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COLUMNAS

Un sinfín de permisos

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Felipe Schwember Augier

Profesor investigador de Faro UDD

Seguramente no resulta una temeridad conjeturar que la así llamada “permisología”, con todo lo que supone, es un fiel reflejo de la mentalidad recelosa, cuando no hostil al mercado, que lenta, pero inexorablemente, fue germinando en Chile en las últimas dos décadas.

Sus efectos avalan esa conjetura: la permisología retarda, obstaculiza, impide el desarrollo de proyectos de toda índole en el territorio nacional; desalienta, desmoraliza, disuade a los empresarios de invertir y, probablemente, incluso de buscar oportunidades de inversión.

Quizás las muchas desventajas que comporta la permisología no estaban en la mente de quienes promovieron las numerosas leyes ya medidas que, a modo de sedimentos, la fueron conformando.

Más bien deben haber pensado en la necesidad de atajar lo que le parecieron efectos indeseados de la actividad económica. No obstante, a estas alturas es claro que su razonamiento fue equivocado y que las medidas adoptadas (el sinfín de permisos) es contraproducente de cara al bienestar general de la población.

Las medidas adoptadas (el sinfín de permisos) es contraproducente de cara al bienestar general de la población.

Con todo, esa constatación no basta. Para conjurar los defectos de la permisología es necesario exponer y desechar la premisa en que con toda probabilidad descansa: la idea de que las dinámicas productivas del mercado son de suyo perjudiciales para el grueso de la población.

Sin esa premisa resulta difícil comprender que hayamos llegado tan lejos en la construcción de la burocracia imposibilitante que llamamos “permisología”.

Después de todo, es diferente regular con vistas a hacer posible una actividad, a regularla con vistas a dificultarla o hacerla improbable. La regulación del matrimonio, por ejemplo, es habilitante, no imposibilitante.

Esto último sería el caso si el legislador exigiera muchas y muy exigentes condiciones encaminadas a comprobar que los contrayentes no se van a hacer daño: declaraciones de los familiares, amigos y conocidos, certificados psicológicos, entrevistas, pruebas de fertilidad, etcétera.

Esto se complicaría aún más si los funcionarios encargados de llevar a cabo estos trámites no tuvieran un plazo fatal para hacerlo y, además, creyeran que la institución del matrimonio es dañina.

Este escenario kafkiano podría ocurrir si el regulador (y los funcionarios) creyeran que la institución misma es dañina (pero no derogable, sin embargo) yo que los contrayentes por regla general no saben lo que hacen ni lo que les conviene.

La idea de fondo que anima a la permisología debe ser abandonada, pues no puede sino llevar a legislar de un modo contrario a la libertad: si usted piensa que una institución es dañina, las medidas encaminadas a contener sus efectos pueden multiplicarse al infinito.

En tal caso, cada medida de control reclama, por sí misma, la medida de control ulterior que la asegure; cada medida adoptada para evitar un riesgo puede y debe ser complementada con otra ulterior que elimine el riesgo que ella misma causa.

La deriva distópica es obvia. Para evitarla, es preciso que la legislación sea habilitante, no
imposibilitante. 

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Entorno laboral seguro

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Joseph Dotu

Asociado de inclusión de la juventud,

OCR Guatemala

[email protected]

La cuestión de la seguridad en el trabajo es un tema de salud pública que se presenta a nivel global. Cada año, los accidentes y enfermedades en el trabajo causan la muerte de cerca de 2.9 millones de trabajadores, y 402 millones de personas se quedan con lesiones. Este problema no genera solamente un costo humano, sino también económico, que está estimado en un 4 por ciento del producto interno bruto mundial anual, casi 3 billones de dólares, según informes de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Frente a este reto, los Estados adoptaron compromisos internacionales con el fin de proteger la fuerza laboral en el mundo. Entre estos está el Pacto internacional de derechos económicos, sociales y culturales (1966) que en su Artículo 7b estipula que “los Estados Parte en el presente Pacto reconocen el derecho de toda persona al goce de condiciones de trabajo equitativas y satisfactorias que le aseguren en especial […] la seguridad y la higiene en el trabajo”.

En 2015, al adoptar la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, los Estados declararon que este tema seguía siendo una prioridad compartida, al enfocar el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 8 en el trabajo decente y las condiciones laborales. En la meta 8 de este ODS, los Estados miembros de la ONU resaltaron la importancia de “un entorno de trabajo seguro y sin riesgos para todos los trabajadores, incluidos los migrantes, en particular las mujeres y las personas con empleos precarios”. Para visibilizar estos temas, en 2003 la OIT declaró el 28 de abril como el Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el Trabajo. Esta conmemoración sirve para sensibilizar sobre la seguridad en el ámbito profesional e impulsar medidas de prevención de los accidentes en el trabajo, así como las enfermedades relacionadas con las diferentes profesionales.

