miércoles , 27 noviembre 2024
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Estamos enfermos

Y la verdad es que curarnos, no va a ser fácil. Ya dijo Jean Paul Sartre que aunque no hubiera semitas, habría antisemitas, frase que no pude menos que recordar cuando vi que la noticia de la reunión habida entre el Presidente de Guatemala y el Presidente de los Estados Unidos de América, éxito ¿Por qué regatearlo, cuando se tiene? de la Canciller de Guatemala y de nuestro Embajador en Washington se minimizaba –incluso– con saña, destacando más que la reunión (el imperio de las formas sobre la esencia) el proceso que en Guatemala ha tenido que enfrentar la Canciller por el amor de un niño.Cuánta gana de descalificar y de hacer prevalecer el imperio de las formas. ¡Cuánto sesgo y cuánto odio!

Sustraída de su cargo de Vice Canciller, la actual Canciller –árbol caído– escribí en esta misma comuna –columna que entonces aparecía en El Periódico, año 2016– lo que reproduzco a continuación –entre comillas– y que con la misma convicción reitero, en manos ahora de la Corte Suprema de Justicia el punto final que debe ponerse en este asunto:

“El interés superior del niño: en la telaraña de las formas, queda la esencia relegada. No tengo otros elementos de juicio que la información de prensa aparecida pero –atenido a esta– no veo perversidad en las personas imputadas sino amor, ese amor –precisamente– paterno y maternal que es lo único que puede satisfacer el interés que se proclama.

La frase –no sé si en efecto sea suya– pero se atribuye a Ernesto Cardenal y podría asegurar que lo es o que, en todo caso, merecería serlo –humanista el poeta por los cuatro costados: “Los niños huérfanos, en un orfelinato, siguen siendo huérfanos en tanto que los niños huérfanos, en una familia, dejan de serlo”– la frase, decía, expresa todo cuanto podría expresarse sobre el tema.

Leo la información y encuentro que el juez, su prima, el esposo de esta y la tercera persona que aparece involucrada actuaron en favor del interés superior del niño: jamás para hacerle daño sino –antes bien– para que pudiera colmársele de amor y de cariño.

No se ve en todo esto ningún dinero de por medio ni ruines intensiones. Objetable, quizá, el “egoísta” deseo de amar, incluso, por encima de las leyes.

No puede comprenderse el amor de un padre o de una madre sino como algo que resulta inherente –o que, al menos, debería serlo– al interés superior del niño.

¿Un niño sin amor?

¿Cuál interés, entonces, satisfecho?

No sé si en este caso estemos o no ante esa terrible y última disyuntiva que puede producirse en lo jurídico y que obliga a optar–grave decisión– entre el Derecho y la Justicia.

No sé si nos encontremos ante un caso, reitero, en el que se tenga que optar, por uno o la otra, alternativa que no puede tener otra respuesta (peligrosa y grave decisión) que la siguiente: si debemos optar entre el Derecho y la Justicia, debemos optar por la Justicia.

¿No es, acaso su realización, el fin mismo del Derecho?

No tengo los suficientes elementos de juicio y comprendo que no es sano que nos apartemos de las normas –aunque estas nos duelan– pero –una vez más– ¿Qué es más importante, el mundo de las formas, o el interés superior del niño? ¿Qué es más importante, cualquiera de sus formales derechos o su más importante derecho a ser amado..?.

¿Existe, por cierto, ese derecho?

Al parecer, tal la información de prensa, se perpetraron delitos. ¿Existirán en estos eximentes? ¿Atenuantes? ! Qué se yo! Lo único que sé es que este caso no puede satanizarse ni tratarse en el rígido mundo de las formas: Se hace imperativo llegar a la sustancia.

La prensa merece un reconocimiento especial por la forma en que ha llevado la información servida, evitando a la funcionaria pública –hasta el límite de lo posible– los embates del siempre tentador sensacionalismo, funcionaria que, por otra parte, ha hecho lo correcto, separarse de la función pública para no comprometer –aunque nada tenga que ver con el tema– la dignidad de su cargo en el asunto.

