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COLUMNAS

Si todo es un trastorno mental, nada lo es (I)

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Patricio Ramírez Azócar
Docente Bienestar y Salud Concepción

Hace unos 10 años se publicó el libro Si todo es bullying, nada es bullying, un texto donde el psiquiatra infanto-juvenil Sergio Canals proponía una guía para que padres y educadores de niños y adolescentes pudieran distinguir el maltrato verbal, físico, social o psicológico en el contexto escolar, de otras agresiones de menor gravedad.

En un intento por resaltar la importancia de cómo identificar, prevenir, disminuir la frecuencia y aminorar los efectos del bullying, el autor entendía que era clave acotar específicamente a qué se refería el término y aclarar para qué situaciones, que igualmente deben ser atendidas, su uso no aplicaba.

Pero el mayor uso de los conceptos relativos a los trastornos mentales también ha traído consecuencias negativas y que, a juicio de algunos expertos, debe ser considerada una degradación indeseable.

Pensando en otros temas candentes en nuestra sociedad y que se dan en la discusión pública, podríamos mantener la idea expresada en el título de ese libro y aplicarla a muchas cosas como, por ejemplo: si todo es acoso, nada es acoso; si todo es discriminación, nada es discriminación o, como se plantea aquí, si todo es un trastorno mental, nada es un trastorno mental.

Términos como trauma, depresión, ansiedad, trastorno mental o el común, pero inespecífico, problema de salud mental, aparecen no solo en ámbitos clínicos, académicos o asistenciales, sino que también forman parte del diálogo cotidiano de las personas, de titulares de prensa o de cientos de libros de divulgación o autoayuda.

¿Es eso un problema? En principio, no lo es. Es más, a buena hora las sociedades, unas más, otras menos, y sus diferentes actores, se han ocupado de resaltar lo relativo a la salud mental y sus trastornos, y que la preocupación por ellos no esté restringida a psicólogos o psiquiatras, así como que no sea solamente un quehacer en hospitales, clínicas o consultas.

Pero el mayor uso de los conceptos relativos a los trastornos mentales también ha traído consecuencias negativas y que, a juicio de algunos expertos, debe ser considerada una degradación indeseable.

Continuará…

Colaborador DCA
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COLUMNAS

El camino al mar (I)

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Daniel Dols Bruno
Revista Nuestro Tiempo

No había en España una banda como Arde Bogotá. Literal. Es el motivo por el que el jurado de los Premios Ondas los nombró Fenómeno Musical del Año en 2023: “Por haber supuesto la salvación del rock en español en un tiempo marcado por los géneros urbanos”.

¿Exagerado? Su ascenso desde que el año pasado sacó su segundo álbum, Cowboys de la A3, demuestra que no: ha pasado de tocar en salas pequeñas a agotar las entradas, en apenas unas horas, de tres conciertos en La Riviera, la sala más importante de la capital.

La conversación derivó en grupos que les gustaban a ambos, como Arctic Monkeys o Foo Fighters.

En los festivales, ya no ocupa la parte baja del cartel, con letra pequeña y como apuesta de nicho. Ahora es un reclamo. Al premio Ondas siguieron dos nominaciones en los Latin Grammy, que finalmente no se llevó: mejor álbum y mejor canción de rock. También vendió en un día, a más de un año vista, todas las entradas para su concierto de final de gira en el WiZink Center de Madrid, programado para el próximo 13 de diciembre. Hace seis años, a la banda solo le faltaba un cantante. Dani Sánchez, el guitarrista, coincidió una noche de bares con Antonio García.

La conversación derivó en grupos que les gustaban a ambos, como Arctic Monkeys o Foo Fighters. Estuvieron de acuerdo en que esos sonidos no tenían su réplica en español. Fueron más allá: desde Héroes del Silencio había un tipo de rock en castellano que ya no se hacía. Antonio le dijo a Dani que él cantaba. La noche siguió y sus caminos se separaron, pero al volver a casa Dani recibió un audio de un número que no tenía guardado.

Seis meses después lanzaban Antiaéreo, su primer tema. La banda ha contado en varias ocasiones que le sorprendió su voz grave, profunda, como salida de una cueva. Se imaginó a alguien corpulento, fumador empedernido, y no al chico delgado que en el primer ensayo preguntó tímidamente dónde enchufaba su guitarra.

Se entendieron rápido. No solo compartían una idea parecida de la música que querían hacer, sino que los cuatro eran de Cartagena y casi de la misma edad: el batería, José Ángel Mercader (Jota), del 93; Antonio y el bajista, Pepe Esteban, del 95; y Dani, del 96.

Continuará…

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COLUMNAS

Sabine Weiss: Instantes de verdad (II)

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Ana Eva Fraile 

Revista Nuestro Tiempo

Con gran versatilidad, Weiss cultivó todos los géneros en los más variados círculos: pasaba de la moda y la publicidad (Yves Saint-Laurent, Dior, Korrigan), al espectáculo (Ella Fitzgerald, Maria Callas, Brigitte Bardot, Jeanne Moreau), la literatura (Françoise Sagan, André Breton, Samuel Beckett, Eugène Ionesco), el arte (Joan Miró, Alberto Giacometti, Jean Dubuffet, Georges Braque, Niki de Saint Phalle, Fernand Léger, Robert Rauschenberg) o la política (Jean Monnet, Dwight D. Eisenhower). “He hecho de todo”, subrayaba orgullosa. En Francia, Estados Unidos, Birmania, Etiopía, Portugal, la URSS, Bulgaria o la India disfrutaba de cada nuevo encuentro que le ofrecía su profesión. 

