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COLUMNAS

Wheelwright y el emprendimiento (I)

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Gonzalo Andrés Serrano

Facultad de Artes Liberales

Esta semana, la Fundación Buen Puerto me invitó a dar una charla para jóvenes emprendedores porteños en la que debía dar cuenta de algún caso que pudiera servir de inspiración para personas que quieren aportar a la región.

Haciendo una revisión de la historia de Valparaíso quizás el caso más extraordinario sea el de un extranjero, William Wheelwright. Nacido en 1798 en Newbury Port, un pequeño puerto del estado de Massachussets, creció mirando la llegada y salida de los barcos. Pasaron apenas 12 años para que ingresara a la marina siendo apenas un niño.

Desde Newbury recorrió el mundo y por esas casualidades de la historia, cuando tenía 23 años, terminó naufragando frente al puerto de Buenos Aires.

Desde Newbury recorrió el mundo y por esas casualidades de la historia, cuando tenía 23 años, terminó naufragando frente al puerto de Buenos Aires. Una desgracia se transformó en oportunidad. Desde ahí se embarcó como sobrecargo rumbo a Valparaíso para cambiar la historia. Wheelwright llegó a un puerto cuyo desarrollo estaba aún en ciernes. Hay que imaginárselo lleno de ambulantes vociferando sus productos, fétido, mal cuidado, con delincuencia, etc.

En realidad, no hay que esforzarse mucho. La gran diferencia estaba en el movimiento portuario que empezaba a generarse en torno al muelle a través de barcos que llegaban de Europa y casas comerciales que distribuían sus productos. El estadounidense vio de inmediato todo el potencial que tenía esa ciudad para desarrollar un circuito económico que traería enormes beneficios a la ciudad y al país conectando Valparaíso con Panamá.

El crecimiento de este intercambio comercial estaba limitado por las restricciones tecnológicas, como tener que depender de veleros sometidos a los caprichos del viento. Sin embargo, la introducción del vapor cambió el panorama y Wheelwright intuyó que ahí estaba el futuro. Así se produjo la fundación de la Pacific Steam Navigation Company y la adquisición de sus dos joyas, los buques de vapor Chile y Perú.

                    Continuará… 

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COLUMNAS

Si todo es un trastorno mental, nada lo es (I)

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Patricio Ramírez Azócar
Docente Bienestar y Salud Concepción

Hace unos 10 años se publicó el libro Si todo es bullying, nada es bullying, un texto donde el psiquiatra infanto-juvenil Sergio Canals proponía una guía para que padres y educadores de niños y adolescentes pudieran distinguir el maltrato verbal, físico, social o psicológico en el contexto escolar, de otras agresiones de menor gravedad.

En un intento por resaltar la importancia de cómo identificar, prevenir, disminuir la frecuencia y aminorar los efectos del bullying, el autor entendía que era clave acotar específicamente a qué se refería el término y aclarar para qué situaciones, que igualmente deben ser atendidas, su uso no aplicaba.

Pero el mayor uso de los conceptos relativos a los trastornos mentales también ha traído consecuencias negativas y que, a juicio de algunos expertos, debe ser considerada una degradación indeseable.

Pensando en otros temas candentes en nuestra sociedad y que se dan en la discusión pública, podríamos mantener la idea expresada en el título de ese libro y aplicarla a muchas cosas como, por ejemplo: si todo es acoso, nada es acoso; si todo es discriminación, nada es discriminación o, como se plantea aquí, si todo es un trastorno mental, nada es un trastorno mental.

Términos como trauma, depresión, ansiedad, trastorno mental o el común, pero inespecífico, problema de salud mental, aparecen no solo en ámbitos clínicos, académicos o asistenciales, sino que también forman parte del diálogo cotidiano de las personas, de titulares de prensa o de cientos de libros de divulgación o autoayuda.

¿Es eso un problema? En principio, no lo es. Es más, a buena hora las sociedades, unas más, otras menos, y sus diferentes actores, se han ocupado de resaltar lo relativo a la salud mental y sus trastornos, y que la preocupación por ellos no esté restringida a psicólogos o psiquiatras, así como que no sea solamente un quehacer en hospitales, clínicas o consultas.

Pero el mayor uso de los conceptos relativos a los trastornos mentales también ha traído consecuencias negativas y que, a juicio de algunos expertos, debe ser considerada una degradación indeseable.

Continuará…

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COLUMNAS

Bosques de algas pardas en amenaza

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Bernardo Broitman

Profesor Titular FAL

Escuchamos el cambio climático global y se nos viene a la mente calor y sequía. O quizás, con el invierno, algunos términos científicos muy recientes en los matinales: ríos atmosféricos e isoterma cero. 

Esta jerigonza meteorológica y sus coloridos mapas estimulan nuestra imaginación gracias a la capacidad de observar y predecir el ambiente a escala de semanas.  Satélites y supercomputadores permiten adquirir, procesar y asimilar datos ambientales al ritmo de la farándula. Pero aunque Ud. no lo crea, los supercomputadores más poderosos del mundo invierten gran parte de sus horas en modelos para predecir el clima global durante el resto del siglo. Aquí no sirven las respuestas inventadas que escupe chatGTP

Nadie quiere que el cambio climático global lo pille desamparado, la ciencia nos da algunas claves para prepararnos, pero descubrir nuevas formas para disfrutar de forma sustentable del océano es una tarea fundamentalmente colectiva.