El agua que se derrama, nunca se recoge, y hace bien la prensa en la discreción guardada. Pareciera que este caso es una tragedia sin posible solución, como todas las tragedias: La transgresión de las leyes parece perpetrada y el silogismo jurídico –implacable– cual guillotina, pareciera imponernos su sentencia.

Sin embargo, confío en que el desenlace pueda ser no el de la tragedia, inevitable, sino el del penoso y largo drama que ha tenido que vivirse pero con el final feliz que se merece, drama en el cual no puede pasarse por alto el amor materno y paterno: al final de cuentas, lo único que puede satisfacer –de verdad– el interés superior del niño.

La adopción y, sobre todo, la adopción internacional, quedó estigmatizada por el abuso que se hizo de la misma, una de las instituciones más hermosas que se remonta hasta el Derecho Romano, dotar de padre y madre a aquellos que, por razones múltiples, no los tienen o los pierden. (Los burrócratas quisieron erradicar los excesos y –tal vez lo lograron– acabando no sólo con estos sino con la propia institución, reducida a los terrenos de la nada.)

Este caso, sin embargo –y es bueno saberlo– no tiene nada que ver con servicios profesionales en torno a la adopción, ni cosa que se le parezca, sino simple y llanamente –reitero– con el imperdonable pecado de amar, ciego el instinto maternal –censurable, quizá, pero sublime– más allá de toda consecuencia…

Una pregunta final es la obligada y cuya respuesta lo resuelve todo ¿Y, el niño? ¿Dónde está el niño? ¿Cuál es, en este caso –todas las demás normas sobran en el tema– el interés superior del niño?

¿Importa, acaso?

Entre el Derecho y la Justicia, la Justicia: una luz importante para la sabiduría de los jueces”.

Hasta aquí, la reproducción de aquel artículo.

¿Importante la visita realizada por el Presidente a los Estados Unidos de América? Sin lugar a dudas. ¿Un buen manejo el de la Canciller, el Embajador y sus equipos?  Bueno, hablan más las fotos de esa reunión –aunque pobremente publicadas– que todas las palabras.

El Presidente Morales –es él quien, finalmente, define nuestra política internacional–, tiene derecho de sentirse satisfecho y, así, habríamos de sentirnos todos que –no lo olvidemos nunca– “desunidos los de dentro, les devoran los de fuera…”

En la reunión “fugaz” (no tuvo nada de fugaz) al fondo de los Presidentes, las banderas de Guatemala y de los Estados Unidos de América –sentados y bien sentados, ambos mandatarios– nada de que de un simple apretón de manos franqueados los mandatarios, también sentados, por sus principales funcionarios (una reunión, con toda la barba y realizada antes del desayuno de oración –3700 asistentes– y no “durante” el desayuno, como “informaron”).

¿Errores? Claro que los hay, nadie es perfecto.

La prensa tiene, también, como todos –sus luces y sus sombras–. Su recato en la situación narrada en el artículo reproducido, contrasta con la utilización de aquel drama para descalificar a la misma mujer de entonces, ahora Canciller, y minimizar su logro. Dice la sentencia popular que no hay mal que por bien no venga y quizá la información servida –fuera de contexto– sirva para que, en el momento justo, se nos haya llevado a recordar la columna publicada:

Entre el Derecho y la Justicia –no pude caber duda alguna– la Justicia: una luz importante para la sabiduría de los jueces.

Una obligada post data: si el Presidente Trump no hubiera hecho referencia a la lucha contra la corrupción, limitado a referirse a Jerusalén, la inmigración ilegal, el narcotráfico y la seguridad y prosperidad de Guatemala (seguridad y prosperidad la lleva implícita) sí lo hizo expresamente el Secretario de Estado, Tillerson –el equivalente a nuestra Canciller– reconociendo esa lucha, sumamente consciente, es de suponer, que si no fuera por el Presidente Morales, quien renovó su mandato, ya no existiría la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala.

¡Cuidado, pues, con el sesgo de la información y con los falsos profetas!

Nos encontramos enfermos –“aunque no hubiera semitas, había antisemitas”– ¿La redención, no existe, acaso?

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