La pandemia ha ocasionado, en Chile y a nivel mundial, varias secuelas que impactan la salud mental de las personas. Hay que destacar que, antes del inicio del Covid-19, nuestro país ya presentaba desalentadoras cifras en el ámbito de la salud mental de la población; es así como la Encuesta Nacional de Salud (2019) arrojó que en Chile los problemas de salud mental constituyen la principal fuente de carga de enfermedad, lo que tiene consecuencias en distintos ámbitos de la vida cotidiana.
Actualmente han aumentado las consultas psicológicas relacionadas con la incertidumbre, el estrés por los meses de encierro, la percepción de un contexto restrictivo y la necesidad de ajuste a una nueva realidad que está en constante cambio. Además, se proyecta un fuerte impacto negativo en la salud mental, luego de la pandemia, especialmente en síntomas ansiosos y depresivos en personas de distintos grupos: niños/as, adolescentes, mujeres, adultos mayores. Teniendo en cuenta lo anterior, es preocupante la escasa inversión que existe en Chile en el área de la salud mental (sólo el 1.9% del presupuesto total de salud en salud mental, cifra muy inferior a la de los países de la OCDE –del 5% al 9%-), y la poca cobertura que ofrecen las Isapres de este tipo de prestaciones. Urge el desarrollo de una política pública de salud más consistente con los datos aportados por la evidencia.
En Chile, los problemas de salud mental constituyen la principal fuente de carga de enfermedad.
Esto es esencial, si se considera que la salud mental es un componente fundamental del bienestar integral de cada persona, que incide en su percepción de satisfacción, en su felicidad y en el desempeño de distintos roles sociales (trabajador/a, estudiante, pareja, padre, madre, hijo, abuelo/a, etc.).