Estas máquinas calculan representaciones sobre cómo el  mar “mueve” a la atmósfera y viceversa, en el espacio y a través del tiempo. Un mundo de  supercomputadoras y grupos científicos que las manejan, repartidos alrededor del planeta, donde se consensúan escenarios climáticos para inferir qué va a pasar en el futuro en nuestro medio ambiente.

Se pronostican importantes cambios en nuestros ecosistemas costeros durante las próximas décadas. Las bajas temperaturas de esta orilla del océano Pacífico –la corriente de Humboldt, desde Chiloé hasta Perú se deben a que esas aguas han estado a mucha profundidad –y en la oscuridad– por mucho tiempo.

El viento ayuda a que suban a la superficie y entreguen sus nutrientes a las algas y microalgas quienes, usando la luz del sol para crecer, alimentan la enorme productividad y diversidad de nuestros ecosistemas costeros.

Tres estudios recientes, utilizando los escenarios climáticos más refinados, nos alertan de que hacia mediados de siglo el norte de Chile y el sur de Perú van a experimentar eventos ambientales extremos olas de calor marinas y supresión de la llegada de nutrientes a la superficie. Dos estudios predicen que estos escenarios climáticos llevarían a la desaparición de un ecosistema emblemático de esa zona: los bosques de algas pardas. 

Otros estudios alertan de que si desaparecen los bosques, se pierde todo lo que el ecosistema que estos albergan: peces, moluscos, otras algas. Los resultados de estos estudios son producto del consenso global de la mejor ciencia que tenemos, hay que tomárselo en serio y pensar qué podemos hacer. La leche ya fue derramada.

Las algas pardas que forman estos bosques, conocidas colectivamente como huiros, son de los ecosistemas más productivos del mundo. Esto permite que su extracción artesanal pueda sustentar un sector económico pujante pero precario, que es una fuente importante de ingresos en tiempos de necesidad. 

Un estudio aún más reciente descubrió un ciclo en esta economía: al disminuir los precios del cobre y aumentar el desempleo, aumenta la presión de cosecha sobre los bosques de algas pardas. ¿Podremos conciliar la protección de un medio ambiente amenazado por su mal uso y el cambio climático, y la legítima aspiración de una fuente de ingreso estable? Una posibilidad es verlo con una perspectiva socioecológica: la sustentabilidad de los bosques depende de la gente que los trabaja, la gente depende del ecosistema para trabajar.

De esta forma, se puede cultivar la capacidad adaptativa del socioecosistema con la flexibilidad de parte de autoridades y comunidades, recursos para asegurar la sustentabilidad de los bosques, organización dentro de las comunidades, conocimientos –nuevos y ancestrales– y finalmente, esa enorme iniciativa que despliegan los que buscan su sustento.

Nadie quiere que el cambio climático global lo pille desamparado, la ciencia nos da algunas claves para prepararnos, pero descubrir nuevas formas para disfrutar de forma sustentable del océano es una tarea fundamentalmente colectiva.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Enganchar con menos: la televisión se acorta (I)

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Alberto N. García 

Profesor titular de Comunicación Audiovisual y crítico cultural  

Revista Nuestro Tiempo 

Sabemos que hay más series nuevas que lentejas y material de archivo en las plataformas como para morir de viejo ante el televisor. Como el espectador no quiere espicharla, pero tampoco renunciar a la novedad, las cadenas han desarrollado fórmulas para ganarse la atención del público entre una oferta ingente.

Por supuesto, persisten los reclamos de siempre: una estrella rutilante (Nicole Kidman), un creador consolidado (David Simon), una marca fiable (HBO), un universo familiar (la franquicia de Star Wars) o un concepto inédito y sofisticado (El juego del calamar), por citar ganchos antiguos y efectivos. Sin embargo, este artículo se centra en la forma, no en el contenido.

Lo reseñable es la fortaleza que han adquirido ahora, tanto en cantidad como en calidad.

En formatos más frugales en duración, para ser precisos. Si miramos al estándar de la televisión estadounidense, la hegemónica, destaca el cambio con respecto al número de episodios por año. Los nostálgicos con el flamante estuche de El Ala Oeste, 24 o CSI pueden comprobar la extensión habitual: 22 episodios por año durante más de siete temporadas.

El equivalente mainstream en la actualidad podría ser The Crown, una serie popular y longeva creada para Netflix. El drama regio consta de seis temporadas, sí, pero de diez episodios cada una. El ejemplo sirve para constatar la norma: en el streaming es arduo encontrar series de éxito que rebasen esa cifra de capítulos (piense en The Boys, The Mandalorian, Yellowstone o Severance, por citar emblemas de cada plataforma).

Si bajamos un escalón llegaríamos a la pegada que han adquirido las miniseries. Los más talluditos intentarán adelantarse: “Oiga, que yo pedí la liberación de Kunta Kinte y aún sigo emocionándome con la épica militar de la Compañía Easy”. Sí.

Nadie dice que la miniserie sea nueva; así lo atestiguan la tradición de la BBC, donde siempre ha gozado de predicamento, o clásicos como Raíces, La mejor juventud o Hermanos de sangre. Lo reseñable es la fortaleza que han adquirido ahora, tanto en cantidad como en calidad.

Cada cual tendrá sus favoritas: Gambito de dama, Unorthodox, Chernobyl, Mare of Easttown, Watchmen, Devs, La maldición de Hill House, Antidisturbios… Si a uno le recomiendan cualquiera de estas propuestas, sabe que con seis o diez horas de su vida tiene la satisfacción de un relato completo, cerrado. 

                Continuará… 

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