Esperanza Ruiz
Revista Nuestro Tiempo
Charlan unos minutos y Laforet prosigue el camino de vuelta a casa. En un instante comprende todo. Lo oculto se revela en
su mente con una claridad límpida. “Dios me ha cogido de los cabellos y me ha sumergido en su misma esencia (le escribió en una carta a Fortún). Ya no es que no haya dificultad para creer… Es que no se puede no creer”.
Reconoce la naturaleza milagrosa de su experiencia mística y se maravilla ante la felicidad completa, nunca antes sospechada. Dios había salido al encuentro de su alma una tarde de diciembre, en una calle cualquiera de Madrid. Pese a la inefabilidad del acontecimiento Carmen escribe La mujer nueva (1955), una novela en la que la protagonista, Paulina, recibe la gracia de manera repentina.
También explicó su alejamiento posterior, no tanto de la fe sino de la Iglesia.
Su instantánea conversión años atrás determina que su literatura sea un instrumento al servicio de Dios. La obra gana el premio Menorca y el Nacional de Literatura pero decepciona a los que alabaron la rebeldía de Nada y veían a Carmen como a una abanderada de la libertad. Sin embargo, lejos del sometimiento, al escribir sobre la conversión a la fe, demostraba no importarle lo que fuera moda o se esperara de ella.
“Es una obra poco convincente artísticamente porque le falta perspectiva. Religiosamente, por lo mismo”, escribió tiempo después a Ramón J. Sender, al que también explicó su alejamiento posterior, no tanto de la fe sino de la Iglesia, con la que se sintió desilusionada. Laforet se confiesa así a su amigo: “Para mí la cosa de Dios ha sido tremenda; primero como algo que vino de fuera, luego una búsqueda de siete años […].
Y luego otros siete años en los que estoy casi huida, de volver a mi ser, de encauzar todo a mi razón. Pero siempre encuentro a Dios en todas partes. A veces es como una locura tranquila. Si me voy a París, Dios está en París. Si voy a USA, Dios está en USA. Si creo que le he olvidado, me doy de narices contra Él”.
La relación con el escritor español Ramón J. Sender tiene mucho de curiosa y un poco de rara, como algunos definen a Carmen. Empieza con algunos desencuentros y acaba con una confianza íntima e inquebrantable. Tal y como era Carmen en la amistad. Solo se ven dos veces en la vida; Sender (veinte años mayor que ella) está exiliado en los Estados Unidos, donde es profesor de Literatura Española en la universidad de Albuquerque.
En octubre de 1947 lee Nada y queda tan impresionado que escribe a Laforet desde Nuevo México para felicitarla. Carmen no conoce al escritor y no responde. Casi veinte años después, el Departamento de Estado la invita a realizar un viaje por los Estados Unidos e impartir algunas conferencias; Nada es un fenómeno mundial que trasciende generaciones y no hay departamento de Hispánicas en el que la novela, la española más traducida junto con el Quijote y La familia de Pascual Duarte, no esté incluida en su lista de lecturas.
Continuará…