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COLUMNAS

Pseudoadvertencia para los pseudomedios

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Ana Azurmendi
Catedrática de Derecho Constitucional en la Facultad de Comunicación

No había leído la entrevista de La Vanguardia, al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, hasta que me llegó la noticia de que había hablado de reformar “la ley orgánica del Honor y del Derecho a la Rectificación”(sic). Entonces ya sí que me interesó muchísimo acceder a esa pieza periodística.

Llevo estudiando y hablando de esas leyes a los estudiantes de la Facultad de Comunicación, desde 1991, son muy importantes. Viejas conocidas de todos los periódicos, revistas, radios y lo que se mueva en la comunicación pública.

El milagro es que, siendo leyes anteriores a Internet, que apareció en los hogares en 1995, se sigan aplicando con éxito, hasta en conflictos provocados por tuiteros y youtubers. Nadie duda de que esos textos legales requieren actualización. Para empezar, se elaboraron pensando casi exclusivamente en el honor, intimidad e imagen de políticos y famosos; cuando, ahora, las intromisiones ilícitas en esos derechos alcanzan a todos los ciudadanos, de toda edad y condición.

De ahí el pánico generalizado al saber, por ejemplo, que Meta va a entrenar su Inteligencia artificial con todas las fotos de los usuarios de Instagram.


Con todo, que nadie piense que estamos desprotegidos en redes sociales. La Ley de Datos personales y de Derechos digitales, de 2018, protege la privacidad en internet y regula también la rectificación. Es decir, se han ido creando complementos legales que han cubierto las nuevas necesidades de protección de los derechos. Pero es cierto que a esas leyes ochenteras les hace falta ponerse al día.

Con todo, que nadie piense que estamos desprotegidos en redes sociales.

La recién estrenada Ley Europea de Libertad de los Medios de Comunicación (el nombre oficial es Reglamento Europeo sobre la Libertad de los Medios de Comunicación, (UE) 2024/1083, de 11 de abril de 2024), tiene muy buena pinta.

Suena mucho más a una salvaguarda de los medios de comunicación que a una vía para facilitar la censura por parte de los gobiernos. Y esto se nota en tres cosas: 1) Las garantías que establece para el secreto de las fuentes confidenciales de los periodistas; 2) El mantra sobre la necesidad de independencia de los medios de comunicación y del periodismo; y 3) La insistencia en la transparencia de la asignación de la publicidad estatal (se menciona 24 veces en el texto).


No solo eso, defiende a los medios de comunicación de la tiranía de las plataformas digitales. Una excepción que no se concede a casi nadie más. Google, Twitter, TikTok, Facebook, Instagram no pueden eliminar un contenido de los medios, ni siquiera aplicando sus propios códigos de autorregulación. Se les obliga a establecer un diálogo entre las dos organizaciones (plataforma y medio de comunicación) antes de llegar a nada definitivo.


Entonces ¿qué pasa con los “pseudomedios”? Entiendo que se señalan porque no responden a los estándares del periodismo de calidad. Que no encajan en la definición de medio de comunicación que da la Ley Europea. Ahora, si para la Unión Europea esos informativos de radio, televisión o esos periódicos sí son medios de comunicación, entonces da igual que sean de viento favorable al Gobierno o sean de contraviento, porque estarán cumpliendo el papel político indispensable de “ser guardián de la democracia” (así lo expresa la Ley Europea).

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos confirma que ese papel lo cumple un medio de comunicación “si ofrece información fiable sobre asuntos de interés público a los ciudadanos”, también “cuando la exageración o la provocación están presentes” en las informaciones. En definitiva, que al guardián de la democracia, a los medios de comunicación, no se le debe amordazar ni meter miedo. Requieren independencia y libertad. Eso dice hasta en el título la Ley Europea de Libertad de los Medios de
Comunicación.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Recuerdaque sonreirás

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Felipe Muller
Revista Nuestro Tiempo

Rafael Alvira (Madrid, 1942-2024), catedrático de Filosofía, enseñó en la Universidad de Navarra desde 1980 hasta su jubilación, en 2013. Fue un pensador excepcional, interesado en la vida, la voluntad, el deseo y un platónico convencido. Sobre todo, fue un maestro.

