Revista Viernes
Santiago Sacatepéquez preserva los rituales de sus abuelos mayas
Este año cumplen su 125 aniversario de elaborar los barriletes gigantes
En el polideportivo de Santiago Sacatepéquez se observan a varios jóvenes de diversas edades trabajando con papel de china, goma y tijeras. Y es que los preparativos para presentar el Festival de Barriletes Gigantes el próximo 1 de noviembre van a toda marcha.
Rigoberto Sun es colaborador de la Asociación Civil Santiaguense para el Desarrollo Cultural (Asosdec) y explica que esta organización se inició en 1994 como un comité y luego en 2002, aproximadamente, se legalizó para velar porque la costumbre no se pierda, “para poder apoyar a los jóvenes y que esta tradición continúe”. Añade que a los grupos se les brinda un incentivo dividido en tres partes: “Cuando ellos empiezan, entre abril o mayo, luego se les da otro dos o tres meses después y el útimo ya para terminar”, expone Sun, porque el gasto para realizarlos es grande.
La tradición oral
El colaborador reseña que: “La leyenda cuenta que anteriormente Santiago Sacatepéquez no estaba ubicado acá, se situaba a 5 km, en un lugar alto y en esas tierras azotaba mucho viento y frío, eran dos factores que nuestros abuelos buscaban cómo enfrentar, porque se morían muchos niños. Cuando nuestros abuelos sembraban milpa o frijol, dicen que el viento acababa la cosecha. Nuestros abuelos kaqchikeles junto a los guías espirituales buscaron una forma de acabar con ese mal y salieron en busca de tierras y resulta de que traían a nuestro patrono Santiago Apóstol. Un día se quedaron a descansar acá y cuando se levantaron, el patrón no se movía, entonces ellos dijeron que esa era la señal ‘estas son las tierras que vamos a habitar’”.
Sun prosigue la crónica e indica que se trasladaron, pero comenzaron a tener problemas. “Cuenta la cosmovisión maya de que todo lugar en el planeta tiene un protector espiritual y los de estas tierras empezaron a molestarlos, porque no estaban de acuerdo en que vinieran a invadir sus tierras. Dicen que habían sonidos tétricos, empujaban las puertas o se abrían solas, y los abuelos sentían miedo e incluso los espíritus de los seres queridos que ellos dejaron en las tierras que abandonaron llegaron a molestar. Nuevamente los guías espirituales junto con los abuelos kaqchikeles se reunieron el 1 de noviembre y crearon un barrilete con hojas de banano y le hicieron flecos y dicen que eso ahuyentó a los malos espíritus y ayudó a que las ánimas de sus seres queridos sintieran paz. Eso fue hace más de 125 años, por eso este año celebramos 125 años de tradición y colorido”, expresa.
A este relato le suma: “También el 1 de noviembre se dice que salen las almas de nuestros seres que ya partieron, ese día comparten con nosotros los vivos, por eso es una conexión entre el inframundo con el supramundo y el barrilete es el medio de comunicación con nuestros seres amados. Hay otra tradición que se llama Los emponchados porque nuestros abuelos, el 31 de octubre se iban a las 6 de la tarde para el cementerio, llevaban con ellos atol de elote, elotes cocidos, chilacayote y no faltaba el aguardiente. Pasaban toda la noche ahí compartiendo con sus seres queridos, adornaban las tumbas y eso sigue, aunque últimamente ya no lo hacen muchas familias, pero nosotros estamos luchando para que todo eso se preserve, porque es lo que nuestros abuelos nos dejaron”.
Otra práctica es el B’ojoy Naye’: “Mi padre (tiene 85 años) me lo cuenta, que mi bisabuelo y mi tatarabuelo explicaban que habían espíritus tan poderosos, que a pesar del barrilete aún molestaban y no se iban, entonces también se creó la tradición y la cultura del B’ojoy Naye’ que significa “una olla nana”, El 1 de noviembre después del vuelo del barrilete entre cinco y media o seis de la tarde, la Cofradía de San Miguel Arcángel se reúne y salen aproximadamente a las siete de la noche. Ellos empiezan a gritar y salen de la iglesia y pasan en todo el pueblo gritando B’ojoy Naye’”.
Para el mundo
Ante la solicitud del Ministerio de Cultura y Deportes a la Unesco de declarar Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad a la Técnica de elaboración de barriletes gigantes de Santiago Sacatepéquez y Sumpango, Sun manifiesta que si es postiva la respuesta “esta tradición va trascender, porque actualmente sí se conoce, pero siento que hay lugares del mundo que no saben de los barriletes de Santiago Sacatepéquez. Eso nos va a ayudar a trascender fronteras y que la tradición siga, se expanda más y que esto sea más grande”, finaliza.
