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COLUMNAS

Navarros que dejaron huella (III)

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Por ello, pronto los vamos a encontrar en localidades meridionales, a donde en ocasiones llegan después de varias generaciones de vida en la Alta Navarra.

Pero no todos eran pastores. Los hijos desheredados de palacios y casas hidalgas bajonavarras también buscaron oportunidades en la Navarra peninsular. Una de estas familias es la de los Loigorri, originarios de la casa de ese nombre en la localidad bajonavarra de Lasa. Como era habitual en la región, el patrimonio lo heredaba uno solo de los hijos; en 1680, un hijo desheredado, Juan, se casó en la villa de Burguete con una mujer heredera de su casa. Un hijo de esta pareja, llamado Gracián de Loigorri, continuará el desplazamiento hacia el sur pues en 1716 contrajo matrimonio en Cintruénigo con doña Josefa Virto y Casado, miembro de una familia bien posicionada en la villa; en la segunda mitad del XVIII Loigorri era uno de los principales exportadores de lana de la Ribera, como demostró Ana Azcona. Ya en plena madurez, en 1756, don Gracián y su esposa obtuvieron el reconocimiento como hidalgos. Es un ejemplo entre muchos.

Llegados a la Ribera del Ebro, pronto los complicados apellidos de muchos de estos nuevos vecinos serán simplificados para acercarlos a la pronunciación de palabras mejor conocidas; así, en el melting pot de las poblaciones del Ebro los Imbuluzqueta se convierten en Iblusqueta; los Zay y Lorda en Zailorda; los Gorosabel en Guisabel; los ya citados Loigorri pierden su primer apellido, Echapare, y un largo etcétera. En ciudades como Corella y Cintruénigo se concentran familias procedentes de muy diversos lugares de la Navarra peninsular, de lo que dan fe sus apellidos: Aibar, Anchorena, Artázcoz, Asiáin, Bertizberea, Bonel, Celigueta, Galarreta, Garisoáin, Goñi, Gorráiz, Ichaso, Imbuluzqueta, Iriarte, Izal, Larumbe, Lizaso, Luna, Navascués, Olóndriz, Ruiz de Murillo, Sada, Sagaseta, Sanz, etc.

El origen bajonavarro puede rastrearse en los ya citados Loigorri, Armendáriz, Chivite y Lacarra. No faltan los franceses, procedentes de territorios distintos de la Baja Navarra, como Bernardo de Monlaur, bearnés que se estableció en Corella y obtuvo la naturaleza de navarro en 1717. De Aragón procedían los Virto; de Álava los Miñano; de Castilla, los Ágreda, Arévalo, Barea, Cervera, Escudero, Igea, Laínez, Sáenz de Heredia, Ursúa (de origen baztanés pero llegados de la vecina Alfaro). Corella: el esplendor de una ciudad barroca. Corella despertó una notable atracción debido a su privilegiado emplazamiento. En 1630, Felipe IV, siempre necesitado de recursos para mantener a sus ejércitos desplegados en distintos frentes, había otorgado a esta villa el título de ciudad tras haber socorrido a la Real Hacienda con el desembolso de 26 mil 500 ducados de plata doble y una renta de 3 mil 500 ducados, como ha escrito Pilar Andueza.


Los años de mayor prosperidad tardarían todavía en llegar, pues como en otros lugares de la Monarquía en el XVII se sucedieron epidemias y malas cosechas. Pero en torno a 1640 hay indicios de crecimiento: la vieja parroquia de San Miguel se ha quedado pequeña y en 1643 se inician los trámites para una ambiciosa reforma; además se reedifica la de Nuestra Señora del Rosario. No tardó en experimentarse una verdadera fiebre constructiva: era preciso edificar casas para todos estos nuevos vecinos, pero además en no pocos casos se trataba de viviendas de calidad, acordes con el nivel social y económico de unos mercaderes y hombres de negocios enriquecidos por el activo tráfico comercial.

La pujanza de la merindad de Tudela, y en particular el valle del Alhama, integrado por Corella, Cintruénigo y Fitero, quedó de manifiesto cuando, entre octubre y diciembre de 1695, las Cortes de Navarra se reunieron por primera y única vez en Corella.

