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COLUMNAS

Dos visiones de la propiedad: Hume y Locke (III) 

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Pablo Paniagua Prieto

Investigador de Faro UDD

En su visión, la propiedad privada ayudaba a limitar el poder del Gobierno al generar un contrapeso económico ante el poder político ayudando a fragmentar el poder, y promovía además la autonomía personal, elementos que luego haría propio Milton Friedman en su célebre libro Capitalismo y Libertad.  

Las ideas de Locke respecto a la propiedad y el derecho natural que tenemos para con ella fueron profundamente influyentes en el pensamiento anglosajón, tanto así que a Locke se le considera el padre intelectual de la revolución norteamericana.

A menudo considerado el fundador del pensamiento liberal moderno, Locke fue pionero en las ideas de ley natural, contrato social, tolerancia religiosa y derecho a la revolución, que resultaron esenciales tanto para la Revolución Americana como para la posterior Constitución de Estados Unidos. Con todo, Locke trata de crear una justificación de justicia o moral al problema de la adquisición inicial, al tratar de dar un fundamento “natural” a la propiedad, pero su justificación no está exenta de problemas.

Primero, el mezclar nuestro trabajo con la tierra para adquirir el derecho natural sobre esta pareciera descansar sobre una premisa oculta: si uno posee algo (como el trabajo o el producto de este) y lo mezcla con otra cosa que todavía no pertenece a nadie (o esta poseída en común), entonces nosotros adquirimos ipso facto una posesión sobre esta también. Sin duda esta premisa no es correcta.

Mezclar labor y agregar valor con el trabajo, sin duda, no es lo mismo que mezclar jugo de tomate. 

Como bien diría Nozick: “Si poseo una lata de jugo de tomate (que yo produje) y la vierto en el mar de manera que sus moléculas se mezclan uniformemente en todo el mar, ¿llego por ello a poseer el mar, o tontamente he diluido mi jugo de tomate?” (Nozick, 1990, p. 175).

Ante esta objeción podemos salvar a Locke con el contrargumento del “valor añadido”; es decir, la justificación de la propiedad no es la “mezcla” del trabajo con las cosas, sino el hecho de que hay un trabajo, un esfuerzo y, por ende, un valor añadido que se le agrega a las cosas y por ende justifica la apropiación.

Mezclar labor y agregar valor con el trabajo sin duda no es lo mismo que mezclar jugo de tomate. Segundo, y sin embargo, este argumento también esta aquejado de una dificultad: todo esto pareciera válido para adjudicar derecho de propiedad para quedarse con los frutos del trabajo y el valor añadido de este, pero ¿por qué debería justificar la apropiación inicial de la tierra? Después de todo, la tierra no forma parte del “valor agregado” fruto de nuestro trabajo.

La tierra ya estaba ahí mucho antes que nosotros nos pusiéramos a trabajar en ella. El argumento de Locke sirve para justificar la propiedad sobre los frutos de la producción, pero no parece dar argumentos de peso para justificar la propiedad sobre la tierra trabajada que estaba ahí mucho antes de que nosotros llegáramos a trabajarla.

En conclusión, cabe hacerse la pregunta: “qué puedo haberle hecho a esta tierra o a este objeto para que me haya dado unos poderes tan extraordinarios sobre ellos? ¿Por qué lo que yo pueda haberle hecho tendría que anular su libertad previa de usarlo?” (Wolff, 2011, p. 174). Es muy difícil encontrar una respuesta satisfactoria a estos dilemas; “de ahí que sea tan difícil encontrar [ético o moral] de justicia en la adquisición. Tal vez sea imposible” (ibid.).

De esta manera, quizás sería mejor reconocer que puede ser un error filosófico centrarse en el tema de la justicia y la justificación moral en la adquisición como algo independiente de sus aspectos prácticos y reales en el sistema social o en la economía.

Entonces, bien podríamos justificar la propiedad privada, no desde un punto ético, sino que desde un punto de vista más pragmático y no deberíamos preocuparnos en elucubrar elaborados castillos de naipes sobre cómo se realizaron las primeras adquisiciones de propiedad en el estado de naturaleza. 