El corte del bambú
El bambú que se utilizará en los barriletes deben cortarlo en luna llena, ya que si no puede quebrarse. Y antes de eso realizan una ceremonia maya, junto a sus guías espirituales para pedir permiso a la Madre Tierra. Este año fue adquirido en la finca el Rodeo, Escuintla.
Revista Viernes
Los cuentos de Yolanda Oreamuno
El mérito de esta compilación radica en la búsqueda, el rastreo del mito y la riqueza literaria que la autora decidió publicar en vida. Los 16 cuentos que integran esta edición comparten la voz de la pérdida, la resistencia al paso del tiempo y la necedad de la naturaleza humana.
Sutiles y sugerentes, los cuentos de Las mareas vuelven de noche y otros cuentos se revelan al lector con la complicidad de un secreto compartido por la autora.
Esta publicación es un homenaje a su memoria. Yolanda Oreamuno escribe el primer cuento a los 16 años. Aproximarse a su trabajo literario es entrar en el cuarto de los espejos. Su narrativa es nebulosa y nostálgica, en ella gravitan personajes perversos e inocentes, que odian o aman a ciegas.
Revista Viernes
Leyes para los más pequeños del hogar
La Constitución Política de la República de Guatemala es la ley suprema del país, porque en ella están reconocidos nuestros derechos; además, indica quiénes dentro del Estado de Guatemala deben colaborar para que se respeten los derechos.
Este libro está dedicado a los más pequeños y primero les explicará cuáles son los derechos y deberes de los connacionales; asimismo, los órganos encargados de apoyar al Estado para que se cumpla su legislación.
Los defensores de la Constitución acompañarán a lo largo del recorrido para que los menores comprendan de mejor manera lo que se les está explicando en un lenguaje amigable y redactado especialmente para ellos.
Revista Viernes
Los bárbaros
Nosotros, los bárbaros, vivíamos en las montañas, en cuevas húmedas y oscuras, comiendo bayas, robando huevos de los nidos y apretándonos los unos contra los otros cuando la noche se hacía insufrible.
Era cierto que, a veces, un trémolo sordo nos llamaba. Temerosos, descendíamos por el bosque hasta ver el camino que habían construido los hombres del poblado, y veíamos las caravanas, los ricos carruajes, los soldados de brillantes corazas. Y era tanto el odio y la envidia y la rabia, que precipitábamos sobre ellos gruesas piedras (eran nuestra única arma) y escapábamos antes de que nos alcanzaran sus dardos.
A veces, en lo más sombrío e intrincado del bosque, aparecían hombres del poblado que gritaban y agitaban los brazos.
Se acercaban y nos ofrecían inútiles objetos. Acariciaban a los niños y, con gestos, trataban de enseñarnos alguna cosa, pero eso nos ofendía, y bastaba que uno de los nuestros gruñera para que todos nos abalanzáramos sobre ellos y destrozáramos sus artilugios y los despedazáramos. Los hombres que venían a nuestro encuentro no eran, además, como los soldados; eran infelices que se dejaban atropellar, que lloraban si rompíamos sus cajas de finas hojas llenas de signos apretados. De los soldados salíamos huyendo, pero a aquellos viejos que venían en son de paz podíamos atarlos a los árboles y torturarlos sin peligro. Babeando, danzábamos delante de ellos, les aplicábamos brasas candentes, los ofrecíamos al hambre de nuestras mujeres y de los niños que colgaban de sus pechos.
Sin embargo, a veces, disciplinados ejércitos de soldados avanzaban geométricamente sobre el bosque. Nosotros chillábamos, les lanzábamos piedras, les mostrábamos las bocas desdentadas con el gesto de amenaza que veíamos poner a los perros, pero ellos se desplegaban, y capturaban a algunos de los nuestros, y los lanceaban, y los demás solo podíamos retroceder, adentrarnos más en el bosque, ocultarnos en lo más espeso, en lo más inhóspito de sus profundidades.
Ahora ya casi todo el bosque es suyo. Rebeldes, rabiosos, ascendemos por las montañas mientras ellos extienden sus poblados, sus caminos empedrados, sus obedientes animales. Debemos retirarnos cada vez más, hasta aterirnos de frío en estas cumbres de nieve donde nada vive, donde nada hay que les pueda ser útil. Aquí nos apretamos, diezmados, cada vez más hambrientos, incapaces de comprender cómo son tan hábiles para aplicarse sobre el cuerpo finas pieles, de dónde sacan sus afiladas armas.
En las montañas, luchamos por sobrevivir frente a los osos y la lluvia. Vagamos en busca de comida, aunque cada vez es más difícil evitar a los hombres del poblado, los hombres sabios, los que tanto odiamos.
Ellos creen que no pensamos, pero se equivocan. Bastaría que vieran nuestras uñas rotas de escarbar la tierra, nuestra mirada agria e intolerante, nuestra rabia; bastaría eso para que al fin se dieran cuenta de que también sabemos preguntarnos por qué la victoria ha de ser suya.
Pedro Ugarte (España, 1963)