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COLUMNAS

Pedagogía por los niños hospitalizados (I)

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Olga Lizasoáin 

Profesora Titular de Educación Especial y Pedagogía Hospitalaria

El día internacional del niño hospitalizado, celebrado el 13 de mayo, es una fecha importante para poner el foco en esos pacientes e impulsar acciones que desde la educación mejoren su calidad de vida y la de sus familias. La fecha fue elegida para conmemorar la aprobación de la Carta Europea de los Derechos del Niño Hospitalizado en 1986, que reconoce, entre otros muchos, el derecho de los niños y niñas a tener acceso a actividades educativas y lúdicas. 

En España, este día coincide además con la celebración del Día de la Pedagogía, por lo que hablar de pedagogía hospitalaria, alcanza un doble significado.

La pedagogía hospitalaria viene avalada por el derecho universal a la educación y se contextualiza, principalmente, en las aulas hospitalarias. Se trata de un servicio educativo puesto a disposición de los niños y jóvenes ingresados para que puedan continuar con su desarrollo personal y académico durante el ingreso.

Estas aulas cuentan en la actualidad con profesionales de la educación que trabajan de manera interdisciplinar con el personal sanitario. Son un pilar básico de la humanización de los hospitales. 

En ellas se lleva a cabo una pedagogía global, que rompe la rigidez del currículo al centrarse en el aquí y ahora del niño, pasando así del educar para la vida al educar en la vida.

La pedagogía hospitalaria tiene mucho que ver con la enfermedad y con la vida.

La pedagogía hospitalaria tiene mucho que ver con la enfermedad y con la vida, sin renunciar a los aprendizajes escolares va mucho más allá. Supone un referente de la educación inclusiva y personalizada, cuyo radio de acción alcanza también al servicio de atención educativa a domicilio.

Los niños hospitalizados necesitan continuar con sus aprendizajes, que suponen una actividad conocida dentro de la inseguridad que genera un hospital y resaltan la parte saludable de sus vidas durante el ingreso. 

La tarea escolar colabora en ofrecer un mensaje de recuperación. No cabe duda de que llevar a cabo actividades lúdicas y educativas les proporciona bienestar y confianza. Los programas educativos deben perseguir el ajuste a la enfermedad y evitar alteraciones emocionales y conductuales, reduciendo el miedo y la ansiedad ante el entorno médico.

¿Y cómo puede gestionar esto el profesional de la pedagogía hospitalaria? Existen dos aspectos básicos: un buen manejo de la metodología docente unido a la colaboración interprofesional e intercambio de experiencias. Junto a esto se requieren grandes dosis de sensibilidad, flexibilidad, exigencia, escucha, iniciativa y fortaleza de ánimo, todo ello unido, evidentemente, a una adecuada y continua formación.

Las aulas hospitalarias son un modelo de innovación organizativa y metodológica gracias a la generalizada aplicación de metodologías activas como el aprendizaje basado en proyectos (ABP), que aumentan la motivación por aprender y favorecen la gestión de las emociones. 

En ellas, el verdadero centro lo constituye el educando con sus características propias, estado anímico, situación familiar, dolores o evolución de la enfermedad.

Otro aspecto nuclear es la colaboración con los profesores de los colegios en los que están escolarizados estos alumnos, con el fin de lograr la conexión entre ambos contextos y facilitar su posterior reincorporación. 

El profesional de la pedagogía hospitalaria tiene que elaborar programaciones adaptadas a cada alumno, realizar su seguimiento escolar y establecer un vínculo de relación con el colegio de origen de sus alumnos mientras dure el ingreso. Es necesario destacar aquí la inestimable ayuda que pueden brindar los medios telemáticos y las tecnologías de la información y de la comunicación como herramientas
pedagógicas. 

                                    Continuará… 

Universidad de Navarra
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COLUMNAS

Así nació la imagen real del mundo (II)

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Ana Eva Fraile
Revista Nuestro Tiempo

Desde este puerto inicia su viaje Una tierra prometida y muestra, sobre fondo azul, los álbumes científicos e intelectuales del siglo XVIII. Entre ellos, los cuadernillos L’Anatomie y L’Astronomie de La Enciclopedia, de Diderot y D’Alembert, dos dimensiones que ilustran la ambición de la ciencia por desentrañar cualquier área de conocimiento.

