José María Orellana fue un político, ingeniero y militar guatemalteco. Nació el 11 de julio de 1872, fue presidente de Guatemala y se le conoce por la creación de varias leyes, así como por acuñar el quetzal como moneda nacional.
José María Orellana Pinto era el hijo de Esteban Orellana y Leonora Pinto. Su carrera como político se inició en el periódo de Manuel Estrada Cabrera, donde obtuvo varios cargos: como director del Instituto Nacional Central para Varones, entre 1902 y 1904, diputado en varias ocasiones por el Partido Liberal. Su trabajo calificado como “prestigioso” hizo que llegará a ser jefe del Estado Mayor del presidente Estrada Cabrera.
Llegada al poder
Tras derrocar al presidente Carlos Herrera y Luna, José María Orellana fue designado como presidente el 5 de diciembre de 1921, y sería Presidente Constitucional tras ganar las elecciones del año siguiente.
Durante sus cinco años de gobierno, José María Orellana ratificó varias concesiones como la de United Fruit Company y la de chicle en Petén. También otorgó varios contratos para la explotación del petróleo y creó la Ley de Hidrocarburos y la Ley de Trabajo.
Creación de la moneda
Uno de los acontecimientos económicos más destacados fue la Reforma Monetaria y Bancaria que puso en práctica, así como la creación de la moneda del quetzal, según el Decreto Ejecutivo del 26 de noviembre de 1924. Además, estableció el Banco Central de Guatemala como el único con la potestad de emitir la moneda.
Fue en 1925 cuando se acuñó la moneda de un quetzal, medio quetzal, un cuarto de quetzal, 10 centavos y 5 centavos en plata, así como monedas de un centavo en aleación de cobre.
Mientras que en 1926 se emitieron las monedas de 20, 10 y 5 quetzales, acuñadas a base de oro.
Su muerte, una incógnita
Orellana falleció el 26 de septiembre de 1926, según el Registro Nacional de las Personas (Renap). Sin embargo, varias teorías sobre su deceso se han desencadenado tras el paso de los años, una de ellas es que fue envenenado durante su descanso en un hotel en Antigua Guatemala.
Por María Godoy