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COLUMNAS

Discursos que conmovieron ala humanidad (II)

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Santiago de Navascués 

Profesor de Historia Contemporánea

Pero no todo es literatura: cuando Abraham Lincoln tomó la palabra para hablar en Gettysburg, más de 50 mil soldados yacían en las tumbas del cementerio nacional a pocos metros del estrado.

Aquel frío mes de diciembre de 1863, Lincoln tenía la enorme tarea de resumir las lecciones de la guerra civil, y lo hizo en apenas dos o tres minutos, con diez oraciones y en menos de 300 palabras.

Lo más probable es que pocos oyeran su contenido: sin micrófonos y con tan pocas palabras, los asistentes probablemente no fueron conscientes de lo que acababan de presenciar.

Lincoln dejaba para la posteridad una de las mejores definiciones de la democracia: “El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Sin embargo, tuvo que pasar mucho tiempo antes de que el discurso se hiciera famoso, con la impresión y reimpresión de aquellas líneas.

Para que los discursos tuvieran un efecto inmediato sobre todo un país, sería necesario esperar a la invención de la radio.

Para que los discursos tuvieran un efecto inmediato sobre todo un país, sería necesario esperar a la invención de la radio.

El 30 de octubre de 1938, Orson Welles decidió poner a prueba a los oyentes de radio con un experimento que causaría pánico y estupor: comenzó a relatar en tiempo real una invasión de marcianos en el planeta tierra.

El discurso produjo una histeria colectiva en los oyentes que duró unas pocas horas, tiempo suficiente como para descubrir que se trataba de una broma y mostrar al mundo el poder de los modernos medios de comunicación de masas.

En realidad, la histeria provocada por el discurso de Welles tenía un correlato muy real: un mes antes, Hitler había firmado un acuerdo con Francia, Italia y Reino Unido por el que Alemania se incorporaba una parte sustancial de Checoslovaquia.

Así, cuando dos años más tarde los alemanes expulsaban a los últimos batallones franco-británicos en Dunquerque, Winston Churchill tuvo que defender lo indefendible.

En una serie de discursos memorables, el primer ministro ofreció al público un futuro incierto –”salvo sangre, trabajo, lágrimas y sudor“–, pero también “la hora más gloriosa” del Imperio británico.

Pocos discursos han planteado con tanta crudeza una tragedia; y pocos tuvieron tanto impacto para inspirar el heroísmo en la hora más oscura. Todo cambia con el nacimiento de la televisión.

Con la era de la televisión, las reglas del juego cambiaron otra vez. Ahora los oradores no solo debían ser maestros de la retórica, sino también cautivar al auditorio con una sonrisa arrolladora y el dominio del lenguaje no verbal.

Los primeros debates presidenciales retransmitidos por televisión mostraron al mundo el duelo en la cumbre de dos titanes de la oratoria: John F. Kennedy y Richard Nixon.

El primero pasaría a la historia como uno de los presidentes más carismáticos de la historia gracias al impacto de sus discursos en televisión.

Muchos recuerdan el eslogan de su discurso inaugural “No preguntes qué puede hacer tu país por ti; pregunta qué puedes hacer tú por tu país”, una impresión que contrasta vivamente con la dura expresión que adoptó el rostro del presidente durante la crisis de los misiles de Cuba, advirtiendo a los Soviéticos de que “la conducta agresiva, si se permite que continúe sin control y sin ser desafiada, conduce en última instancia a la guerra”.

Hoy en día, sabemos que Kennedy iba en serio, y que por suerte la crisis se atajó en el último momento. Había en sus palabras una franqueza noble, a veces incluso imprudente, que solo fue superada por un contemporáneo: Martin Luther King Jr. Si algo hace memorable al héroe de los derechos civiles es aquel discurso pronunciado en Washington el 28 de agosto de 1963: I have a dream (Tengo un sueño).

En poco más de seis minutos, King relató la belleza y la tragedia de su país. Al igual que Lincoln, tenía la convicción de los “gigantes dormidos” de la Constitución se despertarían: la igualdad y la libertad de todos los humanos. Pocos discursos son tan intemporales como este.

