jueves , 28 noviembre 2024
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Hasta que duela

Si damos la mitad del pan que nos comemos, eso es solidaridad, pero si damos el bocado que nos sobra después de haber saciado nuestra hambre, eso es limosna.

Hace pocos días, el papa Francisco elevó a la categoría de santa a la Madre Teresa de Calcuta. Como se sabe, en la tradición cristiana católica este acto se realiza después de examinar un expediente que comprueba diversos milagros realizados por esta singular mujer que dedicó su vida a atender a los más necesitados de su país, India.

No he sido religioso, ni mucho menos y, por lo tanto, no tengo autoridad para analizar este evento reciente que, sin duda, constituye para los católicos un suceso significativo. Sin embargo, al margen de las creencias religiosas, veo en la figura de la Madre Teresa la síntesis de lo que debe constituir un ser humano: sencillez, vocación de servicio, entrega a la causa de los más necesitados, así como de búsqueda incansable de la paz, como fórmula de convivencia social.

La ahora santa, una mujer menuda, de hablar sereno y con su atuendo de religiosa, hacía crecer su figura gigante sobre su decidida y recia voluntad de abogar por los más pobres. Fundadora de una orden religiosa a la cual logró transmitirle la vocación de servicio y amor al prójimo, se constituye hoy en el centro de atención de quienes están a favor de su causa, y por supuesto, también de quienes la adversan.

Teresa de Calcuta viajó por el mundo, se entrevistó con diversas personalidades y donde quiera que fuera, siempre anteponía su humildad, sinceridad y don de cristiana. Al recibir el Premio Nobel de la Paz en 1979, en su discurso de aceptación expresaría una de sus frases más famosas: “El más grande destructor de la paz hoy es el llanto del inocente niño no nacido”. Con esta frase sentaría su posición en contra del aborto.

En uno de tantos viajes al extranjero, una vez se le acercó un hombre de negocios, quien había asistido a una reunión en la cual ella promovía su mensaje de caridad para los más necesitados del planeta. “Madre Teresa, ¿hasta dónde debemos dar?”, le preguntó aquel. Y ella respondió con firmeza: “Hasta que duela”.

Esta frase dio la vuelta al mundo y constituye uno de los pilares del pensamiento de la santa. Como se sabe, muchas personas se conforman y tranquilizan su conciencia dando limosna a los necesitados; pero la convicción de dar no se restringe a repartir lo que nos sobra. La verdadera acción de dar es un acto de sacrificio personal a favor de los demás.

Si damos lo que ya no queremos, o aquello a lo que le hemos perdido el aprecio, en realidad estamos cayendo en punto muerto. No hemos dado nada. Pero si compartimos algo de lo que nos sirve para sobrevivir,  habremos dado vida a otro ser humano a costa de nuestra propia vida o de nuestro bienestar personal.

Precisamente la solidaridad consiste en compartir. Si damos la mitad del pan que nos comemos, eso es solidaridad, pero si damos el bocado que nos sobra después de haber saciado nuestra hambre, eso es limosna; y la limosna denigra la esencia del ser humano. Demos hasta que nos duela, seguros de que ese dolor se transformará a la larga en una satisfacción de vida y en un triunfo sobre la mezquindad del mundo.


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