jueves , 28 noviembre 2024
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Yo también fui joven

La moraleja de esta fábula es: no compitas con los viejos porque ellos tienen muchas mañas. Mejor únete a ellos y aprovecha su experiencia.

En un gallinero habían 50 gallinas y un solo gallo viejo que la familia había conservado por ser recuerdo de la abuela. Aquel día, la esposa dispuso comprar un gallo joven, gallardo, de rojo plumaje y espolones largos. A este gallo le voy a sacar raza, pensó, y acto seguido, lo soltó en el corral.

El nuevo gallo, con el estilo muy usual de un joven que se quiere comer el mundo, le dijo al viejo plumífero: anciano, es hora de retirarte. De ahora en adelante todas las gallinas me pertenecen, y lanzó su canto de ronquido esplendoroso. El anciano gallo le respondió: ¿sabes qué? ¡Echemos una carrera y el que gane se queda con todas las gallinas. Solo me tienes que dar una leve ventaja de 15 segundos porque, como ves, ya soy anciano! Con aire de supremacía, el joven le respondió: está bien.

El viejo gallo emprendió la carrera lo mejor que pudo.  Atrás salió el joven, presuroso y dispuesto a ganarle. Al ver esta escena, el granjero exclamó: ¡Otro animal que se atreve a molestar a mi querido gallo viejo! Y dicho esto: tomó su escopeta y le disparó al joven.

La moraleja de esta fábula es: no compitas con los viejos porque tienen muchas mañas. Mejor únete a ellos y aprovecha su experiencia.

La tercera edad, como eufemísticamente se conoce a quienes han llegado a los 65 años, no es para sentirse viejo, sino experimentado. Es común observar en algunos jóvenes un aire de desprecio por aquellos que han traspasado la barrera del medio siglo. Y lo peor es que algunos viejos se creen fuera de circulación y se resignan a encerrarse en su casa a llevar una vida contemplativa y nada provechosa.

Es verdad que a los 65 años se tiene menos energía física, pero se cuenta con un cuantioso tesoro que es la experiencia, forjada a veces, a base de fracasar y volver a empezar.

En efecto, hemos tenido el lujo del ensayo y error como fuente de aprendizaje. En la vida provecta las cosas se ven con una extensa perspectiva que nos permite establecer los pesos y contrapesos, las fortalezas y debilidades, los pros y los contras de los fenómenos.

Creo que los jóvenes deben aprovechar esta experiencia acumulada para aprender de ella y no cometer los mismos errores; aprender que a veces la vida enseña, pero también ensaña, sobre todo, en aquellos momentos en los cuales no basta el vigor de la fuerza física, ni el ímpetu de la valentía, sino se requiere también el ingrediente de la experiencia. Una alianza estratégica entre jóvenes y viejos sería la fórmula ideal para enfrentar y resolver todo tipo de problemas. Los viejos no somos una peste sino el capital acumulado con que cuenta un país para guiar la fuerza impetuosa de la juventud.

Hace algún tiempo, manejando en la cuesta Villalobos leí en el bómper trasero de un viejo camión cargado de blocks que avanzaba trabajosamente: “Yo también fui joven”. Nunca pensé que esa frase me llegaría en pocos años.


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