Como todos los grandes oradores, Luther King supo transmitir una emoción que traspasaba fronteras que iban mucho más allá del color de la piel. 

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Así nació la imagen real del mundo (II)

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Ana Eva Fraile
Revista Nuestro Tiempo

Desde este puerto inicia su viaje Una tierra prometida y muestra, sobre fondo azul, los álbumes científicos e intelectuales del siglo XVIII. Entre ellos, los cuadernillos L’Anatomie y L’Astronomie de La Enciclopedia, de Diderot y D’Alembert, dos dimensiones que ilustran la ambición de la ciencia por desentrañar cualquier área de conocimiento.

Sus dibujos enriquecieron los compendios sobre cartografía, astronomía, geodesia y nuevas especies.

Con precisión científica trabajaron también los artistas que se embarcaban en las expediciones, numerosas en ese periodo, para levantar acta del horizonte conocido o de nuevas maravillas. Sus dibujos enriquecieron los compendios sobre cartografía, astronomía, geodesia y nuevas especies, especialmente a raíz de que Carl von Linneo publicara en 1735 Systema naturae, su innovadora propuesta taxonómica para los reinos vegetal, mineral y animal.

En sala se encuentran, por ejemplo, los grabados coloreados a mano de Plantae Selectae, obra de los botánicos Trew y Ehret (que había conocido a Linneo), los dibujos en acuarela incluidos en la enciclopedia Libros ilustrados para niños, los álbumes Plantae officinales de Nees von Esenbeck, que investigó las propiedades médicas de las plantas, las litografías de orquídeas de James Bateman o el trabajo Historia natural de los loros, a los que François Le Vaillant pintó en sus hábitats, un acercamiento novedoso a la realidad.

La siguiente escala en esta travesía traslada al visitante a tierras egipcias, adonde el general Napoleón Bonaparte se dirigió en 1798 con hambre de conquista. A los más de 40 mil soldados se unieron 167 savants, que conformaban la Comisión de Ciencias y Artes.

El cometido de estos ingenieros, científicos y artistas era llevar a cabo una investigación exhaustiva sobre el país. Incluso se fundó el Instituto de Egipto. Aunque la campaña militar fracasó, los miembros de ambas instituciones no regresaron a Francia hasta la capitulación del general Menou, en agosto de 1801.

Solo unos meses después, a principios de 1802, comenzó la aventura editorial.

Continuará…

Colaborador DCA
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COLUMNAS

La seducción del negacionismo climático

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Cristóbal Bellolio

Escuela de Gobierno

El Demoledor es una película de 1993 protagonizada por Silvester Stallone, que versa sobre una armónica distopía donde se castigan los garabatos, la dieta es comida molecular y las relaciones sexuales son virtuales. La única disidencia vive en las cloacas a punta de hamburguesas de ratas, y de cuando en cuando sale a la superficie para asestar golpes terroristas. Su líder es Edgar Friendly.

El credo de Edgar Friendly es sencillo: no está dispuesto a que le digan cómo son las cosas, le gusta decir lo que piensa, y elegir cómo carajo vivir su vida, incluso si se trata de estallar de colesterol. Quiere comer carne hasta hartarse, fumar un cigarro “del tamaño de Cincinnati”, y correr empelota leyendo una Playboy, únicamente porque puede. Los malos no son ellos, que hacen lo que pueden por sobrevivir. Los malos son los de arriba, los que imponen su tiranía frígida y bien portada, que abusan del poder y secuestran los beneficios del progreso.

La negación del consenso climático tiene antecedentes ideológicos, o identitarios.

Friendly es un populista libertario. Populista, porque piensa que la sociedad está dividida en dos: la elite atiborrada y el pueblo postergado. No ve posibilidad de acuerdo, solo de conflicto. Lo que viene de arriba es paquete sospechoso. Pero también es libertario: quiere que la autoridad retroceda de su espacio vital, que no amenace su estilo de vida, que no arrebate sus hábitos de consumo.

El populismo libertario que representa Edgar Friendly es uno de los principales obstáculos que hoy enfrenta la lucha contra el cambio climático. Mucha gente le echa la culpa a la industria de combustibles fósiles y su lobby descarado. Pero hay otros factores que trascienden el interés pecuniario.

