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COLUMNAS

El discurso populista (II)

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La semana pasada hablábamos sobre el discurso populista como el instrumentopredilecto de la fauna política. Alrededor de ocho organizaciones políticas han presentado a sus candidatos a presidente y vicepresidente de la República. A decir verdad, van desde los más descoloridos hasta los más desteñidos. Creo que hasta el chucho de mi vecina está lanzando su candidatura. Eso sí, todos, absolutamente todos quienes han salido hasta ahora, enarbolan la bandera del discurso populista, con cero visiones de país, y ni siquiera conocimiento de lo que significa una campaña
política.

Por supuesto que esta pésima costumbre de recurrir al populismo como fórmula mágica para alcanzar el poder no es exclusiva de los políticos guatemaltecos, aunque hay que reconocer que, salvo honrosas excepciones, nuestro país ha sido, por mucho, el caldo de cultivo para estas prácticas insanas en la amañada política latinoamericana. Un expresidente dijo que, si no se miente, no se gana. La gente se traga promesas, pero no digiere soluciones. Así de simple lo ven los políticos.

Latinoamérica está plagada de estos discursos populistas. La tónica general ha sido que, líderes provenientes de sectores pudientes de la sociedad, se lancen a la arena política, y de la noche a la mañana, aparecen como los salvadores de la ciudadanía que a diario busca el sustento con su trabajo y esfuerzo. Pasan por un proceso de entrenamiento discursivo (Media Training) que les permite conocer “el lenguaje de los pobres” y el uso correcto de los medios de comunicación, con el propósito de sacarles el mejor provecho posible.

En el mundo de la comunicación política existen expertos en entrenamiento discursivo que incluye, no solo elaboración y pronunciación de mensajes verbales (orales o escritos), sino el manejo de los lenguajes no verbales (colores, olores, objetos, distancias, gestos, formas, desplazamientos, vestuario, etc.) que constituyen en su conjunto, el mayor soporte comunicativo. Está demostrado que aproximadamente el noventa por ciento de lo que decimos, lo hacemos a través del lenguaje no verbal.

Las frases talismán refuerzan el discurso y se acude a ellas para parecer que el líder es parte del pueblo y no alguien ajeno a este. El secreto del buen discurso populista es la capacidad de manipulación de los sentimientos de la ciudadanía a través de frases incendiarias, pero que, en esencia, no proponen soluciones concretas y alcanzables para resolver los problemas nacionales, por lo cual no es más que un universo discursivo vacío, sin contenido. Las próximas elecciones se teñirán, sin duda, de esta argamasa discursiva que va, desde lo jocoso, hasta los actos de extremo dramatismo, como besar niños con mocos, abrazar campesinos, comer en los mercados cantonales, calzar zapatos rotos, entre otros actos visibles de pobreza extrema.

Carlos Interiano
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COLUMNAS

¿NuevaGuerra Fría?

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Juan Pablo Sims
Investigador del Centro de Estudios de Relaciones Internacionales

El término “Guerra Fría”, históricamente asociado con el período que va entre 1947 y 1989, se está utilizando cada vez más para describir las crecientes tensiones entre las principales potencias, particularmente Estados Unidos, Rusia y China.

Por consiguiente, es pertinente cuestionarnos si estamos en una suerte de “Guerra Fría 2.0″. En ese sentido, vemos un auge en la utilización de este término desde 2014, tras la invasión de Rusia a Ucrania. A partir de ese minuto, términos como “Nueva Guerra Fría” y “Segunda Guerra Fría” han entrado en uso regular, implicando un tipo específico de conflicto geopolítico.

La competencia entre grandes potencias se manifiesta principalmente en el ciberespacio.

Esta perspectiva ve las guerras frías como distintas de las guerras tradicionales, “calientes”, caracterizadas por grandes combates abiertos. En cambio, las guerras frías implicarían confrontaciones restringidas, conflictos indirectos y un esfuerzo significativo para evitar enfrentamientos militares. Como consecuencia, en una nueva Guerra Fría la competición de las potencias tendría lugar de forma indirecta, como se está observando en Ucrania.

No obstante, resulta difícil imaginar que se repetirán las escenas de la Guerra Fría que por décadas hemos visto en películas, series, libros y en los medios. La sombría atmósfera de películas como Apocalypse Now, que mostraban la brutalidad y el caos de las guerras proxy en lugares como Vietnam, parece pertenecer a un pasado distante. Por otro lado, las tensas confrontaciones en alta mar, como las que se retratan en La Caza del Octubre Rojo, y los dramáticos enfrentamientos ideológicos que dominaban la narrativa de Dr. Strangelove, se sienten menos probables.

En contraposición, hoy en día, la competencia entre grandes potencias se manifiesta principalmente en el ciberespacio, en disputas comerciales y en la carrera por la supremacía tecnológica, en lugar de batallas armadas directas y enfrentamientos nucleares inminentes. Un ejemplo claro de esta nueva forma de confrontación es la reciente escalada en las disputas comerciales entre Estados Unidos y China.

El 14 de mayo, la Casa Blanca decidió aumentar los aranceles a productos como semiconductores y paneles solares chinos del 25 al 50 por ciento, jeringas y agujas del 0 al 50 por ciento y baterías de iones de litio del 7.5 al 25 por ciento. Los vehículos eléctricos fueron los más afectados, cuadruplicando la tasa arancelaria de los vehículos eléctricos fabricados en China del 25 al 100 por ciento.

