Kant nos invita a pensar desde la ética formal para establecer
nuestras propias reglas, desde un criterio llamado imperativo categórico, lo cual indica que se debe actuar de acuerdo a una ley de cumplimiento universal; esto significa que el resto de los seres humanos deberían de actuar así. La base del imperativo categórico es la buena voluntad, no por un premio o un castigo, sino porque se está convencido de que todos los seres humanos deberían de actuar así. Si la intención del actuar no es por eso, sino por un fin, Kant contrapone otro criterio llamado imperativo hipotético.
Después de la muerte de Alejandro Magno, empiezan a surgir corrientes filosóficas. Hablaremos de dos de ellas, la de Epicuro, o la escuela de los epicúreos, que indicaba que la Filosofía es necesaria para alcanzar la felicidad y que la felicidad estaba compuesta por 2 factores: la ataraxia, que es la ausencia de preocupaciones, y el hedoné, o el placer. La otra corriente es la del filósofo Zenón de Citio, o la escuela de los estoicos, que contraponen sus bases éticas a las de Epicuro.
Los estoicos consideran que la racionalidad no es algo con lo que la naturaleza nos haya dotado desde el
inicio.
Algo muy interesante de Zenón de Citio es que se preocupa por reglamentar un manual de vida, para poder sobrellevar la resistencia que existe entre la virtud y las emociones y sentimientos dañinos. Los estoicos consideran que la racionalidad no es algo con lo que la naturaleza nos haya dotado desde el inicio, pues esta se adquiere gradualmente a lo largo de los primeros siete años de la vida humana a través de la formación de concepciones. En la adultez es cuando se puede concluir, contemplar e imitar la naturaleza, en el sentido de que la armonía que existe en ella es lo único que puede ser considerado como bueno.
En ese momento, la razón del hombre llega a la conclusión de que la armonía que contempla en el universo constituye el bien humano más alto, y por ello la considera digna de imitar. Sin embargo, también afirman los estoicos que la simple racionalidad no es suficiente para imitar la naturaleza, pues el ser humano es fluctuante y se pierde en la búsqueda de riquezas, fama y gloria, por lo que se necesita de una razón humana que mediante el progreso ha sido llevada a su perfección y que es concebida como semejante a la razón divina, denominada como “la recta razón”.