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COLUMNAS

Valor y aprecio

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Enrique García-Máiquez

Revista Nuestro Tiempo

Juan Ramón Jiménez soñó que todos cobrásemos el mismo sueldo por nuestro trabajo, fuese el que fuese. Siendo poeta y no registrador de la propiedad, parece una propuesta interesada, pero la razón era loable. Sin el dopaje de la diferencia salarial, cualquiera podría trabajar en lo que de verdad fuese su vocación, sin condicionantes económicos.

No ignoro el utopismo de la idea. No sería talmente como el salario mínimo vital, que tumbaría a media población a la bartola, pero haría que muchos se dedicasen a la jardinería y muy pocos, no sé, a la inspección de Hacienda, por poner dos casos extremos. Yo, desde luego, me profesionalizaría como haijin, esto es, como escritor de haikus.

Practicidad aparte, la idea de JRJ tiene un inmenso valor como guía moral. Nos la podemos aplicar. Las utopías para quien se las trabaja. Con que un empleo nos sirva para satisfacer unas necesidades económicas familiares básicas, ya podríamos seguir nuestra vocación. 

No se trata de irse a una buhardilla a pasar hambre, pero, con cobrar un sueldo digno, hay suficiente margen de libertad para cumplir la vocación y además hay oficios remunerados más o menos afines a la nuestra. Cuando alguien se extraña o escandaliza de mi empeño en cobrar por publicar mis cosas, le recuerdo a Fernando Savater, que decía que, si uno no cobra por hacer lo que le gusta, tendrá que terminar trabajando en lo que no le gusta.

Rendir a cada trabajador el mismo honor si es bueno en lo suyo, sea alfarero o ingeniero
aeronáutico.

Sin aspirar a ser el más potentado del barrio, podemos ocuparnos en lo que nuestra vocación nos indique o suficientemente cerca de ella o dejándonos, como mínimo, un tiempo libre para cultivarla, mecenas de nosotros mismos. Lo cual es impagable.

Mi hijo llegó del colegio con nueve años diciendo que estaba decidido a ser filósofo. Los pequeños habían tenido una visita del profesor de Filosofía de bachillerato, don José María Gallardo, que estaba muy enfermo, pero no paraba. Les había contado el mito de la caverna y el apasionante desafío de salir a la luz de la verdad.

Mi hijo se confesaba deslumbrado. Sentí algo parecido a los celos por la capacidad del profesor de entusiasmar a su alumnado, tan diferente a la mía, ay; pero me repuse. Y asumí que, como es lógico, la filosofía es lo más atractivo. Escribí a Gallardo, que era amigo mío, para felicitarle por la pasión que había sabido insuflar. Me contestó con una evasiva humildad, que me chocó un poco. Mi hijo tampoco volvió a hablarme nunca más de su imperiosa vocación filosófica.

Un año después, al salir del masivo y emocionado funeral de aquel profesor inolvidable, me enteré de que hacía un experimento con sus alumnos (que era, como confirmé al llegar a casa, el que había practicado con mi hijo y conmigo). Les pedía que contaran a sus padres que la primera clase de Filosofía les había gustado tanto que iban a estudiar esa carrera sin lugar a duda.

Su objetivo, provocar el espanto parental y así hacer ver a los niños que muchas veces nos movemos por utilitarismo, y que no tenemos en cuenta ni nuestra vocación ni la libertad de elección de los demás. A un alumno se le ocurrió grabar la conversación con su padre mientras este le gritaba que era gilipollas, que se iba a morir de hambre, etcétera. Gallardo lo consideró un éxito descomunal de su experimento. Lo que yo entendí timidez por mi felicitación era quizá fastidio por el fracaso de su parábola.

Aún más que los dineros condiciona la vanidad. Hay quienes no siguen su vocación porque ese trabajo u oficio no tiene la consideración social suficiente de cualquier otro. Ahí es más fácil aplicar analógicamente el consejo de JRJ: rendir a cada trabajador el mismo honor si es bueno en lo suyo, sea alfarero o ingeniero aeronáutico.

