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COLUMNAS

Día Internacional de los Pueblos Indígenas

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Zully Magzul
Voluntaria, Oficina de la Coordinación Residente
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La Agenda 2030 busca empoderar a las personas vulnerables, incluyendo los pueblos indígenas, a través del desarrollo económico, el acceso igualitario a la educación y la inclusión social, económica y política (Objetivos de Desarrollo Sostenible 2, 4 y 10).

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) también ha declarado el 9 de agosto como el Día Internacional de los Pueblos Indígenas y la década 2022-2032 como el Decenio de las Lenguas Indígenas; esto último, con el objetivo principal de proteger las lenguas indígenas que están en peligro de desaparecer.

El Día Internacional de los Pueblos Indígenas es una ocasión oportuna para reflexionar sobre la situación de las personas indígenas y, en específico, de las mujeres, quienes todavía enfrentamos barreras para acceder a la educación: estamos tres veces más expuestas a vivir en condiciones de extrema pobreza y frecuentemente somos discriminadas y excluidas.

Como mujer maya kaqchikel, siento un gran privilegio el ser parte de esta cultura caracterizada por la indumentaria, el idioma, las costumbres y la espiritualidad ancestral, así como por un conjunto de valores basados en la relación de equilibrio que debe existir entre el ser humano y la naturaleza, que se expresa en el principio de que “todo posee el mismo soplo de vida, por lo que merece el más profundo respeto”.

Es de la mayor importancia que este año la ONU haya escogido como la temática del Día Internacional de los Pueblos Indígenas el “papel de las mujeres indígenas en la preservación y transmisión del conocimiento tradicional”, dada la importancia que tenemos las mujeres en la preservación y transmisión de las prácticas ancestrales.

”El papel de las mujeres guatemaltecas indígenas en la preservación y transmisión del conocimiento tradicional“.

En Guatemala (un país multilingüe, multiétnico y pluricultural, con una de las más altas proporciones de población indígena del mundo) somos las mujeres indígenas quienes en mayor medida nos esforzamos por conservar y transmitir nuestra cultura; por ejemplo, a través de nuestra indumentaria y nuestro idioma.

Son mujeres indígenas tejedoras quienes transmiten sus conocimientos, sentimientos y amor a través de la ardua labor de manos que implica la creación de cada prenda única, la cual, además, refleja siempre un momento específico y especial en la vida de quien la elabora.

A pesar de haber sido objeto de discriminación en el sector académico, laboral y social, he decidido portar orgullosamente mi indumentaria maya en cualquier lugar donde me encuentre, como símbolo de respeto a mis raíces, además de que es una oportunidad para dar a conocer mi cultura y expresar lo afortunada que soy de pertenecer a ella, cultura milenaria que me acompaña en cada uno de mis pasos.

Las mujeres que somos maestras también tenemos un papel central en la conservación y transmisión de nuestra cultura. En este sentido, valoro las oportunidades que he tenido, como docente del idioma kaqchikel, de transmitir a la niñez y juventud guatemalteca y de otros países, el conocimiento tradicional de mi pueblo.

He visto de primera mano el beneficio de hacer obligatoria la enseñanza de un idioma maya en la educación nacional. Al tener la oportunidad de enseñar sobre el significado de la cultura maya, su idioma, cosmovisión, indumentaria, entre otros elementos, observé un cambio en niñas, niños y jóvenes, basado en el respeto hacia nuestros pueblos indígenas.

En este sentido, en el marco del Día Internacional de los Pueblos Indígenas y partiendo de este pequeño acercamiento a la cultura maya, a través de lo que ha sido mi experiencia, invito a que todas y todos los ciudadanos de este país reflexionemos sobre las acciones que podemos tomar para alcanzar una sociedad pacífica, justa e inclusiva que reconozca el papel de los pueblos indígenas (y sobre todo de las mujeres indígenas), e impulsemos sus esfuerzos por mantener y proteger nuestra cosmovisión y cultura ancestral.

Esto contribuirá a que hagamos realidad el principio de la Agenda 2030 de “no dejar a nadie atrás”.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

¿Existe la libertad de género? (II)

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Felipe Schwember Augier
Profesor investigador de Faro UDD

El activismo conservador antifeminista y antigénero (el que cree que el género es “ideológico” y habla, por tanto, de la “ideología de género”), cree poder resolver el problema apelando a la ciencia. Pero este no es un problema científico, sino moral y político.