  Continuará… 

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COLUMNAS

Hacia un uso seguro de la tecnología

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Mauricio Bravo
Vicedecano de la Facultad de Educación

Recientemente, tuvimos el honor de organizar nuestro segundo encuentro del año, Conecta Educar, junto a la Fundación Telefónica Movistar ¡Y vaya que hubo debate! En el panel, que contó con Marcia Raphael (diputada y miembro de la Comisión de Educación), Martín Cáceres (director del Centro de Innovación del Ministerio de Educación), José Miguel Ossa (socio fundador del Colegio Pioneros), y Benjamín Prieto (subdirector de formación y desarrollo del Colegio Tabancura), se discutieron los pros y contras de prohibir los dispositivos móviles en los colegios.

¿La conclusión? Aunque no todos estuvieron de acuerdo, hubo un punto de encuentro: el verdadero problema no son los celulares, sino el acceso sin control a redes sociales como Instagram y TikTok. Esto nos hace pensar en las recientes medidas tomadas en España, donde se ha elevado la edad mínima para tener redes sociales de 14 a 16 años.

Lo importante ahora es proteger a nuestros menores en los entornos digitales.

¡Una iniciativa inteligente para proteser a nuestros jóvenes en el entorno digital! Y, hablando de Chile, es crucial que también debatamos sobre cómo proteger a nuestros niños y adolescentes en sus interacciones digitales. Según un estudio de Kaspersky, el 55 por ciento de los menores chilenos ya tiene cuentas en redes sociales. Este acceso temprano puede tener serias consecuencias, desde la exposición a contenido inapropiado hasta el ciberacoso y las adicciones tecnológicas.

Pero no todo son malas noticias. El anteproyecto en España también incluye controles pediátricos para detectar adicciones tecnológicas, una medida innovadora que podríamos considerar aquí. Y no nos olvidemos de la alfabetización digital, tanto para padres como para docentes. La tecnología evoluciona rápidamente y cada una trae enormes beneficios, pero también grandes desafíos.

Mucho tiempo atrás fue la aparición de la imprenta, luego la telefonía, la computación, internet y ahora debemos estar atentos a la evolución vertiginosa de la inteligencia artificial, que ya está revolucionando nuestras vidas. Cada avance tecnológico trae consigo grandes beneficios, pero también grandes desafíos.

En cada una de estas las sociedades se adaptaron y crearon marcos de protección que no limitaran el desarrollo ni la innovación.

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COLUMNAS

Sabine Weiss: Instantes de verdad (I)

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Ana Eva Fraile
Revista Nuestro Tiempo

Sabine se presentó en las oficinas de Vogue con varias cajas de copias en su maletín. Era agosto de 1952, tenía 28 años y hacía seis que se había instalado en París, donde trabajaba como ayudante del fotógrafo de moda Willy Maywald.

En manos del editor de la revista, Michel de Brunhoff, cayó un retrato de Joan Miró que ella había hecho en Cataluña a finales de los cuarenta, y quiso conocer mejor su trabajo. “Mmm, es bueno, mmm…”, mascullaba a su lado un hombrecillo al que Weiss no conocía. De Vogue salió con un contrato que duró nueve años.

Y, unos días después, recibió una carta con el membrete de la agencia Rapho en la que le pedían que presentara sus fotos. Entonces supo que la misteriosa silueta que la había acompañado en aquel despacho era el famoso fotógrafo Robert Doisneau, que acabaría siendo un gran amigo y valedor de la obra de Sabine.

“Mi vida ha estado jalonada por golpes de suerte y encuentros fortuitos”, confesaba en 2016 Sabine Weiss en una pieza audiovisual de la galería Jeu de Paume. En 1952, a raíz de su incorporación a Rapho, su carrera despegó.

Desde que reunió dos francos y medio para comprar su primera cámara de baquelita, a punto de cumplir los once, hasta principios de 2000, Sabine Weiss nunca dejó de fotografiar.

También al otro lado del océano. Cabeceras estadounidenses como The New York Times, Life, Newsweek o Holiday comenzaron a publicar sus fotografías, y participó en exposiciones en el MoMA de Nueva York y el Instituto de Arte de Chicago. Asimismo, en 1955, Edward Steichen seleccionó tres de sus imágenes para la antología histórica The Family of Man, que recorrió el mundo durante ocho años.

El segundo momento decisivo sucedió en 1978. Sin que Sabine lo supiera, su marido, el pintor estadounidense Hugh Weiss, y unos amigos, entre los que se encontraba Doisneau, organizaron una exposición (su primera retrospectiva) en el centro cultural Noroit, en Arras (Francia).

Aconsejada por Doisneau, ella se ocupó personalmente de seleccionar las imágenes entre las colecciones de los años cincuenta y sesenta. Así emprendió la relectura de unas fotografías en blanco y negro que nunca antes había enseñado. “Eran mi jardín secreto, mi reserva espiritual”, relató en 2009 en el libro Intimes Convictions.

