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COLUMNAS

Buenas prácticas para mejorar la gestión pública (V)

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Israel Gómez Córdova
Jefe Departamento de Documentación y Divulgación
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La gestión pública es la piedra angular de las relaciones estatales con los ciudadanos. La cercanía y el contacto directo resultan ser un campo abonado para que las exigencias de mejora de los ciudadanos germinen y comiencen a hacerse notoriamente visibles.

En la búsqueda de un mejor y más eficiente servicio al ciudadano. Así, la gestión pública se aproxima al sistema utilizado en las empresas privadas, en términos de búsqueda de una mejor eficiencia y eficacia del servicio que se presta.

Resultando en ocasiones, una gestión pública híbrida, totalmente asimilable a un marco de gestión privada, cuya idea es que el sector público esté en manos de funcionarios profesionales dotados con un control activo, visible y discrecional sobre las instituciones en materia de calidad de los servicios.

Las buenas prácticas buscan articular una gestión pública moderna, ágil y eficiente.

El objetivo que debe regir en la acción de la administración pública no es otro que el interés público. Derivado de lo cual, se reclama una adecuación de ese medio a su entorno ciudadano. Haciendo útil a la administración para la sociedad misma, pues se parte de la idea de que para que la sociedad tenga un funcionamiento eficaz y adecuado resulta del todo necesario que las administraciones cuenten con una serie de instrumentos y recursos que posibiliten ese objetivo.

La transformación de la gestión pública que ha protagonizado la administración pública durante los últimos años se ha originado principalmente por una situación de crisis generalizada.

Así, las buenas prácticas aportan ideas derivadas de su experiencia cotidiana en la actividad propia de la entidad, y los administrados pueden colaborar mediante encuestas y/o sugerencias que consiguen aproximar la idea que se tiene de la calidad del servicio en cuestión. Es importante que la administración pública sea eficiente, eficaz, evolutiva y adaptada a las necesidades de atención de sus ciudadanos.

Las buenas prácticas buscan articular una gestión pública moderna, ágil y eficiente, pues resulta determinante para lograr una sociedad con mayor bienestar y de calidad de vida.

Para lograr alcanzar estas metas, se necesita creatividad e innovación pública, asumir un rol ejemplar de liderazgo con respecto a la innovación, a través de la mejora de los servicios públicos, la orientación a la ciudadanía y a las instituciones y la eficiencia operativa, entre otros.

En este sentido, procede desarrollar el concepto de innovación pública, la aplicación de buenas prácticas en el ámbito de la gestión pública con el objetivo de generar valor social.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Si todo es un trastorno mental, nada lo es (I)

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Patricio Ramírez Azócar
Docente Bienestar y Salud Concepción

Hace unos 10 años se publicó el libro Si todo es bullying, nada es bullying, un texto donde el psiquiatra infanto-juvenil Sergio Canals proponía una guía para que padres y educadores de niños y adolescentes pudieran distinguir el maltrato verbal, físico, social o psicológico en el contexto escolar, de otras agresiones de menor gravedad.

En un intento por resaltar la importancia de cómo identificar, prevenir, disminuir la frecuencia y aminorar los efectos del bullying, el autor entendía que era clave acotar específicamente a qué se refería el término y aclarar para qué situaciones, que igualmente deben ser atendidas, su uso no aplicaba.

Pero el mayor uso de los conceptos relativos a los trastornos mentales también ha traído consecuencias negativas y que, a juicio de algunos expertos, debe ser considerada una degradación indeseable.

Pensando en otros temas candentes en nuestra sociedad y que se dan en la discusión pública, podríamos mantener la idea expresada en el título de ese libro y aplicarla a muchas cosas como, por ejemplo: si todo es acoso, nada es acoso; si todo es discriminación, nada es discriminación o, como se plantea aquí, si todo es un trastorno mental, nada es un trastorno mental.

Términos como trauma, depresión, ansiedad, trastorno mental o el común, pero inespecífico, problema de salud mental, aparecen no solo en ámbitos clínicos, académicos o asistenciales, sino que también forman parte del diálogo cotidiano de las personas, de titulares de prensa o de cientos de libros de divulgación o autoayuda.

¿Es eso un problema? En principio, no lo es. Es más, a buena hora las sociedades, unas más, otras menos, y sus diferentes actores, se han ocupado de resaltar lo relativo a la salud mental y sus trastornos, y que la preocupación por ellos no esté restringida a psicólogos o psiquiatras, así como que no sea solamente un quehacer en hospitales, clínicas o consultas.

Pero el mayor uso de los conceptos relativos a los trastornos mentales también ha traído consecuencias negativas y que, a juicio de algunos expertos, debe ser considerada una degradación indeseable.

Continuará…

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Bosques de algas pardas en amenaza

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Bernardo Broitman

Profesor Titular FAL

Escuchamos el cambio climático global y se nos viene a la mente calor y sequía. O quizás, con el invierno, algunos términos científicos muy recientes en los matinales: ríos atmosféricos e isoterma cero. 

Esta jerigonza meteorológica y sus coloridos mapas estimulan nuestra imaginación gracias a la capacidad de observar y predecir el ambiente a escala de semanas.  Satélites y supercomputadores permiten adquirir, procesar y asimilar datos ambientales al ritmo de la farándula. Pero aunque Ud. no lo crea, los supercomputadores más poderosos del mundo invierten gran parte de sus horas en modelos para predecir el clima global durante el resto del siglo. Aquí no sirven las respuestas inventadas que escupe chatGTP

Nadie quiere que el cambio climático global lo pille desamparado, la ciencia nos da algunas claves para prepararnos, pero descubrir nuevas formas para disfrutar de forma sustentable del océano es una tarea fundamentalmente colectiva.

