Por: Jessica Masaya Portocarrero
En la historia del arte hay individuos que les ha tocado vivir la misma época, pero en diferentes condiciones. Esto provoca posturas hasta opuestas y que unos sean más recordados que otros, o más reconocidos.
Tal es el caso de Miguel Ángel Asturias y Luis Cardoza y Aragón. Nacieron con dos años de diferencia (1899 y 1901, respectivamente) y ambos en Guatemala. Les tocó vivir la misma época, fue el mismo mundo el que vieron.
Si alguien podía escribir con propiedad acerca del Gran Moyas era Cardoza, quien acostumbraba hacer ensayos de otros artistas. Curiosamente, esperó hasta que estaba cercana su muerte y con 90 años escribió el libro Miguel Ángel Asturias: casi una novela.
Era 1990 cuando se sentó a reunir sus pensamientos, valoraciones y recuerdos de su compatriota y amigo, quien ya era considerado un poco más que héroe. Como esperaban quienes lo conocían, el resultado fue una de las críticas más sinceras al premio nobel de 1967. No pocos son los que observan que así lo quiso desmitificar.
Cardoza considera, para empezar, conservador al laureado escritor. Desde la visión de un vanguardista de izquierda, parece hasta desdeñoso de su vida y obra. Algunos, quizá en defensa de Asturias, ven cierta veta de envidia en todo el texto.
Los teóricos de crítica literaria están divididos al respecto de este libro. Sin poder tomar partido entre uno y otro, yo rescato el hecho que alguien se haya atrevido a criticar a quien todos alaban. Es más, después de Cardoza, otros siguieron con esta idea de bajar del pedestal a Asturias para darle una dimensión más humana.
De los defectos y contradicciones, de las pasiones y de los odios, nace también nuestra voz propia. Entender todos los rasgos de un escritor es entenderlo más a profundidad. No se trata de demeritar, sino de adentrarse en la mente que nos regaló, como en el caso de Asturias, obras cumbre de nuestras letras. No era perfecto, era un guatemalteco extremadamente talentoso.
Así lo describe Cardoza: “Fue sibarita, glotón, bebedor y de muchacho o adulto nunca durmió solo. Estuvo ahíto de hechicerías y de anécdotas y encerraba tanto arrabal y biblioteca que a él lo observé tanto como a sus novelas”. No sé a ustedes, pero al verlo con estos ojos me cae mejor.