Todo necio confunde valor y aprecio en esta sociedad de likes y prestigios mediáticos, pero eso puede desactivarse con elegancia, apreciando el mérito incomparable de la obra bien hecha. Podemos contribuir de forma decisiva al mejor discernimiento vocacional de nuestros hijos, sobrinos y vecinitos si dejamos de valorar como bobos el prestigio social o la nómina rutilante. Siendo más hondamente admirativos de todos.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Premios por trayectoria y aportes al arte guatemalteco

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Fernando Soto, 

Director de Fomento de las Artes, Ministerio de Cultura y Deportes 

[email protected]

Guatemaltecos, cuyos nombres han trascendido las fronteras de nuestro país por su valor artístico, forman una constelación de estrellas en el firmamento del arte nacional. Nombres como Joaquín Orellana, Carlos Mérida, Efraín Recinos o Miguel Ángel Asturias, son algunas de estas figuras del arte nacional que dan renombre a Guatemala en el universo artístico. 

El Estado de Guatemala, por medio del Ministerio de Cultura y Deportes, constitucionalmente tiene la obligación primordial de proteger, fomentar y divulgar la cultura nacional y, anualmente, reconoce a los artistas por medio de la entrega de los Premios por Trayectoria y Aportes al Desarrollo del Arte.

El Estado tiene la obligaciòn de proteger, fomentar y divulgar la cultura nacional.

Marimba, teatro, danza, música, artes visuales y artes circenses son las disciplinas en las que se premia a mujeres y hombres guatemaltecos dedicados al arte nacional, enalteciendo, reconociendo y valorando a las y los guatemaltecos dedicados al quehacer artístico nacional.

Durante el año se entregan los premios a los artistas en cada una de las disciplinas en las que han destacado, contribuyendo al desarrollo del arte, ya sea por medio de la docencia, la proyección de su arte como destacado intérprete, o la labor  creadora de obras artísticas, fruto de años de dedicación y esfuerzo, sirviendo como ejemplo a las nuevas generaciones de niños y jóvenes que inician o se están formando en el arte y, a la vez, proyectando su obra creadora a la sociedad guatemalteca, dejando un legado artístico que muestra  la grandeza del arte a nivel nacional e internacional.

Educadores que transmiten a las nuevas generaciones su conocimiento y experiencia en las escuelas de arte, conservatorios o academias comunitarias que existen en el territorio nacional;  dramaturgos, compositores y coreógrafos que  plasman en su obra historias y vidas, paisajes sonoros, lenguajes corporales cadenciosos con el fin de transmitir una idea, un momento, un mensaje, un recuerdo o una realidad; músicos, actrices y actores, bailarinas y bailarines, escultores y pintores, payasos, acróbatas y magos que han dejado su vida en las tablas, en teatros, en galerías, en parques, iglesias, edificios, en festivales o en donde se pueda hacer un escenario o montar una exposición y presentar ante un público diverso y colorido el fruto de la obra creadora
individual o colectiva.

Mientras sigamos reconociendo y valorando a nuestros artistas, seguiremos llenando de estrellas el firmamento artístico de nuestra Guatemala.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

La crisis de la verdad: deepfakes y desinformación

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El Informe sobre Riesgos Globales 2024 del Foro Económico Mundial destaca las principales amenazas que enfrentará el mundo. Entre las más urgentes para los próximos dos años se encuentran la desinformación, los fenómenos meteorológicos extremos, la polarización social, ciberataques y los conflictos armados. 

La desinformación, entendida como información falsa difundida sin intención y como aquella creada deliberadamente para engañar, destaca como una de las amenazas más preocupantes. Dentro de este fenómeno, se incluyen las deepfakes: videos o audios generados con inteligencia artificial que imitan a personas reales diciendo o haciendo cosas que nunca ocurrieron.

No se trata solo de una amenaza tecnológica, sino también de un reto cultural.

Estas herramientas, que utilizan modelos de aprendizaje profundo para crear contenido casi indistinguible de la realidad, están ahora al alcance de cualquiera con acceso a un software básico, convirtiéndose en una poderosa arma de manipulación.

En un país como Guatemala, donde persiste la polarización política y la desconfianza en las instituciones, las deepfakes representan un riesgo enorme.

La rapidez con la que se difunde la información a través de plataformas como Facebook, WhatsApp o TikTok, sumada a la tendencia de la población a consumir información superficial sin verificarla, crea un terreno fértil para el éxito de este tipo de
manipulaciones.

