El descubrimiento de que la tierra es redonda no fue solo geográfico, también desafió esquemas mentales.
La hoja en blanco solía ser, desde pequeña, ese lugar, ese momento, al cual llevar un nuevo pensamiento, una nueva vivencia, una observación apasionante, incluso una crítica, algún evento o escena de las que capturan la mente y la ponen en movimiento, que despiertan la curiosidad intelectual y analítica.
Las primeras publicaciones iniciaron con una idea recurrente: el escritor revela más de sí mismo –misma- en sus textos que de aquello sobre lo cual escribe. Después de diversas columnas, dejó de importar. Me decía un amigo hace poco, “todo va mejor cuando te expresas”, es parte de estar presente y ofrecerse a los demás para construir.
Últimamente, la hoja en blanco se ha convertido en el retador más irreverente y desafiante. Justo ayer encontraba en las líneas de alguien más, ese sentimiento de enfrentar la hoja en blanco con la sensación de no tener nada nuevo que decir, o más bien, de no encontrar rumbo en ese mar de ideas y pensamientos para expresar, de esa tensión que surge entre la mente, el papel y las letras.
En un capítulo reciente de la vida, en que las actividades diarias concluían en torno a una mesa del bar local, durante una de las largas caminatas para llegar ahí, la conversación trajo a estos días la imagen plana del mundo, sostenido por cuatro elefantes en las esquinas y el abismo al final –del bar-, nada conocido más allá. Entre el sarcasmo, no hay lugar a dudas de que la forma en que entendemos el mundo ha sido producto de grandes descubrimientos. El conocimiento de que la tierra es redonda no fue un hallazgo solo geográfico, sino que también desafió esquemas mentales e imágenes preconcebidas; destruyó el único mundo que las personas conocían, para llevarlos más allá del abismo que los sistemas de creencias, ideas y valores habían construido e internalizado.
En estos días de acarreada incertidumbre e inestabilidad, de desencanto y de añorada primavera, me he acercado nuevamente a la hoja en blanco con conciencia de un descubrimiento: mi mundo ha crecido. He conocido otras realidades y la nuestra un poco mejor. El mundo que había construido ya no me explica muchas cosas, ya no caben ahí, y las sentía irse hacia esa idea del abismo, donde ya no hay nada. Cada vez que hay lugar para el cambio, también surge el temor de lo desconocido, pero nuestras circunstancias nos demandan aventurarnos y encontrar compañeros de expedición con carácter, visión, coraje y liderazgo para navegar hacia otros futuros.
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