal.

En sala se encuentran, por ejemplo, los grabados coloreados a mano de Plantae Selectae, obra de los botánicos Trew y Ehret (que había conocido a Linneo), los dibujos en acuarela incluidos en la enciclopedia Libros ilustrados para niños, los álbumes Plantae officinales de Nees von Esenbeck, que investigó las propiedades médicas de las plantas, las litografías de orquídeas de James Bateman o el trabajo Historia natural de los loros, a los que François Le Vaillant pintó en sus hábitats, un acercamiento novedoso a la realidad.

La siguiente escala en esta travesía traslada al visitante a tierras egipcias, adonde el general Napoleón Bonaparte se dirigió en 1798 con hambre de conquista. A los más de 40 mil soldados se unieron 167 savants, que conformaban la Comisión de Ciencias y Artes.

El cometido de estos ingenieros, científicos y artistas era llevar a cabo una investigación exhaustiva sobre el país. Incluso se fundó el Instituto de Egipto. Aunque la campaña militar fracasó, los miembros de ambas instituciones no regresaron a Francia hasta la capitulación del general Menou, en agosto de 1801.

Solo unos meses después, a principios de 1802, comenzó la aventura editorial.

Continuará…

Colaborador DCA
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COLUMNAS

La seducción del negacionismo climático

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Cristóbal Bellolio

Escuela de Gobierno

El Demoledor es una película de 1993 protagonizada por Silvester Stallone, que versa sobre una armónica distopía donde se castigan los garabatos, la dieta es comida molecular y las relaciones sexuales son virtuales. La única disidencia vive en las cloacas a punta de hamburguesas de ratas, y de cuando en cuando sale a la superficie para asestar golpes terroristas. Su líder es Edgar Friendly.

El credo de Edgar Friendly es sencillo: no está dispuesto a que le digan cómo son las cosas, le gusta decir lo que piensa, y elegir cómo carajo vivir su vida, incluso si se trata de estallar de colesterol. Quiere comer carne hasta hartarse, fumar un cigarro “del tamaño de Cincinnati”, y correr empelota leyendo una Playboy, únicamente porque puede. Los malos no son ellos, que hacen lo que pueden por sobrevivir. Los malos son los de arriba, los que imponen su tiranía frígida y bien portada, que abusan del poder y secuestran los beneficios del progreso.

La negación del consenso climático tiene antecedentes ideológicos, o identitarios.

Friendly es un populista libertario. Populista, porque piensa que la sociedad está dividida en dos: la elite atiborrada y el pueblo postergado. No ve posibilidad de acuerdo, solo de conflicto. Lo que viene de arriba es paquete sospechoso. Pero también es libertario: quiere que la autoridad retroceda de su espacio vital, que no amenace su estilo de vida, que no arrebate sus hábitos de consumo.

El populismo libertario que representa Edgar Friendly es uno de los principales obstáculos que hoy enfrenta la lucha contra el cambio climático. Mucha gente le echa la culpa a la industria de combustibles fósiles y su lobby descarado. Pero hay otros factores que trascienden el interés pecuniario.

La negación del consenso climático tiene antecedentes ideológicos, o identitarios. No todo populismo descree del consenso científico en la materia. Algún eco-populismo de izquierda habrá por ahí. No todos los movimientos plebeyos que resisten la agenda verde progresista, descreen de la realidad de la crisis climática. Algunos sencillamente no quieren pagar la cuenta del festín de economía carbonizada que se dieron otros.

Tampoco todo libertarianismo es negacionista. En principio, se puede aceptar la ciencia climática y discrepar de una política climática que implique ensanchar las atribuciones del estado. Más de alguno insistirá en soluciones privadas a los problemas públicos. Autores como Jason Brennan elaboran una justificación libertaria para la obligatoriedad de las vacunas. Del mismo modo, otros sostienen que la reducción de emisiones es un imperativo del principio de no-agresión.

Pero la combinación entre ambas vertientes ideológicas (el populismo libertario) combustiona un tipo distintivo de rechazo a la ciencia climática, que tiene un poder seductor en ascenso. De hecho, gran parte de los partidos de “derecha populista radical”, para utilizar la etiqueta de Cas Mudde, despliega esta narrativa: las elites buenistas y cosmopolitas que tienen sus necesidades materiales satisfechas, y pueden darse el lujo de posar de ciclistas veganos, le imponen al resto de la gente ordinaria una moralina verde tan paternalista como inviable: para moverse a la pega hay que echarle bencina al auto.

Adicionalmente, la sombra de las futuras restricciones toca la fibra de las clases medias y trabajadoras que se han partido el lomo por llegar aquí. Han hecho de sus hábitos de consumo contaminante un proxy de estatus. Y nada se defiende como el estatus. Mientras tanto, las Greta Thunbergs de este mundo amenazan con una distopía de brócolis y viajes de 35 horas en tren.

Aquí entra la seducción del discurso de Edgar Friendly. Su populismo libertario mata dos pájaros de un tiro: sospecho de la agenda climática porque (a) viene de las elites globalistas y (b) arrebata mis libertades.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Municipios al rescate de los SLEP

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Mauricio Bravo

Vicedecano de la Facultad de Educación

La implementación de los Servicios Locales de Educación Pública (SLEP) ha sido un tema recurrente en el debate público.

Desde su creación, esta política se propuso como una gran reforma educativa destinada a mejorar la calidad y equidad en la educación pública. Sin embargo, debido a errores de diseño o al poco tiempo transcurrido, no ha logrado superar a los municipios en varios indicadores claves, como asistencia, deserción, rotación docente y puntajes Simce.

Estos resultados ponen en entredicho la eficacia de una reforma que, a pesar de sus buenas intenciones, no parece estar alcanzando los objetivos esperados.

Una de las principales falencias identificadas es que no se consideraron las buenas prácticas preexistentes en algunos municipios. 

Una de las principales falencias identificadas es que no se consideraron las buenas prácticas preexistentes en algunos municipios. Las reformas educativas de gran envergadura siempre deben tomar en cuenta las prácticas efectivas ya implementadas.

De lo contrario, no solo se desaprovechan conocimientos y experiencias valiosas, sino que también puede llevar a una implementación que no se ajusta a las realidades específicas de cada comunidad educativa.

Por otra parte, el corto plazo de implementación de los SLEP ha sido insuficiente para evaluar y ajustar adecuadamente sus resultados: “Las incidencias de las políticas educativas son muy diversas y pueden tardar años, incluso generaciones, en hacerse completamente visibles” (OECD Education Policy Evaluation 236, año 2020). Por tanto, antes de seguir avanzando en la implementación de nuevos SLEP, debemos realizar una evaluación robusta que permita identificar sus fortalezas y oportunidades de mejora.

Por último, la suposición de que un sistema educativo uniforme es la solución óptima para fortalecer la educación pública es un error. La diversidad de sostenedores, acompañados de mecanismos efectivos de regulación y supervisión, permite que estos funcionen como un sistema coherente y ordenado.

Además, la diversidad institucional puede ofrecer una respuesta más ágil y adecuada a las diversas necesidades locales, promoviendo así una mayor equidad y eficacia en el sistema educativo.

Colaborador DCA
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