Formó a más de treinta promociones de filósofos en el campus de Pamplona a través de un magisterio basado en la amistad. Uno de sus alumnos dice “recordar es volver a pasar por el corazón, como él solía explicar”.

Si hubiese un gesto sobre el que trazar un retrato del profesor Rafael Alvira, fallecido el 4 de febrero, sería su sonrisa, siempre coordinada a la perfección con la mirada. Más que escrita en el alma, se quedaba clavada en la memoria. Cosa rara en un filósofo, el profesor Alvira tenía estilo al vestir y al hablar.

Más que escrita en el alma, se quedaba clavada en la memoria.

Era elegante. Su oratoria desconocía la servidumbre de lo teatral y los excesos (a menudo faltas) de una supuesta personalidad. La sonrisa era la marca de la casa. Digna del Gato de Cheshire, tranquila y segura, callada y enigmática, permanecía en el aire bastante tiempo después de que el profesor hubiese abandonado el aula.

Era amplia y generosa, de oreja a oreja. Solían acompañarla unos ojos reducidos a una única expresión. ¿Conciencia o satisfacción ante lo que había expuesto? ¿Complicidad con su audiencia? Cuando Alvira sonreía en sus clases de Filosofía Antigua, las arrugas de las comisuras de los labios se solapaban con las de los extremos de unos párpados sobresalientes. Su frente redondeada, amplia y despejada, coronaba el gesto.

Lejos de ser capricho o arrebato, esa sonrisa tenía una función específica. En la mayoría de los casos, era el colofón de cuentos, historias, respuestas y explicaciones. Tales, el pozo y la risa de la tracia, Pitágoras en el estadio, las desavenencias entre Parménides y Heráclito, los sofistas y su descubrimiento del discurso, Sócrates y su irónica ignorancia, Platón y las alas rotas del alma, Aristóteles y las deficiencias del hilemorfismo… Alvira zanjaba la cuestión o remataba una anécdota con la sonrisa.

Indicaba un final, sin duda; pero también el retorno al punto de partida, al pistoletazo de salida. Como recurso y declaración de intenciones, funcionaba. ¡Recuerda que, al final, sonreirás! Como si bastase con sonreír para transformar la tragedia del mito de Sísifo o perdón, de la historia de la filosofía en la belleza del susurro de unas olas que, tranquilas, nunca callan.

Pese a las apariencias, no era una sonrisa inofensiva (ojalá existiese algo así como una filosofía inofensiva). Sonrío porque recuerdo y recuerdo porque sonrío. Regresa y descansa. Al final, quién sabe, las carcajadas pasan y las sonrisas, como las olas, nunca acaban.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Sobre la Corona y las Fuerzas Armadas

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Salvador Sánchez Tapia
Profesor de Relaciones Internacionales

La feliz coincidencia en el tiempo de la celebración, austera, como todo en él, del décimo aniversario de la proclamación de Felipe VI como Rey de España y de la culminación en la Academia General Militar del primer año de formación militar de doña Leonor, hace de este un momento propicio para avanzar algunas ideas sobre la Corona como institución pero, principalmente, sobre la princesa de Asturias y su relación con las Fuerzas Armadas.

Después de cerca de cincuenta años de andadura de la Constitución Española, mayoritariamente aprobada por el Parlamento español y refrendada masivamente por los ciudadanos convocados en referéndum, produce entre sonrojo y desaliento tener que explicar la impecabilidad democrática de las credenciales de la forma de Estado que los españoles, por voluntad popular, decidimos darnos y, por ende, de don Felipe, titular de la Corona y símbolo vivo, activo, y eficaz de la nación. Solo quien, ciego y sordo a cualquier argumento racional, no quiere hacerlo, es incapaz de entender y reconocer la legitimidad de que goza la Monarquía por el hecho de estar recogida en una Carta Magna como la nuestra.

