Con frecuencia, cuando el país sufre una emergencia, las niñas, niños y adolescentes son los que más sufren y, a pesar de ello, a veces quedan olvidados y no son atendidos desde el primer momento. Ante los desastres naturales es habitual el uso de escuelas como albergues, e incluso como bodegas, afectando no solo a las víctimas directas, sino que también a otros niños y familias. Si bien un albergue puede proporcionar temporalmente un entorno seguro en las emergencias, donde se atiendan las necesidades básicas de salud, nutrición y protección de los niños y sus familias, sabemos, por experiencia internacional, que para un niño este contexto resulta particularmente difícil. Al temor por el desastre natural y el trauma por la pérdida de su hogar y su comunidad, se añade la tristeza por la ausencia de su vida diaria, en la escuela, con sus compañeros y profesores. Los daños físicos y emocionales que sufre un niño en estas condiciones pueden afectarle por el resto de su vida. En los albergues se debe dar un cuidado diferenciado para apoyar emocionalmente a los niños y asegurar sus buenas condiciones de nutrición, salud y seguridad. El regreso a una escuela digna, lo antes posible, es lo mejor para las niñas, niños, adolescentes y sus familias, no solo para retomar los estudios, sino para reencontrarse con la normalidad, los amigos y maestros, disminuir el estrés, los traumas, el miedo y las pérdidas, jugar y entretenerse. Dadas las condiciones de vulnerabilidad en las que se encuentra Guatemala, es esencial que el país cuente con un plan de emergencia claro, participativo y consensuado con todos los sectores, para asegurar una respuesta efectiva a toda la población y el cumplimiento de todos los derechos de las niñas, niños y adolescentes, en todas partes y siempre.