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COLUMNAS

De científicas y metas

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Por: Ana Villarroya Ballarín, profesora de la Facultad de Ciencias e investigadora del Instituto de Biodiversidad.

Quizás sea deformación profesional (como investigadora) el hábito casi inconsciente de preguntarme el porqué de las cosas. Una fecha señalada como esta no es la excepción: ¿por qué seguimos celebrando el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia? ¿Aún no ha llegado ese momento en que no haga falta un día así porque sus objetivos se hayan logrado? Me parece que la respuesta varía según el lugar y el escenario cultural en el que nos encontremos. Es indudable que en muchos sitios aún queda un largo trabajo, empezando por garantizar el acceso igualitario de hombres y mujeres a la educación. En otros contextos, como el que nos encontramos hoy en día en España, el reto puede ser distinto.

Como mujer, siento un profundo agradecimiento a todas aquellas que me precedieron y me allanaron el camino. Gracias a su empeño, en ningún momento me he visto en desventaja respecto a mis compañeros varones a la hora de perseguir una carrera en Ciencias. Nunca se me ocurrió cuestionarme mi vocación de estudiar la Naturaleza por ser mujer. Desde muy niña decidí que quería estudiar Biología, y no percibí mi condición femenina como un obstáculo. Probablemente, el ejemplo de mi madre –una mujer con dos carreras universitarias– me hizo asumir que mi sexo no era un factor limitante para decidir mi formación. Referentes como Margarita Salas o Rachel Carson, cuyas biografías conocí en la juventud, reforzaron la idea de que mi sitio, como mujer, estaba en las Ciencias Naturales. La relevancia de seguir visibilizando referentes de ambos sexos, y de crear una cultura que respete la libertad de cada persona para perseguir su vocación, me parece hoy en día incuestionable.

Si bien el acceso a unos estudios en Ciencias no parece suponer un problema para las mujeres de nuestro país, perseguir una carrera científica o investigadora en general, es otro cantar. Sin embargo, no parece tan claro que los obstáculos que una encuentra en este camino vengan asociados a su sexo sino a otras cuestiones vitales, como la decisión de formar una familia o la necesidad de cuidar a personas dependientes. Estos son roles que tradicionalmente hemos asumido las mujeres, aunque cada vez más hombres toman este tipo de responsabilidades y se encuentran con dificultades que hasta hace unos años parecían exclusivas de sus compañeras. ¿Cómo compaginar mantener el ritmo de producción científica –es decir, publicar un cierto número de artículos o desarrollar proyectos de investigación– con cuidar de un bebé? ¿O de un padre anciano? ¿Cómo mantenerse al día en el propio campo de trabajo y encontrar tiempo para hacer vida en familia? ¿Puede un/a investigador/a no trabajar los fines de semana y alcanzar los objetivos que le exige su profesión? En una sociedad afortunadamente más igualitaria, estos retos hasta ahora propios de las mujeres empiezan a afectar también a los hombres. En una familia, la carrera investigadora de uno de los miembros de la pareja depende más de lo que creemos del apoyo del otro (imaginemos cómo se complica la cosa cuando falta uno de esos miembros). Tradicionalmente, las mujeres se han sacrificado en este sentido, abandonando sus carreras en favor de las de sus maridos. Hoy en día cada vez encontramos más ejemplos de hombres que asumen una mayor carga doméstica y/o un puesto menos reconocido pero estable para que sus compañeras puedan dedicarse a la investigación. Junto con el avance social que este nuevo reparto de roles supone, se nos pueden plantear nuevos interrogantes. ¿Por qué sigue habiendo estas dificultades de conciliación en la carrera investigadora? ¿No parece contradictorio que acontecimientos que naturalmente ocurren en la vida (como convertirse en madre o padre) frenen una carrera que se dedica a estudiar la vida misma?

Siempre hay cosas que mejorar y la propia Ciencia nos enseña eso. Si algo caracteriza a cualquier disciplina científica, es esa actitud constante de preguntarse, cuestionarse, revisar sus propios mecanismos y convicciones. En esto se basa su avance, en asumir que siempre hay algo por comprobar, en estar abierta a corregirse a sí misma. Días como el que celebramos nos invitan a festejar lo que hemos avanzado hasta ahora a la vez que nos cuestionamos cuál debe ser la siguiente meta.