Y aun cuando lo fuera; por ejemplo, aun cuando los genetistas demostraran que un gen predispone a las mujeres a llevar velo, eso tampoco resuelve nada, pues de la predisposición biológica no se seguiría que la joven en cuestión está obligada a llevar velo. Quienes apelan ingenuamente a la biología no se dan cuenta de que si la joven está, por esa predisposición, obligada a llevar velo, entonces quienes tienen predisposición al cáncer están moralmente obligados a sufrirlo.

Todos estos argumentos se han ofrecido, a su turno, en todos y cada uno de los hitos que han marcado la emancipación de la mujer o de las minorías sexuales.

Pero, ¿no podría argüirse que la libertad de género es perniciosa? Eso es lo que argumentarían los miembros de la comunidad de la joven. Podrían decir que el suyo es un mal ejemplo para otras jóvenes; que con su conducta destruye la diferencia entre hombres y mujeres y, por tanto, el orden social; que impone a los demás su forma de ver las cosas o, por qué no, que es un peligro para los niños.

Todos estos argumentos se han ofrecido, a su turno, en todos y cada uno de los hitos que han marcado la emancipación de la mujer o de las minorías sexuales. El de la imposición (“nos obliga a tratarla como mujer, aunque no lleve velo”) es hoy muy socorrido.

Pero extrapolémoslo: ¿diría usted que es una imposición arbitraria, que atenta contra quienes se oponen al divorcio vincular, inscribir a los hijos de un segundo matrimonio como “hijos matrimoniales” en lugar de “adulterinos” o “bastardos”?

La libertad de género es una libertad fundamental, aun cuando su ejercicio o aplicación entrañe dificultades. Una obvia tendría lugar si, en el ejemplo anterior, la joven fuera menor de edad. Sin embargo, es diferente reparar en esas dificultades con el fin de mejorar la regulación legal o consuetudinaria de la libertad de género, que hacerlo con el de suprimirla.

Además de peligroso (pues su lógica se puede extender a todas las libertades), el segundo caso es injusto, pues es acometido por quienes ya disfrutan y ejercen, aunque no lo sepan, de la más amplia libertad de género.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Mártires (II)

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Fermín Torrano Echeandia

Revista Nuestro Tiempo 

“Es muy difícil que no encuentres en la cola a alguien que haya perdido a un familiar, un amigo o un vecino”, se lamentaba Ana intentando contener el llanto con las manos. “Soy de izquierdas, pero esta guerra no es por Dios o la tierra.

Esta vez es personal”. Ella llevaba varios días sentada en la última esquina de la T4, porque todas las aerolíneas, excepto El Al (compañía nacional israelí), habían cancelado los viajes a Tierra Santa. Los pasajeros se elegían entonces según los intereses del país hebreo. Un cribado para decidir quién factura y a quién le toca esperar.

“Primero los que han recibido llamada del Ejército”, gritó un responsable de seguridad. “Después los que tienen funerales, los que han perdido a alguien y los que tengan que llegar a un hospital”.

La embriaguez colectiva de una guerra que arranca va acompañada siempre de individuos con emociones culpables por no haberse preparado. 

También, dejaron pasar a médicos, forenses dentales y cualquier profesional que pudiera ayudar a la sociedad israelí. Los medios de comunicación, como se ha demostrado con el control informativo y la prohibición de entrar en Gaza, nunca fueron una prioridad.

Adah se vuelve en la fila 35 del vuelo Madrid-Tel Aviv del 12 de octubre. “¿Eres periodista? ¿Propalestino o proisraelí?”, pregunta antes de rellenar el silencio con un monólogo acelerado.

La embriaguez colectiva de una guerra que arranca va acompañada siempre de individuos con emociones culpables por no haberse preparado. Ella esquivó el servicio militar obligatorio a través del Sherut Leumi, o Servicio Nacional. 

Una excepción con la que, sobre todo mujeres de familias sionistas religiosas, evitan alistarse. A su alrededor, los pasajeros miran pantallas que reproducen sin descanso el trauma de una nación herida. No hay asientos libres en el avión ni espacio para la mudez.

Son mujeres y hombres anónimos volando a la tierra del dolor en la que sus muertos aguardan el último adiós. “¿Sabes?, dice Adah tras una pequeña pausa, ahora lo pienso y creo que me equivoqué. Ayer despedí en Madrid a una amiga y… aunque haré voluntariado… no sé. Ella tenía una llamada del Ejército y yo no”.

