GUILLERMO MONSANTO
Conforme pasan las semanas y sigo compartiendo con ustedes estos rescates biográcos, me convenzo más de la importancia que posee la presente plataforma. El Diario de Centro América, por su contenido tan particular, es el medio idóneo para dejar registros perdurables para ser consultados en el futuro.
Wilfreda López, por ejemplo, es una figura solitaria en la panorámica femenina emergente de la década del cincuenta. Originaria de Purulhá, Baja Verapaz, llegó a la Escuela Nacional de Artes Plásticas para formarse en el campo del estampado y la pintura. Primero, con Enrique de León Cabrera y, posteriormente, en el Taller Libre de Grabado, dirigido por el mexicano Arturo García Bustos, presente en el país entre 1952 y 1954 en un momento político particular.
En esencia, Bustos orientó a sus estudiantes a petición de la Secretaría de Información Gubernamental, hacia una expresión inspirada en lo popular social. Según Roberto Cabrera Padilla, el curso funcionó como “una prolongación propagandística” de dicha cartera oficialista.
Es interesante que, dentro de este panorama que fue tan popular entre los artistas emergentes de la generación del cincuenta, Wilfreda López se interesara por otras formas expresivas más espontáneas y no se dejara seducir por lo que algunos críticos percibieron como arte panfleto.
Fue una artista apasionada y creativa con la expresión de su mundo interior.
Según Adelma Bercián, fue una artista apasionada y creativa con la expresión de su mundo interior, pensamiento que se puede captar con facilidad al apreciar su obra. Según la misma fuente, siempre se rehusó a seguir las reglas y se decantó por la liberación de las imágenes fantásticas concebidas en su mente.
Carlos Zipfel y García escribió en 1969 que en sus grabados hay una mezcla hermosa de humanidad, delicadeza, sortilegio indecible, profundidad indescifrable… del viento al tiempo, pasa, con su caracol de poesía vueltos grabados, suelto el cabello, joven el espíritu, centinela de su propio corazón, rompiendo lanzas con lo tradicionalmente asentado, barriendo cánones y destilando un trágico y casi infantil sentimiento en sus grabados que nos llevan de la mano por rondas diferentes.
Del éxtasis natural, del encontrado sentimiento virtuoso al rito o, si se quiere, al mito; al territorio de la brutalidad, al paganismo, a lo popular, a lo telúrico… Si algo pesa en la producción de la artista es la individualidad que, finalmente, la independiza de toda la plástica de su tiempo.
La grabadora alcanzó el Tercer Premio de Grabado en el Certamen Nacional de Artes Plásticas de 1958. Diez años después, la misma posición, en el Certamen Nacional de Bellas Artes, en donde obtuvo medalla y diploma. Otro Tercer Premio en el Certamen patrocinado por el Instituto Neurológico de Guatemala y un diploma de Honor al Mérito en grabado (ambos en 1970).