Universidad de Navarra
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COLUMNAS

Así nació la imagen real del mundo (II)

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Ana Eva Fraile
Revista Nuestro Tiempo

Desde este puerto inicia su viaje Una tierra prometida y muestra, sobre fondo azul, los álbumes científicos e intelectuales del siglo XVIII. Entre ellos, los cuadernillos L’Anatomie y L’Astronomie de La Enciclopedia, de Diderot y D’Alembert, dos dimensiones que ilustran la ambición de la ciencia por desentrañar cualquier área de conocimiento.

Sus dibujos enriquecieron los compendios sobre cartografía, astronomía, geodesia y nuevas especies.

Con precisión científica trabajaron también los artistas que se embarcaban en las expediciones, numerosas en ese periodo, para levantar acta del horizonte conocido o de nuevas maravillas. Sus dibujos enriquecieron los compendios sobre cartografía, astronomía, geodesia y nuevas especies, especialmente a raíz de que Carl von Linneo publicara en 1735 Systema naturae, su innovadora propuesta taxonómica para los reinos vegetal, mineral y animal.

En sala se encuentran, por ejemplo, los grabados coloreados a mano de Plantae Selectae, obra de los botánicos Trew y Ehret (que había conocido a Linneo), los dibujos en acuarela incluidos en la enciclopedia Libros ilustrados para niños, los álbumes Plantae officinales de Nees von Esenbeck, que investigó las propiedades médicas de las plantas, las litografías de orquídeas de James Bateman o el trabajo Historia natural de los loros, a los que François Le Vaillant pintó en sus hábitats, un acercamiento novedoso a la realidad.

La siguiente escala en esta travesía traslada al visitante a tierras egipcias, adonde el general Napoleón Bonaparte se dirigió en 1798 con hambre de conquista. A los más de 40 mil soldados se unieron 167 savants, que conformaban la Comisión de Ciencias y Artes.

El cometido de estos ingenieros, científicos y artistas era llevar a cabo una investigación exhaustiva sobre el país. Incluso se fundó el Instituto de Egipto. Aunque la campaña militar fracasó, los miembros de ambas instituciones no regresaron a Francia hasta la capitulación del general Menou, en agosto de 1801.

Solo unos meses después, a principios de 1802, comenzó la aventura editorial.

Continuará…

Colaborador DCA
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COLUMNAS

La seducción del negacionismo climático

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Cristóbal Bellolio

Escuela de Gobierno

El Demoledor es una película de 1993 protagonizada por Silvester Stallone, que versa sobre una armónica distopía donde se castigan los garabatos, la dieta es comida molecular y las relaciones sexuales son virtuales. La única disidencia vive en las cloacas a punta de hamburguesas de ratas, y de cuando en cuando sale a la superficie para asestar golpes terroristas. Su líder es Edgar Friendly.

El credo de Edgar Friendly es sencillo: no está dispuesto a que le digan cómo son las cosas, le gusta decir lo que piensa, y elegir cómo carajo vivir su vida, incluso si se trata de estallar de colesterol. Quiere comer carne hasta hartarse, fumar un cigarro “del tamaño de Cincinnati”, y correr empelota leyendo una Playboy, únicamente porque puede. Los malos no son ellos, que hacen lo que pueden por sobrevivir. Los malos son los de arriba, los que imponen su tiranía frígida y bien portada, que abusan del poder y secuestran los beneficios del progreso.

La negación del consenso climático tiene antecedentes ideológicos, o identitarios.

Friendly es un populista libertario. Populista, porque piensa que la sociedad está dividida en dos: la elite atiborrada y el pueblo postergado. No ve posibilidad de acuerdo, solo de conflicto. Lo que viene de arriba es paquete sospechoso. Pero también es libertario: quiere que la autoridad retroceda de su espacio vital, que no amenace su estilo de vida, que no arrebate sus hábitos de consumo.

El populismo libertario que representa Edgar Friendly es uno de los principales obstáculos que hoy enfrenta la lucha contra el cambio climático. Mucha gente le echa la culpa a la industria de combustibles fósiles y su lobby descarado. Pero hay otros factores que trascienden el interés pecuniario.

