miércoles , 27 noviembre 2024
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El regalo de lo incierto

Por: Claudio Araya

Escuela de Psicología

 

 

Hoy lo veo con mediana claridad: hay una característica que está presente en cada momento de nuestra vida, y que quizás, de tanto estar presente la olvidamos, es el carácter incierto y novedoso que tiene cada momento.

 

Si nos detenemos a observar con atención, podemos reconocer que cada momento encierra la cualidad dinámica de lo incierto, cada momento se manifiesta de un modo novedoso, y en un próximo momento podría manifestarse de una forma completamente distinta.

 

Aunque en el pasado haya ocurrido algo de manera parecida o casi igual a lo que está ocurriendo, en el mejor de los casos es casi igual, no es idéntico, el momento en el cual estamos es, en su cualidad primaria, radicalmente nuevo.

 

Si hoy detengo mi hacer y me siento a sentir mi respiración, puedo darme cuenta del carácter incierto de este momento, aunque me haya sentado ayer y durante muchas mañanas antes, esta vez es un nuevo momento, está abierto y no está determinado a ser de una determinada manera, en su devenir experiencial, nunca antes fue y nunca lo volverá a ser igual. Si lo miro con honestidad, cada vez que me he sentado ha sido una experiencia diferente, aunque desde fuera nadie lo note.

 

En cuanto que incierto, no puedo tener la seguridad de lo que ocurrirá en el próximo instante, puedo intentar gestionarlo, pero no es más que eso, gestionar, y aunque en ocasiones consiga que ocurra lo que anhelo, esto no merma en lo más mínimo el carácter radicalmente incierto del momento presente, el cual prevalece por sobre cualquier construcción de certidumbre posterior.

 

Darme cuenta de lo anterior no me resulta fácil ni cómodo, casi siempre lo olvido y entro a jugar el curioso juego de suponer que las cosas seguirán siendo como han sido antes o como están siendo, hago prevalecer mis ideas por sobre la experiencia, pero la vida en diferentes momentos se ha encargado de recordarme que el momento que estoy viviendo es irrepetible y único.

 

Me recuerdan lo incierto los momentos significativos de mi vida, como por ejemplo: la muerte de mi padre, el nacimiento de mi hijo, el primer beso, mi boda; y también me lo recuerdan los momentos cotidianos, como por ejemplo: cuando camino a casa y al detenerme contemplo por primera vez algo que no había visto antes, o más cotidiano aún, cuando miro mi cabello en el espejo, y me doy cuenta que ya no está como antes, nunca antes había tenido este cabello.

 

Ser consciente de la cualidad primaria de lo incierto me ayuda a reconectar con el mundo de la vida, que se mantiene latiendo dentro y fuera mío, indómita pulsación debajo de capas y capas de certidumbre.

Debo confesar que tocar esta incertidumbre radical muchas veces me asusta, me revuelve las tripas, y al mismo tiempo me genera un curioso vértigo, me revitaliza, me mueve a conectar con la vida que está transcurriendo.

 

Hay momentos en los cuales puedo percibir este no saber fundamental, cuando escucho con genuina curiosidad, o cuando me emociono y no sé qué decir, y estoy ahí, justo en medio de la nada, y no tengo más que mi respiración que me sostiene -y lo digo con propiedad, es la respiración la que me sostiene y no yo a ella-.

 

De pronto veo que mi hijo actúa desde lo incierto, con sus menos de 2 años de vida decide en cualquier momento sentarse y jugar con las piedras que encuentra, simplemente porque sí, porque le nace, porque aparece la oportunidad y la toma, ¿y por qué no?

 

Después de unos minutos le digo que tenemos que ir a casa a comer, y de pronto pienso ¿y por qué tenemos? ¿quién dijo que teníamos? ¿y si cambiamos ese guión que yo tengo y esta vez lo hacemos de una manera nueva? ¿y si acepto su invitación a jugar?

 

De pronto reconozco que en ese momento emerge lo vitalmente nuevo, podemos co-crear y dejarnos llevar por lo que está ocurriendo, tengo la oportunidad privilegiada de dejarme llevar e improvisar, aparece ante mis ojos el regalo de lo incierto.

 

No quisiera que me malentiendan, no busco hacer una apología fácil del vivir sin certezas, valoro el rol que tienen las certidumbres y sé que no podría vivir sin ellas, por ejemplo, gracias a la planificación puedo hacer tantas cosas que de otra forma no lograría hacer jamás -como por ejemplo escribir este mismo escrito-. Solo quisiera con estas breves palabras resaltar el hecho que las certezas son siempre provisorias y secundarias, ya que prima radicalmente lo incierto.

 

Los hábitos son una forma de canalizar lo incierto, pero no es más que eso, una búsqueda por darle sentido a lo que no conozco y sé que está ahí.

 

Creo que en última instancia todos elegimos relacionarnos con lo incierto de una forma u otra: algunos huyen o evaden lo incierto, como quien cruza la calle rápidamente para no toparse con alguien con quien no quieren hablar, hay también quienes entran en una lucha continua con lo incierto y lo combaten, cimentando certeza sobre certeza.

 

Creo que son pocos quienes tienen el coraje de reconocerla y mirarla de frente, abriéndole sus mentes y corazones, considerándola una dimensión vital de nuestra existencia.

 

Creo que la mayoría estamos a medio camino, aprendiendo a relacionarnos con lo incierto del mejor modo que podemos, abriéndole tímidamente la puerta, buscando hacernos sus amigos, pero no sabiendo muy bien cómo hacerlo.

 

Si bien lo incierto puede ser una fuerte de temor, al mismo tiempo es la fuente del más genuino amor y compasión, que brotan de un encontrarse presentes y de un no saber.

Todos a nuestro alrededor y nosotros mismos somos inciertos, estamos y podríamos no estar, y estamos sujetos al cambio. Al reconocer que estamos en proceso -siempre inacabados- surge un sentimiento de hermandad, compartimos este camino de incertidumbre.

 

Estamos en la misma búsqueda, queremos tener bienestar y evitar el sufrimiento propio y de nuestros seres queridos, y estas vivencias nos acercan, nuestra humanidad compartida nos vuelve a conectar.

 

En lo incierto reconozco el principio poético, que yace detrás de cada prosa.

En lo incierto reconozco ese inconmensurable no saber, que late detrás de este precario “saber”.

Desde lo incierto me conecto con este vacío fértil, tan pleno y a la vez tan vivo.

 

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