miércoles , 27 noviembre 2024
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Belice

Cuando era niño nos hacían dibujar el mapa de Guatemala con el territorio beliceño incluido, acompañando siempre la frase: “Belice es nuestro”. A medida que la adolescencia fue apoderándose de mí, y con ella, un sentido de búsqueda de conocimientos, centré más mi atención en los sucesos históricos que acompañaron la pérdida del territorio beliceño, que, a decir verdad, fue una franja más del territorio americano víctima de la rapacidad de los antiguos reinos europeos: español e inglés.

Como pueblo, Belice ha sido una víctima más de esos intereses imperiales que dejaron en desgracia estas culturas americanas, de cuya catástrofe aún no nos reponemos. Los ingleses llenaron de esclavos procedentes de las Antillas, un territorio que, desde tiempos inmemoriales había sido ocupado por la antigua civilización maya, sometiéndolos a tortuosas faenas de explotación maderera, imponiéndoles su idioma y sus costumbres hasta producir en ellos una desfiguración de su personalidad cultural. Hoy, la mayoría de beliceños se consideran un pueblo inglés.

A mí, las fronteras me producen rechazo. La humanidad no debiera vivir cautiva en parcelas, sino ciudadana del mundo y transitar libremente por donde le plazca. Sin embargo, esta visión idealista choca contra la realidad geopolítica y jurídica que gobierna el orbe. A raíz del surgimiento de la propiedad privada, los pueblos también le han puesto mojones a la porción de tierra que consideran suya. Las grandes guerras que ha librado el género humano han sido por la sed de propiedad territorial, como expresión de poder y dominación sobre otras culturas. El proceso de conquista y colonización de América es el reflejo de esta sed expansionista.

La realidad geopolítica de Guatemala y Belice actualmente evidencia que, cual siameses, son dos territorios que deben marcar con claridad sus linderos. Existe una Zona de Adyacencia que no quedó delineada y cuyo problema ha sido relegado por doscientos años. Esta falta de certeza jurídico, política ha provocado que los habitantes de las zonas fronterizas hayan sido vejados y asesinados por las fuerzas del orden público beliceño, con el consiguiente terror producido a las familias que, sin querer causar daño, se adentran en territorio que los beliceños consideran suyo.

Este es el momento para que, haciendo a un lado los prejuicios políticos que nos desgastan, hagamos un esfuerzo de Nación y manifestemos nuestra posición sobre este diferendo con Belice. No importa cuál sea el resultado, pero sí importa que la comunidad internacional, y especialmente la Corte Internacional de Justicia, entienda nuestro interés por resolver un problema anacrónico que aún golpea nuestra conciencia.

Yo votaré por el Sí, porque entiendo que este resultado permitiría a Guatemala una mejor oportunidad de negociar la Zona de Adyacencia y obtener derechos plenos sobre territorio que, aunque poco, es parte del patrimonio nacional. Esto ayudaría también a que nuestros connacionales que viven en las zonas fronterizas tengan un futuro con mayor seguridad y certeza jurídica.

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