Para Chile, este contexto de creciente tensión global entre grandes potencias presenta desafíos y oportunidades. El principal problema para Chile es que China y EE. UU. son nuestros principales socios comerciales y circunnavegar las aguas entre dos gigantes siempre es peligroso.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Cristianismo burgués (I)

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José María Torralba 

Subdirector del Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea

El cristianismo burgués es una forma defectuosa de entender y vivir el Evangelio, presente en algunas sociedades contemporáneas como la nuestra. ¿En qué consiste? Al igual que otros conceptos relevantes, burgués es una expresión polisémica. En su sentido más común, sirve para referirse a un miembro de la clase social acomodada, que desempeña una profesión liberal o –en terminología marxista– es dueño de los medios de producción.

En otro sentido frecuente, describe la actitud de quien evita la exigencia y procura llevar una vida aburguesada, cómoda. De este modo se emplea, a veces, en contextos religiosos para recriminar a quienes viven un cristianismo que excluye la cruz. Sin embargo, ninguno de estos sentidos es el relevante para lo aquí se pretende explicar.

A un cristiano burgués le definen dos rasgos característicos. Primero, concebir la religión de manera individualista y, segundo, haber olvidado el fuerte sentido de misión presente en la Iglesia desde sus orígenes. Podría decirse que se trata de una fe egoísta, pues la máxima preocupación consiste en salvar la propia alma.

Es cierto que esta evolución histórica trajo efectos positivos como la separación Iglesia-Estado y la consagración de la conciencia personal como un ámbito inviolable.

Además, y esto es quizá lo más distintivo, su principal deseo es alcanzar la seguridad y la estabilidad. De este modo se anega el ímpetu creador de quien concibe la vida como respuesta a una llamada. El horizonte espiritual de alguien así resulta previsible, incluso aburrido.

Empleando conceptos de Ortega y Gasset, podría hablarse de un cristianismo con mentalidad de masa, que no desea salir de la vulgaridad –la media sociológica– ni aspirar a la existencia noble de quien pone sus talentos al servicio de un ideal superior. Reina el conformismo y la asimilación. Al igual que sucede con el hombre-masa de Ortega, el cristianismo burgués no es un fenómeno exclusivo de una clase social, puede darse en personas de distinta condición.

De modo paradójico, esta mentalidad a veces se encuentra entre aquellos que respetan los principales mandamientos, participan en actos piadosos y dan limosna, es decir, quienes parecen llevar una vida cristiana exigente.

La clave para explicar este fenómeno se encuentra en la sociología religiosa, pues la cultura propia de cada momento histórico configura la manera en que las personas encarnan la fe. Cultura y religión forman un binomio difícil de separar. Incluso en sociedades post-cristianas como la española, resulta innegable el influjo que lo religioso sigue ejerciendo. A la vez, como en todo binomio, también hay influencia en la otra dirección. Por su carácter histórico, la religión cristiana no es impermeable a los valores dominantes de cada época.

Fue Benedicto XVI quien más claramente denunció semejante deriva del mensaje de Jesús. Según sostiene en Spe Salvi, se ha llegado a pensar en el cristianismo como algo “estrictamente individualista” o una “búsqueda egoísta de la salvación” por influjo de algunas ideas propias de las sociedades modernas. En concreto, sería el resultado de haber privatizado la noción cristiana de esperanza.

El intento de resolver los problemas del mundo “como si Dios no existiera” provocó que la religión quedara recluida en la esfera de la conciencia, el hogar y el templo, como bien ha explicado Charles Taylor en La era secular.

Es cierto que esta evolución histórica trajo efectos positivos como la separación Iglesia-Estado y la consagración de la conciencia personal como un ámbito inviolable. Sin embargo, también tuvo secuelas negativas. Los creyentes olvidaron la dimensión social de su fe, según advirtió Henri de Lubac en Catolicismo. Aspectos sociales del dogma. Además, surgieron actitudes moralistas, que reducen la religión a lo ético (es decir, a lo puramente natural), traicionando así la esencia del cristianismo, por utilizar la conocida expresión de Romano Guardini.

  Continuará… 

Colaborador DCA
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COLUMNAS

El acto más profundamente humano(II)

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Revista 

Nuestro Tiempo 

El soberbio y el petulante suelen ser de difícil trato porque tienen muy complicada la disculpa de la miseria ajena. La imagen que se han hecho de sí mismos les impide acceder a las entrañas de la condición humana. Tanto brilla su nebulosa autopercepción que les deslumbra, provocándoles con frecuencia salidas de la carretera de la sociabilidad. Y es por esa falibilidad perceptiva que ningún hombre puede librarse de la tendencia a caer en la dureza con el prójimo. 

De repente, las situaciones difíciles se tornan amables.

Al fin y al cabo, perdonar supone una especie de salto supranatural que conforma el acto más profundamente humano; porque es el acto más profundamente libre, inteligente y acertado que puede realizar el hombre en su vida. Al superar los límites que la naturaleza parece imponerle, el que perdona abre los ventanales del corazón, dando paso a un haz de luz que llena de calidez la lontananza de sus circunstancias.

De repente, las situaciones difíciles se tornan amables, y aquellos detalles que antes ni se podían soportar pasan a ser, no solo gratos, sino incluso amados. Porque perdonar es hacer sencilla la vida en común, es dejar a un lado el protagonismo del yo para establecerse en el remanso de un abrazo limpio y generoso al otro. Como la piedra se erosiona con el constante golpear de las gotas, así el alma que perdona va mudando de piel, va dejándose moldear por el más diestro alfarero.

El amor es al mismo tiempo primer motor y fin último del perdón; y el perdón, incomprensible en apariencia, resulta ser aquello que hace más tangible el amor. Qué bella esta realidad. Qué bello saber que lo que de verdad importa para el hombre no es cuántas veces acierta sino cuántas sabe aceptar los errores,tanto los suyos como los ajenos. En el amor la razón se queda corta, y el perdón es un ejemplo claro.

Colaborador DCA
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