Continuará…

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Hacia un uso seguro de la tecnología

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Mauricio Bravo
Vicedecano de la Facultad de Educación

Recientemente, tuvimos el honor de organizar nuestro segundo encuentro del año, Conecta Educar, junto a la Fundación Telefónica Movistar ¡Y vaya que hubo debate! En el panel, que contó con Marcia Raphael (diputada y miembro de la Comisión de Educación), Martín Cáceres (director del Centro de Innovación del Ministerio de Educación), José Miguel Ossa (socio fundador del Colegio Pioneros), y Benjamín Prieto (subdirector de formación y desarrollo del Colegio Tabancura), se discutieron los pros y contras de prohibir los dispositivos móviles en los colegios.

¿La conclusión? Aunque no todos estuvieron de acuerdo, hubo un punto de encuentro: el verdadero problema no son los celulares, sino el acceso sin control a redes sociales como Instagram y TikTok. Esto nos hace pensar en las recientes medidas tomadas en España, donde se ha elevado la edad mínima para tener redes sociales de 14 a 16 años.

Lo importante ahora es proteger a nuestros menores en los entornos digitales.

¡Una iniciativa inteligente para proteser a nuestros jóvenes en el entorno digital! Y, hablando de Chile, es crucial que también debatamos sobre cómo proteger a nuestros niños y adolescentes en sus interacciones digitales. Según un estudio de Kaspersky, el 55 por ciento de los menores chilenos ya tiene cuentas en redes sociales. Este acceso temprano puede tener serias consecuencias, desde la exposición a contenido inapropiado hasta el ciberacoso y las adicciones tecnológicas.

Pero no todo son malas noticias. El anteproyecto en España también incluye controles pediátricos para detectar adicciones tecnológicas, una medida innovadora que podríamos considerar aquí. Y no nos olvidemos de la alfabetización digital, tanto para padres como para docentes. La tecnología evoluciona rápidamente y cada una trae enormes beneficios, pero también grandes desafíos.

Mucho tiempo atrás fue la aparición de la imprenta, luego la telefonía, la computación, internet y ahora debemos estar atentos a la evolución vertiginosa de la inteligencia artificial, que ya está revolucionando nuestras vidas. Cada avance tecnológico trae consigo grandes beneficios, pero también grandes desafíos.

En cada una de estas las sociedades se adaptaron y crearon marcos de protección que no limitaran el desarrollo ni la innovación.

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COLUMNAS

Sabine Weiss: Instantes de verdad (I)

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Ana Eva Fraile
Revista Nuestro Tiempo

Sabine se presentó en las oficinas de Vogue con varias cajas de copias en su maletín. Era agosto de 1952, tenía 28 años y hacía seis que se había instalado en París, donde trabajaba como ayudante del fotógrafo de moda Willy Maywald.

En manos del editor de la revista, Michel de Brunhoff, cayó un retrato de Joan Miró que ella había hecho en Cataluña a finales de los cuarenta, y quiso conocer mejor su trabajo. “Mmm, es bueno, mmm…”, mascullaba a su lado un hombrecillo al que Weiss no conocía. De Vogue salió con un contrato que duró nueve años.

Y, unos días después, recibió una carta con el membrete de la agencia Rapho en la que le pedían que presentara sus fotos. Entonces supo que la misteriosa silueta que la había acompañado en aquel despacho era el famoso fotógrafo Robert Doisneau, que acabaría siendo un gran amigo y valedor de la obra de Sabine.

“Mi vida ha estado jalonada por golpes de suerte y encuentros fortuitos”, confesaba en 2016 Sabine Weiss en una pieza audiovisual de la galería Jeu de Paume. En 1952, a raíz de su incorporación a Rapho, su carrera despegó.

Desde que reunió dos francos y medio para comprar su primera cámara de baquelita, a punto de cumplir los once, hasta principios de 2000, Sabine Weiss nunca dejó de fotografiar.

También al otro lado del océano. Cabeceras estadounidenses como The New York Times, Life, Newsweek o Holiday comenzaron a publicar sus fotografías, y participó en exposiciones en el MoMA de Nueva York y el Instituto de Arte de Chicago. Asimismo, en 1955, Edward Steichen seleccionó tres de sus imágenes para la antología histórica The Family of Man, que recorrió el mundo durante ocho años.

El segundo momento decisivo sucedió en 1978. Sin que Sabine lo supiera, su marido, el pintor estadounidense Hugh Weiss, y unos amigos, entre los que se encontraba Doisneau, organizaron una exposición (su primera retrospectiva) en el centro cultural Noroit, en Arras (Francia).

