martes , 26 noviembre 2024
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Antivalores mediáticos

 

La diversión, a cualquier precio, es una aspiración permanente
de muchos.

Teóricos de la publicidad recomiendan que para garantizar el éxito de un anuncio, el reto es tomar un valor avalado por la sociedad y conectarlo con la marca promovida.

Quienes tienen acceso, como emisores de ideas, a los medios masivos de comunicación, deben medir el impacto de sus acciones, pues, por su preparación conocen la repercusión e incidencia de sus mensajes.

Obviamente, en todos los ámbitos de la vida hay una gran distancia entre el “Ser” y el “Deber ser”, es decir, no siempre prevalece la coherencia entre lo que se expresa, piensa y hace.

Por ejemplo, aunque mentir es muy común, dicha práctica es rechazada por la mayoría; precisamente, Mahatma Gandhi califica “como la persona más peligrosa” a la que miente, y Luis Eduardo Aute, en Rosas en el mar canta: “Voy buscando la razón de tanta
falsedad, la mentira es obsesión y falsa la verdad”.

En ese sentido, es incomprensible que empresas de comunicaciones pongan al aire campañas que van contra cánones y códigos éticos apreciados por
la gente.

Y es que en una de ellas, “graciosamente” un subalterno llama al jefe argumentado que no llegará al trabajo por estar “agripado”; una mujer, a la amiga, excusando su ausencia en el desayuno por estar “malísima del estómago”, y un niño pide a la madre avisar al colegio que no asistirá a clases por “tener varicela”.

La motivación de engañar, según esta creatividad publicitaria, se sustenta en lo “bueno” de quedarse en casa para disfrutar el entretenimiento del Internet y productos asociados.

¿Hacia dónde vamos en cuanto a valores? si una tendencia social ha elevado a esta categoría la diversión, de manera que se ha catapultado una variedad de comportamientos nefastos para alcanzarla.

Vemos cómo una cadena internacional de cable abre bocas al estimular ser “un hijo de P…”, merced a prenderse de la caja boba para ignorar y despreciar a la pareja.

Asimismo, quien se desentiende del servicio a domicilio que toca a la puerta bajo un aguacero, el que sin más propósito que ver la TV inventa un pretexto para romper un compromiso con la esposa y el hijo; el que no cede el asiento a una mujer embarazada que va en el autobús público, y el guardia que, narcotizado por el móvil, no se da cuenta de un hecho delictivo que le tocaría evitar en razón de sus atribuciones.

Claro, las imágenes y los pasajes referidos no son inventados, sino parte del entorno y de la dinámica cotidiana, pero no son aplaudidos, situación que induce a pensar que si dos poderosas firmas, en su lucha competitiva abrazan actitudes perversas, tal vez sus estudios mercadológicos indican que la sociedad prefiere las sombras a las luces; ¿será así?

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