miércoles , 27 noviembre 2024
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El desafío cultural de la IA

Jorge Hernández

Investigador C+, Facultad de Ingeniería

La historia de la tecnología y los medios de comunicación ha demostrado que las disrupciones generan malestares temporalesen la academia y parte de la opinión pública, con una suerte de pánico por los cambios que estos pueden generar. 

Inventos como la radio, la televisión e Internet provocaron rechazo en algunos, mientras estos no solo transformaron el paisaje social sino que también hundieron actividades económicas que parecían inmutables. 

El economista Joseph Schumpeter acuñó un término preciso para esta dinámica: llamó “destrucción creativa” a la función de innovación del capitalismo, como un sello ineludible de la libre competencia y el avance de los países modernos. Recientemente, y luego de tres años de “transformación digital” acelerada por la pandemia, surge con fuerza una nueva innovación que está llegando a todos los ámbitos de nuestra sociedad global: la inteligencia artificial (IA). 

Es cosa de dar una mirada rápida a la prensa y medios sociales para identificar el impacto potencial de ChatGPT, Midjourney y muchas otras tecnologías basadas en IA que prometen destronar viejas prácticas en diversas actividades humanas. 

Determinar dónde sí y dónde no necesitamos IA será un arte colectivo fino que debemos desarrollar si queremos sacar provecho del motor de la innovación sin desmembrar la esencia de lo social. 

Uno de los ámbitos con mayor temor es sin duda la ya crítica educación, donde profesores y estudiantes hace tiempo se han desencontrado producto de la sobreinformación y supercomunicación de los nuevos medios. 

Hoy, se suman a la desatención en el aula, sistemas que nos asisten de manera sorprendente en todo lo que se nos ocurra. Y en otros ámbitos como salud, gobierno, empresa, arte o industria, el debate no es menor. Sin embargo, frente a este escenario, no tardan en surgir los apocalípticos y los integrados, optimistas y pesimistas, entusiastas y detractores de las tecnologías, algo parecido a lo que el filósofo Umberto Eco identificó respecto al dilema de la
comunicación de masas. 

Lo cierto es que las tecnologías avanzan sin freno y las personas se adaptan y las rediseñan, dejando nuevos fenómenos sociales a la vista. Ni un fracaso rotundo de la IA en las organizaciones, el mundo de la educación y el trabajo podemos anticipar, ni una colonización estilo cyborg será la deriva de esta nueva disrupción tecnológica. 

ChatGPT puede ahorrar mucho tiempo de trabajo en programación informática, por ejemplo, pero difícilmente podrá enseñarnos a dominar un segundo idioma, un instrumento musical, un deporte o algo tan simple como dibujar. Hay actividades humanas que requieren algo mucho más sofisticado que el aprendizaje “profundo” de máquinas. 

El desafío técnico, logístico y económico para el sujeto moderno es evidente, pero es por sobre todo un desafío cultural. Determinar dónde sí y dónde no necesitamos IA será un arte colectivo fino que debemos desarrollar si queremos sacar provecho del motor de la innovación sin desmembrar la esencia de lo social. En qué proporción, en qué contexto, cómo y por qué IA, son preguntas para tomarse en serio.

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