Sus dibujos enriquecieron los compendios sobre cartografía, astronomía, geodesia y nuevas especies.

Con precisión científica trabajaron también los artistas que se embarcaban en las expediciones, numerosas en ese periodo, para levantar acta del horizonte conocido o de nuevas maravillas. Sus dibujos enriquecieron los compendios sobre cartografía, astronomía, geodesia y nuevas especies, especialmente a raíz de que Carl von Linneo publicara en 1735 Systema naturae, su innovadora propuesta taxonómica para los reinos vegetal, mineral y animal.

En sala se encuentran, por ejemplo, los grabados coloreados a mano de Plantae Selectae, obra de los botánicos Trew y Ehret (que había conocido a Linneo), los dibujos en acuarela incluidos en la enciclopedia Libros ilustrados para niños, los álbumes Plantae officinales de Nees von Esenbeck, que investigó las propiedades médicas de las plantas, las litografías de orquídeas de James Bateman o el trabajo Historia natural de los loros, a los que François Le Vaillant pintó en sus hábitats, un acercamiento novedoso a la realidad.

La siguiente escala en esta travesía traslada al visitante a tierras egipcias, adonde el general Napoleón Bonaparte se dirigió en 1798 con hambre de conquista. A los más de 40 mil soldados se unieron 167 savants, que conformaban la Comisión de Ciencias y Artes.

El cometido de estos ingenieros, científicos y artistas era llevar a cabo una investigación exhaustiva sobre el país. Incluso se fundó el Instituto de Egipto. Aunque la campaña militar fracasó, los miembros de ambas instituciones no regresaron a Francia hasta la capitulación del general Menou, en agosto de 1801.

Solo unos meses después, a principios de 1802, comenzó la aventura editorial.

Continuará…

Colaborador DCA
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COLUMNAS

La seducción del negacionismo climático

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Cristóbal Bellolio

Escuela de Gobierno

El Demoledor es una película de 1993 protagonizada por Silvester Stallone, que versa sobre una armónica distopía donde se castigan los garabatos, la dieta es comida molecular y las relaciones sexuales son virtuales. La única disidencia vive en las cloacas a punta de hamburguesas de ratas, y de cuando en cuando sale a la superficie para asestar golpes terroristas. Su líder es Edgar Friendly.

El credo de Edgar Friendly es sencillo: no está dispuesto a que le digan cómo son las cosas, le gusta decir lo que piensa, y elegir cómo carajo vivir su vida, incluso si se trata de estallar de colesterol. Quiere comer carne hasta hartarse, fumar un cigarro “del tamaño de Cincinnati”, y correr empelota leyendo una Playboy, únicamente porque puede. Los malos no son ellos, que hacen lo que pueden por sobrevivir. Los malos son los de arriba, los que imponen su tiranía frígida y bien portada, que abusan del poder y secuestran los beneficios del progreso.

La negación del consenso climático tiene antecedentes ideológicos, o identitarios.

Friendly es un populista libertario. Populista, porque piensa que la sociedad está dividida en dos: la elite atiborrada y el pueblo postergado. No ve posibilidad de acuerdo, solo de conflicto. Lo que viene de arriba es paquete sospechoso. Pero también es libertario: quiere que la autoridad retroceda de su espacio vital, que no amenace su estilo de vida, que no arrebate sus hábitos de consumo.

El populismo libertario que representa Edgar Friendly es uno de los principales obstáculos que hoy enfrenta la lucha contra el cambio climático. Mucha gente le echa la culpa a la industria de combustibles fósiles y su lobby descarado. Pero hay otros factores que trascienden el interés pecuniario.

