Ricardo Fernández Gracia
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Gregorio fue promovido inmediatamente a la chantría de la catedral de Tarazona, contando con el beneplácito de José Laplana, obispo regalista de aquella diócesis, pero no así de su cabildo catedralicio. En septiembre de 1767 tomó posesión de aquella prebenda.
Varios canónigos le hicieron el vacío y le mostraron su enemistad y hostilidad, por lo que, transcurridos cinco años, se refugió en su Corella natal, en donde bien por escrúpulos de conciencia o por la fama de traidor que le adjudicaron muchos jesuitas en el exilio, le llevaron al suicidio el día 18 de julio de 1774, cuando contaba con cuarenta y dos años.
Su partida de defunción, como la de nacimiento, resulta sospechosísima, pues achaca su óbito a una caída, añadiendo que “no recibió ningún sacramento por haber muerto repentinamente de una caída, pero ese mismo día se confesó y celebró misa”.
Su partida de defunción, como la de nacimiento, resulta sospechosísima
Sin embargo, sabemos, por una carta enviada desde Corella al padre Luis Labastida, el mismo día del deceso, que “un cuarto de hora después que se le había visto a don Gregorio Leandro entrar en su casa, sano y bueno, se le halló muerto en el corral de ella, bajo los canalones del tejado, con una herida muy grande en la cabeza, y todo el cuerpo descoyuntado y con grandes contusiones, y que todos suponen que esto no había podido suponer sino por haberse arrojado él mismo por la ventana de su habitación”.
Este trágico final sería comentado por algunos jesuitas en el exilio, entre ellos el padre Luengo, con un grueso y terrorífico epifonema, interpretando lo ocurrido como justo castigo hacia quien había traicionado y calumniado a la Compañía de Jesús en aquellos difíciles momentos.