Aconsejada por Doisneau, ella se ocupó personalmente de seleccionar las imágenes entre las colecciones de los años cincuenta y sesenta. Así emprendió la relectura de unas fotografías en blanco y negro que nunca antes había enseñado. “Eran mi jardín secreto, mi reserva espiritual”, relató en 2009 en el libro Intimes Convictions.

Una vez terminó de colgar las obras ampliadas y enmarcadas, pudo contemplar la coherencia de su trabajo. “Me reencontré conmigo misma y con mi identidad”, reconoció. Desde que reunió dos francos y medio para comprar su primera cámara de baquelita, a punto de cumplir los once, hasta principios de 2000, Sabine Weiss nunca dejó de fotografiar.

Durante siete décadas, alimentó un archivo monumental: 200 mil negativos, 7 mil hojas de contacto, 2mil 700 grabados de época, 2 mil grabados modernos, 3 mil 500 impresiones, alrededor de 2 mil diapositivas y toda la documentación, que incluye recortes de prensa, reseñas, pruebas, correspondencia, películas y grabaciones. En 2017, decidió donar su legado al Museo Photo Elysée de Lausana (Suiza), que divisaba de niña desde la otra orilla del lago Lemán.

Su asistente, Laure Delloye-Augustins, la ayudó a hacer inventario. Una meticulosa tarea gracias a la que redescubrió sus propias fotografías, almacenadas durante tiempo y tiempo en cajas. A Sabine le gustaba volver sobre la envejecida libreta en la que registraba, de manera poco ortodoxa, sus quehaceres. Pasaba con cuidado las páginas porque algunas estaban a punto de desprenderse.

Al releer aquellas notas manuscritas del cuaderno de bitácora, sus recuerdos despertaban. Como destellos fugaces. En el vídeo Les 1001 vies de Sabine Weiss, no ocultaba su sorpresa ante una trayectoria tan fértil: “No entiendo cómo pude hacer tantas cosas en la misma época, es increíble, y cosas completamente distintas. Fue una vida muy buena, ¡no me arrepiento de nada!”.

Continuará…

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COLUMNAS

Felipe VI: renovación en una década tormentosa (I)

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Asunción de la Iglesia
Profesora de Derecho Constitucional

Los diez años del reinado de Felipe VI (2014-2024) pasarán a la historia como un periodo de renovación en un contexto de crisis prolongada. La renovación de la institución comenzó desde el primer discurso del Rey que, en la proclamación, habló de una monarquía renovada.

Las reformas han fijado el código de conducta del personal al servicio de la Casa del Rey, las normas sobre regalos a la Familia Real, la supervisión de la actividad económica ante el Tribunal de Cuentas, la estructura de la Casa Real y a la transparencia, entre otros aspectos.

Ha sido una sucesión de disposiciones y decisiones que han dado la vuelta a la institución para adaptarla al siglo XXI. También se ha buscado renovar y acercar la imagen pública de la Familia Real. Pero en esta década no han faltado desafíos y crisis encadenadas.

El fin del bipartidismo dio paso a una fragmentación y polarización parlamentaria.

Hoy son los conflictos bélicos en Europa y en Oriente Próximo y la gravísima crisis constitucional en España, que no tiene precedentes de tan acusado y prolongado deterioro desde que se aprobara la Constitución.

El último mensaje de Navidad de Felipe VI alertaba ante un panorama crítico. Conviene rescatar el discurso y enlazarlo con el de la proclamación, pues contienen las claves de la década. En medio hemos atravesado sucesivas crisis: la energética derivada de la guerra en Europa, la pandemia de la Covid y todas sus consecuencias humanitarias, políticas, económicas y sociales, el proceso independentista de Cataluña, que no parece que vaya a cerrarse con la polémica ley de amnistía.

Es indiscutible que su determinante discurso de 3-O de 2017 puso freno al proceso y fue antesala de la aplicación del art. 155 de la Constitución. Con ello Corona se situó aún más en la diana del independentismo, pero no solo.

El movimiento 15- M y sus herederos políticos ya habían agitado un nuevo republicanismo en el último periodo del reinado de Juan Carlos I, favorecido con los efectos de las crisis familiares y los escándalos de corrupción del caso Noos o las acusaciones que comprometían al Rey Emérito.

El fin del bipartidismo dio paso a una fragmentación y polarización parlamentaria que desde 2015 dificultó la formación de Gobierno, con largos periodos en funciones y convocatorias sucesivas de procesos electorales. La función del Rey en la propuesta de candidato a la investidura pasó a ser un proceso dilatado y tortuoso, aunque bien resuelto por el Jefe del Estado.

Continuará…

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