Crear un deepfake no requiere de equipos sofisticados; basta con programas accesibles y suficiente material visual de la persona que se desea imitar. Casi cualquiera con intenciones maliciosas puede producir contenido para difamar a figuras públicas, marcas o influir en decisiones políticas y sociales. En un país donde muchos ciudadanos se quedan en la superficie de lo que ven o escuchan, las consecuencias  pueden ser tremendas.

Vivimos en una era de sobrecarga de información y contenido instantáneo, donde la veracidad de los hechos importa menos que las emociones que estos generan.  

Campañas de desprestigio y contenidos falsos no solo capturan la atención del público y manipulan sus percepciones, sino que también distorsionan la verdad y alimentan la polarización social, aumentando el clima de desconfianza.

A nivel global, estudios como los del MIT han demostrado que las noticias falsas y los deepfakes, se difunden más rápido y llegan más lejos que las noticias verdaderas, especialmente en el ámbito político. Esto se debe a su novedad, apariencia y a su capacidad de generar emociones fuertes como miedo, disgusto y sorpresa, haciéndolas más propensas a ser compartidas en redes sociales.  

No se trata solo de una amenaza tecnológica, sino también de un reto cultural. Las redes sociales, que surgieron como espacios para la libre expresión, hoy pueden adormecer el razonamiento crítico, convirtiendo a los usuarios en presa fácil de la manipulación. En lugar de profundizar y cuestionar, muchos se quedan en la superficie de los titulares y contenidos virales, adoptando posturas emocionales antes que basadas en hechos.

Como ciudadanos, tenemos una gran responsabilidad ante esta amenaza. No debemos consumir toda la información que nos llega sin cuestionarla. Necesitamos practicar un escepticismo saludable, fomentar la alfabetización mediática, la cultura de verificación y análisis crítico educándonos para identificar y combatir la desinformación.

Si no aprendemos a discernir entre la verdad y la manipulación, seguiremos siendo vulnerables y presas fáciles. Solo con una ciudadanía informada y crítica podremos proteger nuestro derecho a tomar decisiones .

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Un compromiso municipal con la discapacidad

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Unidad de Comunicación y Relaciones Públicas
CONADI, Guatemala.

En Guatemala, se estima que 1,025,465 personas viven con al menos una dificultad, lo que equivale al 9.53% de la población total. Durante muchos años, las personas con discapacidad en nuestras comunidades han sido olvidadas y excluidas de diversos ámbitos sociales.

Este es un tema de preocupación para el Comité de Expertos de las Naciones Unidas, que, desde la ratificación de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad en Guatemala, ha emitido 83 observaciones y recomendaciones al Estado guatemalteco.

Las OMD representan el enlace entre las personas con discapacidad y las entidades municipales.

Para cumplir con estas recomendaciones el CONADI, cuenta con el Departamento de Servicio Nacional de Discapacidad. A través de sus delegados departamentales trabaja con organizaciones e instituciones dedicadas a las personas con discapacidad.

El objetivo es influir en la voluntad política de las autoridades para que integren la temática de discapacidad en los Planes, Programas, Proyectos y Políticas municipales.

En seguimiento a este mandato, CONADI colabora activamente en la Comisión Departamental de Discapacidad (CODEDIS) y con la Comisión Municipal de Discapacidad (COMUDIS); y a partir de la publicación del Acuerdo Gubernativo 137-23024, el pasado 2 de septiembre en el Diario Oficial, el CONADI podrá participar con voz y voto en los Consejos Departamentales de Desarrollo Urbano (CODEDES).

Estos esfuerzos buscan fomentar la participación ciudadana y crear espacios específicos para la instalación de Oficinas Municipales de Discapacidad en los municipios del país.

Hasta la fecha, se han establecido 131 Oficinas Municipales de Discapacidad (OMD) y 2 Direcciones Municipales de Discapacidad (DMD), que sirven como enlace directo entre las personas con discapacidad y sus familias en cada municipio.

Las aperturas más recientes incluyen las oficinas de Santa Catarina Mita, Jutiapa; Melchor de Mencos, Petén; Samayac, Suchitepéquez, San Rafael las Flores, Santa Rosa; Olopa y Quezaltepeque en Chiquimula; así como en Jocotenango y Pastores en Sacatepéquez.

Colaborador DCA
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