La estabilidad que otorga la prevista y previsible sucesión monárquica a un país como España, y la consideración de las alternativas, a veces inquietantes, son motivos más que suficientes para, como mínimo, pensar en la racionalidad de esta forma de Estado, cuando no para abrazarla con entusiasmo.

No es poca la demanda para una muchacha de apenas 18 años.

La princesa de Asturias aparece, precisamente, como la figura destinada a ocupar un lugar central en el proceso sucesorio cuando, por ley de vida o abdicación, falte la de don Felipe. Cuando eso suceda, doña Leonor estará llamada, con arreglo al Artículo 62 de nuestra Ley Básica, a ostentar la jefatura suprema de las Fuerzas Armadas.

Además, y según lo dispuesto por el Artículo 63, en su mano estará, previa autorización de las Cortes y en las condiciones establecidas por el Artículo 97, que otorga al Gobierno la dirección de la política interior y exterior, así como de la Administración Militar, la prerrogativa de declarar la guerra. Pocas decisiones tan difíciles y comprometidas para un monarca como esta, que implica nada menos que exponer a los hijos de la nación a la posibilidad de perder la vida en pos de un objetivo político; tal es la naturaleza de la guerra.

Estas razones, por sí solas, serían ya más que suficientes para entender la necesidad de que la heredera reciba una sólida formación militar que le ayude a comprender no solo la complejidad y consecuencias inherentes al empleo de la fuerza militar en guerra, sino también la mentalidad de los soldados sobre los que ejercerá su mando supremo, sus aspiraciones, sus ilusiones, o su forma de vida.

Por el bien de España y de los valores y principios constitucionales, es esencial que entre la futura reina y sus soldados se forje una sólida relación de respeto, comprensión, aprecio, y afecto que únicamente puede formarse convirtiéndose verdaderamente en una de ellos; en una que comparta sus mismas penalidades y sus mismas alegrías, y que hable un idéntico idioma de amor y entrega a la nación y todo lo que representa.

Pero es que, además, el paso de la princesa de Asturias por las Fuerzas Armadas es una inmersión completa en una institución regida por un exigente código ético, que no es exclusivo de quienes visten uniforme, pero que la institución militar se esfuerza genuinamente en vivir a diario, incluso entre errores y debilidades.

No es poca la demanda para una muchacha de apenas 18 años, por mucho que, para bien de la Corona y, sobre todo, de España, ya haya demostrado un sentido de la responsabilidad y un compromiso con la alta función que le aguarda (llena de sacrificio y entrega, donde otros solo ven privilegios) verdaderamente sobresaliente para una persona de su generación y edad. Los rasgos que estamos viendo en ella permiten mirar al futuro con optimismo y tranquilidad.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

De la admiración a la controversia: monumentos en debate (I)

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Maria Jose Chiesa
Académica Facultad de Artes Liberales

En el libro A history of love and hate in 21 statues, el autor Peter Hughes reflexiona sobre
cómo, a través del tiempo, va cambiando la percepción sobre los monumentos públicos. Obras que originalmente eran admiradas y respetadas, pues definían y representaban creencias y valores aceptados, con el paso del tiempo generan rechazo por el cambio en la visión de mundo de las personas.

Los monumentos funcionan, en su dimensión más amplia, como elementos conmemorativos que inmortalizan aquello que nos une.

Los monumentos funcionan, en su dimensión más amplia, como elementos conmemorativos que inmortalizan aquello que nos une en un sentido identitario o aquello que quiere ser mostrado como un ejemplo a seguir para quienes los observan. De ahí que muchas de las obras instaladas en Valparaíso durante el siglo XIX sean dedicadas a personajes que de una u otra forma representan una imagen digna de admirar.

Esto no sería problemático si la identidad y nuestra percepción de la historia fueran estáticas, pero evidentemente no lo son. Ambas son cambiantes y se desafían constantemente, lo que hace que obras que en algún momento fueron admiradas y respetadas, ahora causen tensiones que llevan a su rechazo. Solo basta mirar, dentro de todos los casos posibles, a la estatua de Cristóbal Colón que fue vandalizada a tal punto que tuvo que ser removida del espacio público.

Continuará…

Colaborador DCA
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