Estas máquinas calculan representaciones sobre cómo el  mar “mueve” a la atmósfera y viceversa, en el espacio y a través del tiempo. Un mundo de  supercomputadoras y grupos científicos que las manejan, repartidos alrededor del planeta, donde se consensúan escenarios climáticos para inferir qué va a pasar en el futuro en nuestro medio ambiente.

Se pronostican importantes cambios en nuestros ecosistemas costeros durante las próximas décadas. Las bajas temperaturas de esta orilla del océano Pacífico –la corriente de Humboldt, desde Chiloé hasta Perú se deben a que esas aguas han estado a mucha profundidad –y en la oscuridad– por mucho tiempo.

El viento ayuda a que suban a la superficie y entreguen sus nutrientes a las algas y microalgas quienes, usando la luz del sol para crecer, alimentan la enorme productividad y diversidad de nuestros ecosistemas costeros.

Tres estudios recientes, utilizando los escenarios climáticos más refinados, nos alertan de que hacia mediados de siglo el norte de Chile y el sur de Perú van a experimentar eventos ambientales extremos olas de calor marinas y supresión de la llegada de nutrientes a la superficie. Dos estudios predicen que estos escenarios climáticos llevarían a la desaparición de un ecosistema emblemático de esa zona: los bosques de algas pardas. 

Otros estudios alertan de que si desaparecen los bosques, se pierde todo lo que el ecosistema que estos albergan: peces, moluscos, otras algas. Los resultados de estos estudios son producto del consenso global de la mejor ciencia que tenemos, hay que tomárselo en serio y pensar qué podemos hacer. La leche ya fue derramada.

Las algas pardas que forman estos bosques, conocidas colectivamente como huiros, son de los ecosistemas más productivos del mundo. Esto permite que su extracción artesanal pueda sustentar un sector económico pujante pero precario, que es una fuente importante de ingresos en tiempos de necesidad. 

Un estudio aún más reciente descubrió un ciclo en esta economía: al disminuir los precios del cobre y aumentar el desempleo, aumenta la presión de cosecha sobre los bosques de algas pardas. ¿Podremos conciliar la protección de un medio ambiente amenazado por su mal uso y el cambio climático, y la legítima aspiración de una fuente de ingreso estable? Una posibilidad es verlo con una perspectiva socioecológica: la sustentabilidad de los bosques depende de la gente que los trabaja, la gente depende del ecosistema para trabajar.

De esta forma, se puede cultivar la capacidad adaptativa del socioecosistema con la flexibilidad de parte de autoridades y comunidades, recursos para asegurar la sustentabilidad de los bosques, organización dentro de las comunidades, conocimientos –nuevos y ancestrales– y finalmente, esa enorme iniciativa que despliegan los que buscan su sustento.

Nadie quiere que el cambio climático global lo pille desamparado, la ciencia nos da algunas claves para prepararnos, pero descubrir nuevas formas para disfrutar de forma sustentable del océano es una tarea fundamentalmente colectiva.

Colaborador DCA
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Enganchar con menos: la televisión se acorta (I)

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Alberto N. García 

Profesor titular de Comunicación Audiovisual y crítico cultural  

Revista Nuestro Tiempo 

Sabemos que hay más series nuevas que lentejas y material de archivo en las plataformas como para morir de viejo ante el televisor. Como el espectador no quiere espicharla, pero tampoco renunciar a la novedad, las cadenas han desarrollado fórmulas para ganarse la atención del público entre una oferta ingente.

Por supuesto, persisten los reclamos de siempre: una estrella rutilante (Nicole Kidman), un creador consolidado (David Simon), una marca fiable (HBO), un universo familiar (la franquicia de Star Wars) o un concepto inédito y sofisticado (El juego del calamar), por citar ganchos antiguos y efectivos. Sin embargo, este artículo se centra en la forma, no en el contenido.

Lo reseñable es la fortaleza que han adquirido ahora, tanto en cantidad como en calidad.

En formatos más frugales en duración, para ser precisos. Si miramos al estándar de la televisión estadounidense, la hegemónica, destaca el cambio con respecto al número de episodios por año. Los nostálgicos con el flamante estuche de El Ala Oeste, 24 o CSI pueden comprobar la extensión habitual: 22 episodios por año durante más de siete temporadas.

El equivalente mainstream en la actualidad podría ser The Crown, una serie popular y longeva creada para Netflix. El drama regio consta de seis temporadas, sí, pero de diez episodios cada una. El ejemplo sirve para constatar la norma: en el streaming es arduo encontrar series de éxito que rebasen esa cifra de capítulos (piense en The Boys, The Mandalorian, Yellowstone o Severance, por citar emblemas de cada plataforma).

Si bajamos un escalón llegaríamos a la pegada que han adquirido las miniseries. Los más talluditos intentarán adelantarse: “Oiga, que yo pedí la liberación de Kunta Kinte y aún sigo emocionándome con la épica militar de la Compañía Easy”. Sí.

Nadie dice que la miniserie sea nueva; así lo atestiguan la tradición de la BBC, donde siempre ha gozado de predicamento, o clásicos como Raíces, La mejor juventud o Hermanos de sangre. Lo reseñable es la fortaleza que han adquirido ahora, tanto en cantidad como en calidad.

Cada cual tendrá sus favoritas: Gambito de dama, Unorthodox, Chernobyl, Mare of Easttown, Watchmen, Devs, La maldición de Hill House, Antidisturbios… Si a uno le recomiendan cualquiera de estas propuestas, sabe que con seis o diez horas de su vida tiene la satisfacción de un relato completo, cerrado. 

                Continuará… 

Colaborador DCA
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