Una vez terminó de colgar las obras ampliadas y enmarcadas, pudo contemplar la coherencia de su trabajo. “Me reencontré conmigo misma y con mi identidad”, reconoció. Desde que reunió dos francos y medio para comprar su primera cámara de baquelita, a punto de cumplir los once, hasta principios de 2000, Sabine Weiss nunca dejó de fotografiar.

Durante siete décadas, alimentó un archivo monumental: 200 mil negativos, 7 mil hojas de contacto, 2mil 700 grabados de época, 2 mil grabados modernos, 3 mil 500 impresiones, alrededor de 2 mil diapositivas y toda la documentación, que incluye recortes de prensa, reseñas, pruebas, correspondencia, películas y grabaciones. En 2017, decidió donar su legado al Museo Photo Elysée de Lausana (Suiza), que divisaba de niña desde la otra orilla del lago Lemán.

Su asistente, Laure Delloye-Augustins, la ayudó a hacer inventario. Una meticulosa tarea gracias a la que redescubrió sus propias fotografías, almacenadas durante tiempo y tiempo en cajas. A Sabine le gustaba volver sobre la envejecida libreta en la que registraba, de manera poco ortodoxa, sus quehaceres. Pasaba con cuidado las páginas porque algunas estaban a punto de desprenderse.

Al releer aquellas notas manuscritas del cuaderno de bitácora, sus recuerdos despertaban. Como destellos fugaces. En el vídeo Les 1001 vies de Sabine Weiss, no ocultaba su sorpresa ante una trayectoria tan fértil: “No entiendo cómo pude hacer tantas cosas en la misma época, es increíble, y cosas completamente distintas. Fue una vida muy buena, ¡no me arrepiento de nada!”.

Continuará…

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COLUMNAS

Felipe VI: renovación en una década tormentosa (I)

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Asunción de la Iglesia
Profesora de Derecho Constitucional

Los diez años del reinado de Felipe VI (2014-2024) pasarán a la historia como un periodo de renovación en un contexto de crisis prolongada. La renovación de la institución comenzó desde el primer discurso del Rey que, en la proclamación, habló de una monarquía renovada.

Las reformas han fijado el código de conducta del personal al servicio de la Casa del Rey, las normas sobre regalos a la Familia Real, la supervisión de la actividad económica ante el Tribunal de Cuentas, la estructura de la Casa Real y a la transparencia, entre otros aspectos.

Ha sido una sucesión de disposiciones y decisiones que han dado la vuelta a la institución para adaptarla al siglo XXI. También se ha buscado renovar y acercar la imagen pública de la Familia Real. Pero en esta década no han faltado desafíos y crisis encadenadas.

El fin del bipartidismo dio paso a una fragmentación y polarización parlamentaria.

Hoy son los conflictos bélicos en Europa y en Oriente Próximo y la gravísima crisis constitucional en España, que no tiene precedentes de tan acusado y prolongado deterioro desde que se aprobara la Constitución.

El último mensaje de Navidad de Felipe VI alertaba ante un panorama crítico. Conviene rescatar el discurso y enlazarlo con el de la proclamación, pues contienen las claves de la década. En medio hemos atravesado sucesivas crisis: la energética derivada de la guerra en Europa, la pandemia de la Covid y todas sus consecuencias humanitarias, políticas, económicas y sociales, el proceso independentista de Cataluña, que no parece que vaya a cerrarse con la polémica ley de amnistía.

Es indiscutible que su determinante discurso de 3-O de 2017 puso freno al proceso y fue antesala de la aplicación del art. 155 de la Constitución. Con ello Corona se situó aún más en la diana del independentismo, pero no solo.

El movimiento 15- M y sus herederos políticos ya habían agitado un nuevo republicanismo en el último periodo del reinado de Juan Carlos I, favorecido con los efectos de las crisis familiares y los escándalos de corrupción del caso Noos o las acusaciones que comprometían al Rey Emérito.

El fin del bipartidismo dio paso a una fragmentación y polarización parlamentaria que desde 2015 dificultó la formación de Gobierno, con largos periodos en funciones y convocatorias sucesivas de procesos electorales. La función del Rey en la propuesta de candidato a la investidura pasó a ser un proceso dilatado y tortuoso, aunque bien resuelto por el Jefe del Estado.

Continuará…

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