La negación del consenso climático tiene antecedentes ideológicos, o identitarios. No todo populismo descree del consenso científico en la materia. Algún eco-populismo de izquierda habrá por ahí. No todos los movimientos plebeyos que resisten la agenda verde progresista, descreen de la realidad de la crisis climática. Algunos sencillamente no quieren pagar la cuenta del festín de economía carbonizada que se dieron otros.

Tampoco todo libertarianismo es negacionista. En principio, se puede aceptar la ciencia climática y discrepar de una política climática que implique ensanchar las atribuciones del estado. Más de alguno insistirá en soluciones privadas a los problemas públicos. Autores como Jason Brennan elaboran una justificación libertaria para la obligatoriedad de las vacunas. Del mismo modo, otros sostienen que la reducción de emisiones es un imperativo del principio de no-agresión.

Pero la combinación entre ambas vertientes ideológicas (el populismo libertario) combustiona un tipo distintivo de rechazo a la ciencia climática, que tiene un poder seductor en ascenso. De hecho, gran parte de los partidos de “derecha populista radical”, para utilizar la etiqueta de Cas Mudde, despliega esta narrativa: las elites buenistas y cosmopolitas que tienen sus necesidades materiales satisfechas, y pueden darse el lujo de posar de ciclistas veganos, le imponen al resto de la gente ordinaria una moralina verde tan paternalista como inviable: para moverse a la pega hay que echarle bencina al auto.

Adicionalmente, la sombra de las futuras restricciones toca la fibra de las clases medias y trabajadoras que se han partido el lomo por llegar aquí. Han hecho de sus hábitos de consumo contaminante un proxy de estatus. Y nada se defiende como el estatus. Mientras tanto, las Greta Thunbergs de este mundo amenazan con una distopía de brócolis y viajes de 35 horas en tren.

Aquí entra la seducción del discurso de Edgar Friendly. Su populismo libertario mata dos pájaros de un tiro: sospecho de la agenda climática porque (a) viene de las elites globalistas y (b) arrebata mis libertades.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Municipios al rescate de los SLEP

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Mauricio Bravo

Vicedecano de la Facultad de Educación

La implementación de los Servicios Locales de Educación Pública (SLEP) ha sido un tema recurrente en el debate público.

Desde su creación, esta política se propuso como una gran reforma educativa destinada a mejorar la calidad y equidad en la educación pública. Sin embargo, debido a errores de diseño o al poco tiempo transcurrido, no ha logrado superar a los municipios en varios indicadores claves, como asistencia, deserción, rotación docente y puntajes Simce.

Estos resultados ponen en entredicho la eficacia de una reforma que, a pesar de sus buenas intenciones, no parece estar alcanzando los objetivos esperados.

Una de las principales falencias identificadas es que no se consideraron las buenas prácticas preexistentes en algunos municipios. 

Una de las principales falencias identificadas es que no se consideraron las buenas prácticas preexistentes en algunos municipios. Las reformas educativas de gran envergadura siempre deben tomar en cuenta las prácticas efectivas ya implementadas.

De lo contrario, no solo se desaprovechan conocimientos y experiencias valiosas, sino que también puede llevar a una implementación que no se ajusta a las realidades específicas de cada comunidad educativa.

Por otra parte, el corto plazo de implementación de los SLEP ha sido insuficiente para evaluar y ajustar adecuadamente sus resultados: “Las incidencias de las políticas educativas son muy diversas y pueden tardar años, incluso generaciones, en hacerse completamente visibles” (OECD Education Policy Evaluation 236, año 2020). Por tanto, antes de seguir avanzando en la implementación de nuevos SLEP, debemos realizar una evaluación robusta que permita identificar sus fortalezas y oportunidades de mejora.

Por último, la suposición de que un sistema educativo uniforme es la solución óptima para fortalecer la educación pública es un error. La diversidad de sostenedores, acompañados de mecanismos efectivos de regulación y supervisión, permite que estos funcionen como un sistema coherente y ordenado.

Además, la diversidad institucional puede ofrecer una respuesta más ágil y adecuada a las diversas necesidades locales, promoviendo así una mayor equidad y eficacia en el sistema educativo.

Colaborador DCA
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