Si trataban de definir su trabajo con una sola palabra, Sabine se sentía atrapada. Aunque ya en 1952 revistas especializadas internacionales la reconocieron como miembro de la escuela humanista francesa, para ella fue una simple coincidencia la que la situó junto a Henri Cartier-Bresson, Robert Doisneau, Willy Ronis, Édouard Boubat, Brassaï, Izis, Jean Dieuzaide. Probablemente, su entrada en la agencia Rapho, pionera del fotoperiodismo francés, propició que se la vinculase con esta generación de fotógrafos. 

Su entrada en la agencia Rapho, pionera del fotoperiodismo francés, propició que se la vinculase con esta generación de fotógrafos. 

Sin embargo, una sutil frontera los separa. Según explica Virginie Chardin, comisaria de varias exposiciones sobre la autora franco-suiza, Weiss no construye sus imágenes como una pintura o una escena, ni metafóricamente para defender un punto de vista.

“Sus tomas, afirma en uno de los catálogos, nacen de una experiencia íntima, de un impulso espontáneo e intuitivo hacia el sujeto”. Ni rastro de juicios o lamentos sobre el mundo.

Ella es una simple testigo, y sus fotografías, testimonio de una época. Tampoco le preocupaba el enfoque perfecto. Borrosa o no, una buena fotografía debía captar las emociones, decir algo sobre la condición humana.

“Lo que me interesa es el sentimiento que expresan las personas”, repetía cada vez que la entrevistaban. Su humanidad, reflejada de la forma más sobria y sencilla. 

Pero ¿cómo traducir en un solo instante, en esa fracción de segundo, un movimiento del alma? Sobre esta inquietud reflexionó en Intimes Convictions. “Luz, gesto, mirada, movimiento, silencio, tensión, reposo, rigor, relajación. Me gustaría incorporarlo todo en ese momento para expresar, con un mínimo de medios, la esencia del ser humano. Es algo abstracto lo que busco en mis fotos, escribió. En lugar de una persona llorando, es la idea de la tristeza lo que quiero mostrar”.

Había otra etiqueta con la que Sabine no se sentía cómoda: le parecía exagerado calificar su obra como arte. Nunca se consideró artista y aseguraba que el suyo era un oficio artesano; más allá de la dimensión estética, resaltaba el carácter manual de su trabajo. No obstante, a lo largo de su carrera atesoró un puñado de reconocimientos.

La Orden de las Artes y las Letras de Francia le concedió las distinciones de chevalier (1987) y officier (1999). En 2010, la condecoraron con la Orden Nacional del Mérito y, una década después, ganó el premio Women In Motion 2020, otorgado por el prestigioso festival de fotografía Les Rencontres d’Arles.

El fallecimiento de Sabine la noche del 28 de diciembre de 2021 dejó varios proyectos inacabados. Como el documental El siglo de Sabine Weiss, que Camille Ménager había empezado a rodar hacía tan solo unas semanas.

O la exposición retrospectiva que el Museo Photo Elysée proyectaba para celebrar el centenario de su nacimiento y de la que seguía de cerca todos los preparativos. En 2020, el programa Efecto Doppler de RTVE la entrevistó y Weiss bromeaba sobre el futuro: “Tendré una exposición en Suiza por mis cien años, eso es seguro. Lo que no sé es si iré”. 

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COLUMNAS

Felipe VI: renovación en una década tormentosa (II)

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Asunción de la Iglesia 

Profesora de Derecho Constitucional

Es sabido que la monarquía es siempre altamente sensible a las crisis y al mismo tiempo, también factor determinante en la solución de las mismas, pero a su modo, actuando en sus márgenes como poder integrador y ceñido a ese papel, sin poder pedirle lo que no le corresponde constitucionalmente.

Así, es llamativo que algunas voces hayan cuestionado la firma a la ley de amnistía, hay que recordar que la sanción y promulgación son obligación constitucional, pasando por las dudas en cuanto a la interpretación de su papel en la propuesta del candidato a la Presidencia del Gobierno y el cómputo de plazos del art. 99 CE, o el alcance la su función de discurso. Para quienes no quieren la unidad de España, será un elemento a batir, pero para otros el riesgo es desconocer hasta dónde puede llegar. Aquí se aprecia una escasa cultura sobre la institución.

Felipe VI ha tenido que gestionar una gravísima crisis en la propia familia real extensa. 

En fin, a lo anterior, hay que añadir que Felipe VI ha tenido que gestionar una gravísima crisis en la propia familia real extensa. Entró con la sombra del caso Noos y las nubes que luego desataron la tormenta sobre la actividad del rey Juan Carlos.

Felipe VI ha reaccionado con medidas tajantes y dolorosas para él de distancia institucional y personal, retirada de títulos a su hermana y renuncia a la herencia de su padre en marzo de 2020, cierre de la asignación económica y gestión de la salida de España de Juan Carlos I, así como su ausencia en el juramento de la Constitución ante las Cortes de la Princesa Leonor al cumplir la mayoría de edad.

Esta parte de la década en la que ha primado su deber institucional y la Corona por delante de los afectos, habrán sido sin duda los mayores sacrificios personales del Rey.

El conjunto de todos los factores ha propiciado el debate sobre una ley para la Corona o sobre la reducción de la inviolabilidad. Pero cualquier reforma ha de hacerse con prudencia, anticipando todas las derivadas; requiere contexto adecuado, pacto constitucional y lealtad para conservar la Corona como pieza valiosa de la tradición, defensora de la Democracia constitucional, factor de estabilidad y moderación y valor seguro en las relaciones internacionales en un momento especialmente complejo.

Tras esta década renovadora y tormentosa, hay que felicitar en justicia y reconocer el papel de Felipe VI y desearle lo mejor, para que estos tiempos tormentosos abran paso a tiempos mejores.

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