Eli (que significa exaltar a Dios, en hebreo) se sienta dos filas más atrás. En 2005 le desplegaron para cubrir la retirada israelí de Gaza. Horas antes de empuñar de nuevo el fusil, mira de reojo a la mayor de sus hijas y baja la voz. “Les dimos el control y les dejamos vivir, pero lo que han hecho es obra de animales. Ahora nos toca a nosotros arrinconarles y debemos hacerlo de tal manera que en los próximos cincuenta años ningún niño israelí tenga que preocuparse”.

Chicos como Yair y David, que tocan los tambores improvisados de la guerra golpeando columnas metálicas a la salida del aeropuerto de Ben-Gurión, en Tel Aviv. A su alrededor, decenas de jóvenes aplauden, vitorean y cantan el himno nacional: La esperanza, para recibir a los reservistas en el aeropuerto.

En los primeros seis días, los aviones y helicópteros israelíes lanzaron 6 mil bombas sobre Gaza. La campaña se planificó por fases. La primera consistió en un castigo desde el aire para romper las defensas y perseguir a Hamás en su propio territorio. El Ejecutivo hebreo vació el norte de la Franja.

Forzó a desplazarse a un millón de personas. Su aspiración: cazar a los terroristas, descabezar su estructura y destruir la red de túneles donde se esconden. Un movimiento con botas sobre el terreno que pretendía ser quirúrgico.

Pero del papel a la realidad hay un trecho. Se estima que tres cuartas partes de la población gazatí, alrededor de 1.7 millones de personas, han huido forzosamente hacia el sur, sin poder escapar de la Franja. Más de la mitad de edificios han quedado dañados o destruidos, y el conteo de víctimas supera las 30 mil, según el Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamás.

Incluso las estimaciones más prudentes creen que se trata del mayor número de muertos árabes en conflicto con Israel, una lucha que se remonta a 1948, tras la creación del Estado hebreo. Guerras y “maniobras especiales” entre dos pueblos enfrentados que habitan la misma tierra, esgrimen los mismos argumentos y miran al cielo implorando al mismo Dios.

  Continuará…

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Negocios y humanidades (I)

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Juan Carlos Jobet

Decano Escuela de Negocios UAI

En el debate en torno a las humanidades hay algunas ideas que parecen generar cierto consenso. La primera es que las humanidades sí tienen valor (¡era que no!). La verdad, nadie pretendió poner eso en duda, pero la controversia ayudó a refrescar esa convicción. Eso de por sí tiene valor.

La segunda es que reconocer el valor de las humanidades exige evitar que estas y las instituciones en que se imparten o practican- sean monopolizadas para hacer activismo político o imponer a la comunidad un determinado sesgo ideológico. Pero ¿ tienen valor las humanidades para los negocios? ¿ Deben las empresas aprovechar el potencial de las humanidades para cumplir, apoyándose en ellas, mejor su rol social?

Comprender esos cambios, esencial para navegarlos con éxito.

¿O debe la actividad empresarial, en cambio, descansar solo en las técnicas que le son en apariencia más propias, las finanzas, el marketing, la economía, la estrategia o la gestión de personas, las operaciones y la innovación, y dejar tranquilas a las humanidades para que contribuyan a la sociedad desde otras esferas? Las humanidades pueden contribuir a los negocios al menos en tres frentes. El primero es en una mejor comprensión y relación con el entorno.

La velocidad de cambio que enfrenta hoy el mundo (sí, ya parece a estas alturas un lugar común, pero no por eso es menos cierto) impone un desafío gigantesco a las empresas: la transformación tecnológica, el cambio climático y la transición energética, la incertidumbre institucional y regulatoria, la polarización política y los cuestionamientos a la democracia liberal, la creciente tensión geopolítica y la progresiva fragmentación de la economía global, entre otras dinámicas complejas y simultáneas, hacen muy difícil predecir cómo será, ya no en el largo plazo, sino a la vuelta de la esquina, el escenario en que las empresas deberán operar.

Comprender esos cambios, esencial para navegarlos con éxito, requiere que las empresas puedan observar sus distintas capas de complejidad, aproximarse a ellos desde distintos ángulos, armadas con diversos marcos conceptuales que vayan más allá de lo que ofrecen las disciplinas más tradicionalmente de negocios. 

                    Continuará… 

Colaborador DCA
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