Sin embargo; actualmente, ningún Estado ha alcanzado condiciones de trabajo seguras y saludable, para toda su fuerza laboral. El camino para mejorar el entorno laboral sigue siendo largo para muchos países, entre ellos, Guatemala. Dentro de la sociedad guatemalteca, las personas jóvenes son muy vulnerables a los riesgos laborales, especialmente las mujeres y los pueblos indígenas. Entre enero y octubre de 2023, 1 mil 096 accidentes laborales fueron registrados en Guatemala, principalmente en los sectores de la agricultura y de la industria, según fuente del Ministerio de Trabajo. En 2022 la tasa de informalidad laboral era de 70.8 por ciento, superando la tasa promedio de Latinoamérica, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Eso implica que las personas no siempre pueden cotizar a la seguridad social y tanto se quedan sin cobertura en caso de accidente. Además, se dificulta el control del cumplimiento de las normas laborales, generando un riesgo para la seguridad. La informalidad afecta particularmente a las personas jóvenes.  El 73.9 por ciento de las personas entre 13 y 30 años, ocupadas y asalariadas, reportaron trabajar sin el respaldo de un contrato, según fuentes oficiales en una encuesta publicada en 2020 por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa). Esta tendencia se agudiza para las personas jóvenes, de pueblos originarios, que tienen tres veces menor probabilidad de trabajar con contrato laboral, que las personas de otros grupos. Las mujeres enfrentan otro reto: el 68.7 por ciento de las jóvenes declaró encontrarse en situación de inactividad, en comparación con únicamente el 29.2 por ciento de los hombres jóvenes. Esta tendencia se explica, entre otros factores, debido a discriminaciones históricas que han sufrido estos grupos. Estos trabajos ayudan a millones de personas a no caer en la pobreza aguda. La fuerza laboral informal se distingue por salir adelante, a pesar de las barreras estructurales a las cuales se enfrenta. Es importante que esta dimensión sea incluida en el diseño de políticas públicas, para no dejar a nadie atrá

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COLUMNAS

Gripe H5N1: ¿la próxima pandemia? (II)

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Ignacio López-Goñi

Miembro de la Sociedad Española de Microbiología

Pero, además, como su genoma está formado por varios segmentos, el virus se puede mezclar o recombinar cuando distintas cepas infectan a la vez a un mismo animal. Por ejemplo, esto puede ocurrir en un cerdo infectado por un virus de la gripe humana de tipo H2N2 y otro de aves de tipo H3N8. Dentro del cerdo, se produce la nueva estirpe H3N2 (que toma la H3 del virus de aves y la N2 del humano) y que podría infectar y multiplicarse en nuestra especie.

El cerdo actuaría por tanto como un auténtico tubo de ensayo natural. Esto explica la aparición de nuevos tipos del virus, que pueden causar pandemias porque la población humana no ha estado nunca expuesta al nuevo patógeno, no tiene defensas contra él y se puede transmitir fácilmente. La gripe son virus de aves. El hospedador natural de los virus de la gripe no es el ser humano, sino aves acuáticas como los patos o los gansos, el gran reservorio o almacén natural de la mayoría de subtipos de gripe A. Estas aves pueden propagar el patógeno y transmitirlo a aves domésticas, pero también puede infectar a cerdos, caballos, murciélagos, animales domésticos, mamíferos marinos… y, por supuesto, al ser humano. Normalmente, los virus de la gripe capaces de unirse a los receptores de las células humanas suelen ser de los tipos H1N1, H2N2 o H3N2. Es, por tanto, una zoonosis: una enfermedad de animales que pasa al ser humano.

Las pandemias de gripe. Según datos de la OMS, la gripe estacional puede llegar a afectar a unos 1 mil millones de personas al año. Causa entre 290 mil y 650 mil muertes anuales por complicaciones derivadas de la infección viral, sobre todo en menores de cinco años.

Hasta ahora ha habido cuatro pandemias de esta enfermedad: la cepa de la gripe de 1918, que era del tipo H1N1 y de origen aviar y causó la mayor pandemia de gripe de la historia, con 20-40 millones de muertos en todo el mundo.

                                                             Continuará…

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COLUMNAS

Flanders contra el manga (I)

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Paco Sánchez

Periodista y profesor titular de la Universidade da Coruña

@pacosanchez

Escribo en las estribaciones de 2024, justo cuando doy una última vuelta a los textos de los alumnos de primero para decidir su nota final. Disfruto mucho con las clases, quizá con lo que más. En este curso, después de un año de abstinencia por discutibles cuestiones médicas, el goce ha sido mayor. Aunque también habrá influido que el número de estudiantes fuera menor e indeciblemente amable. Esto, claro está, no me ha privado de algunos sustos, como ocurre en cualquier aventura que se precie.

Por ejemplo, he descubierto que mis problemas de explicaderas van en aumento, pese a que todavía les gustan mis clases. Lo que realmente les interesa no es lo esencial, sino lo accesorio: las anécdotas con las que ilustro lo importante, las partes narrativas de la sesión más que las explicativas.

Como esto me ocurre desde hace años, cocino con particular esmero esas guarniciones e intento presentarlas de un modo apetecible: no siempre recuerdan a cuento de qué traje a colación determinada historia pero, si se les queda, aumentan las posibilidades de que se les quede también el conocimiento asociado que pretendía transmitir.

Llego a las primeras clases con miedo: ¿y si este año fuera el de la ruptura?, ¿y si ya no logro entenderme con ellos? Pero hay un lenguaje que siempre comprenden —nunca falla—, un idioma que no se puede simular. En una ocasión me dijeron algo muy doloroso que me cuesta confesar por primera vez ahora: “Es que para ti no somos un estorbo”.

Sentirse un estorbo en la vida de los otros tiene que resultar durísimo. Supongo que les darán ganas de quitarse de en medio. Y muchos, cada vez más, lo hacen. Terrible. Una sensación mucho peor que la de sentirse prescindible y que se ha convertido ya en plaga. No solo en las aulas.

Cuando percibo que les costará entender una palabra, la digo de todos modos. Me paro y les pregunto qué significa. Con frecuencia, nadie lo sabe y empieza una carrera por buscar el término en la aplicación del móvil (algunos no pueden descargársela porque llevan el móvil atestado de imágenes y música: no les cabe un bit y no quieren borrar).

Los vagos y los lanzados empiezan a aventurar propuestas sin consultar nada. Por fin alguien lee en voz alta la entrada de la Real Academia, que, por cierto, suele sorprenderles. A menudo incluso la rechazan.

                                                             Continuará…

Colaborador DCA
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