La negación del consenso climático tiene antecedentes ideológicos, o identitarios. No todo populismo descree del consenso científico en la materia. Algún eco-populismo de izquierda habrá por ahí. No todos los movimientos plebeyos que resisten la agenda verde progresista, descreen de la realidad de la crisis climática. Algunos sencillamente no quieren pagar la cuenta del festín de economía carbonizada que se dieron otros.

Tampoco todo libertarianismo es negacionista. En principio, se puede aceptar la ciencia climática y discrepar de una política climática que implique ensanchar las atribuciones del estado. Más de alguno insistirá en soluciones privadas a los problemas públicos. Autores como Jason Brennan elaboran una justificación libertaria para la obligatoriedad de las vacunas. Del mismo modo, otros sostienen que la reducción de emisiones es un imperativo del principio de no-agresión.

Pero la combinación entre ambas vertientes ideológicas (el populismo libertario) combustiona un tipo distintivo de rechazo a la ciencia climática, que tiene un poder seductor en ascenso. De hecho, gran parte de los partidos de “derecha populista radical”, para utilizar la etiqueta de Cas Mudde, despliega esta narrativa: las elites buenistas y cosmopolitas que tienen sus necesidades materiales satisfechas, y pueden darse el lujo de posar de ciclistas veganos, le imponen al resto de la gente ordinaria una moralina verde tan paternalista como inviable: para moverse a la pega hay que echarle bencina al auto.

Adicionalmente, la sombra de las futuras restricciones toca la fibra de las clases medias y trabajadoras que se han partido el lomo por llegar aquí. Han hecho de sus hábitos de consumo contaminante un proxy de estatus. Y nada se defiende como el estatus. Mientras tanto, las Greta Thunbergs de este mundo amenazan con una distopía de brócolis y viajes de 35 horas en tren.

Aquí entra la seducción del discurso de Edgar Friendly. Su populismo libertario mata dos pájaros de un tiro: sospecho de la agenda climática porque (a) viene de las elites globalistas y (b) arrebata mis libertades.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Municipios al rescate de los SLEP

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Mauricio Bravo

Vicedecano de la Facultad de Educación

La implementación de los Servicios Locales de Educación Pública (SLEP) ha sido un tema recurrente en el debate público.

Desde su creación, esta política se propuso como una gran reforma educativa destinada a mejorar la calidad y equidad en la educación pública. Sin embargo, debido a errores de diseño o al poco tiempo transcurrido, no ha logrado superar a los municipios en varios indicadores claves, como asistencia, deserción, rotación docente y puntajes Simce.

Estos resultados ponen en entredicho la eficacia de una reforma que, a pesar de sus buenas intenciones, no parece estar alcanzando los objetivos esperados.

Una de las principales falencias identificadas es que no se consideraron las buenas prácticas preexistentes en algunos municipios. 

Una de las principales falencias identificadas es que no se consideraron las buenas prácticas preexistentes en algunos municipios. Las reformas educativas de gran envergadura siempre deben tomar en cuenta las prácticas efectivas ya implementadas.

De lo contrario, no solo se desaprovechan conocimientos y experiencias valiosas, sino que también puede llevar a una implementación que no se ajusta a las realidades específicas de cada comunidad educativa.

Por otra parte, el corto plazo de implementación de los SLEP ha sido insuficiente para evaluar y ajustar adecuadamente sus resultados: “Las incidencias de las políticas educativas son muy diversas y pueden tardar años, incluso generaciones, en hacerse completamente visibles” (OECD Education Policy Evaluation 236, año 2020). Por tanto, antes de seguir avanzando en la implementación de nuevos SLEP, debemos realizar una evaluación robusta que permita identificar sus fortalezas y oportunidades de mejora.

Por último, la suposición de que un sistema educativo uniforme es la solución óptima para fortalecer la educación pública es un error. La diversidad de sostenedores, acompañados de mecanismos efectivos de regulación y supervisión, permite que estos funcionen como un sistema coherente y ordenado.

Además, la diversidad institucional puede ofrecer una respuesta más ágil y adecuada a las diversas necesidades locales, promoviendo así una mayor equidad y eficacia en el sistema educativo.

Colaborador DCA
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