La negación del consenso climático tiene antecedentes ideológicos, o identitarios. No todo populismo descree del consenso científico en la materia. Algún eco-populismo de izquierda habrá por ahí. No todos los movimientos plebeyos que resisten la agenda verde progresista, descreen de la realidad de la crisis climática. Algunos sencillamente no quieren pagar la cuenta del festín de economía carbonizada que se dieron otros.

Tampoco todo libertarianismo es negacionista. En principio, se puede aceptar la ciencia climática y discrepar de una política climática que implique ensanchar las atribuciones del estado. Más de alguno insistirá en soluciones privadas a los problemas públicos. Autores como Jason Brennan elaboran una justificación libertaria para la obligatoriedad de las vacunas. Del mismo modo, otros sostienen que la reducción de emisiones es un imperativo del principio de no-agresión.

Pero la combinación entre ambas vertientes ideológicas (el populismo libertario) combustiona un tipo distintivo de rechazo a la ciencia climática, que tiene un poder seductor en ascenso. De hecho, gran parte de los partidos de “derecha populista radical”, para utilizar la etiqueta de Cas Mudde, despliega esta narrativa: las elites buenistas y cosmopolitas que tienen sus necesidades materiales satisfechas, y pueden darse el lujo de posar de ciclistas veganos, le imponen al resto de la gente ordinaria una moralina verde tan paternalista como inviable: para moverse a la pega hay que echarle bencina al auto.

Adicionalmente, la sombra de las futuras restricciones toca la fibra de las clases medias y trabajadoras que se han partido el lomo por llegar aquí. Han hecho de sus hábitos de consumo contaminante un proxy de estatus. Y nada se defiende como el estatus. Mientras tanto, las Greta Thunbergs de este mundo amenazan con una distopía de brócolis y viajes de 35 horas en tren.

Aquí entra la seducción del discurso de Edgar Friendly. Su populismo libertario mata dos pájaros de un tiro: sospecho de la agenda climática porque (a) viene de las elites globalistas y (b) arrebata mis libertades.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Municipios al rescate de los SLEP

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Mauricio Bravo

Vicedecano de la Facultad de Educación

La implementación de los Servicios Locales de Educación Pública (SLEP) ha sido un tema recurrente en el debate público.

Desde su creación, esta política se propuso como una gran reforma educativa destinada a mejorar la calidad y equidad en la educación pública. Sin embargo, debido a errores de diseño o al poco tiempo transcurrido, no ha logrado superar a los municipios en varios indicadores claves, como asistencia, deserción, rotación docente y puntajes Simce.

Estos resultados ponen en entredicho la eficacia de una reforma que, a pesar de sus buenas intenciones, no parece estar alcanzando los objetivos esperados.

Una de las principales falencias identificadas es que no se consideraron las buenas prácticas preexistentes en algunos municipios. 

Una de las principales falencias identificadas es que no se consideraron las buenas prácticas preexistentes en algunos municipios. Las reformas educativas de gran envergadura siempre deben tomar en cuenta las prácticas efectivas ya implementadas.

De lo contrario, no solo se desaprovechan conocimientos y experiencias valiosas, sino que también puede llevar a una implementación que no se ajusta a las realidades específicas de cada comunidad educativa.

Por otra parte, el corto plazo de implementación de los SLEP ha sido insuficiente para evaluar y ajustar adecuadamente sus resultados: “Las incidencias de las políticas educativas son muy diversas y pueden tardar años, incluso generaciones, en hacerse completamente visibles” (OECD Education Policy Evaluation 236, año 2020). Por tanto, antes de seguir avanzando en la implementación de nuevos SLEP, debemos realizar una evaluación robusta que permita identificar sus fortalezas y oportunidades de mejora.

Por último, la suposición de que un sistema educativo uniforme es la solución óptima para fortalecer la educación pública es un error. La diversidad de sostenedores, acompañados de mecanismos efectivos de regulación y supervisión, permite que estos funcionen como un sistema coherente y ordenado.

Además, la diversidad institucional puede ofrecer una respuesta más ágil y adecuada a las diversas necesidades locales, promoviendo así una mayor equidad y eficacia en el sistema educativo.

Colaborador DCA
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