miércoles , 27 noviembre 2024
Inicio Un cadete de aquellos tiempos…

Un cadete de aquellos tiempos…

Dr. Jorge Antonio Ortega Gaytán
[email protected]

El viernes recién pasado volvimos al seno de nuestra querida alma máter, la Escuela Politécnica, en su aniversario CL de fundación. Participamos en las diversas actividades de tradición, unimos nuestras voces con los cadetes de hoy cantando el himno nacional de Guatemala, el de la Escuela Politécnica y la Noble Canción.

Fue un momento para reiterar nuestros votos de fidelidad y lealtad para con la nación, pero aprovechamos para recordar aquellos tiempos de cadete. Conversando con los politécnicos de nuestra generación llegaron los recuerdos y anécdotas como una intensa lluvia tropical, hoy leyendas “Azul y Grana” posmodernas de nuestro paso por las aulas de formación castrense.

Algunas de ellas las rescato de mi bitácora para recuerdos de sus protagonistas, conocimiento y deleite del lector. “… a los pocos días de haber ingresado, de hecho, en la segunda noche de permanencia en la Politécnica, se manifestó la vocación por la defensa de la patria desde el cielo, gracias al ingenio de un cabo dragón y las respuestas sinceras de los imberbes aspirantes a cadetes.

—Aspirante, ¿qué lo motivó a ingresar a la Escuela Politécnica? —preguntó un distinguido galonista en formación de retreta. —¡Quiero con todo mi corazón y alma ser piloto aviador, mi cabo!, —contestó a todo pulmón el bípedo de mi promoción.

”Orgullosos tus hijos te veneran y conservan recuerdos queridos“

El galonista continuó la entrevista con el resto de los neófitos… y en un cerrar y abrir de ojos, aquel sagaz entrevistador tenía en la pista del patio de maniobras una bandada de intrépidos ´Caballeros del Aire´, que trataban de despegar en formación de vuelo con veloces carreras, brazos extendidos, mirada al horizonte e imitando el sonido de los motores de las aeronaves de hélice.

Aquella agrupación de valientes cadetes prístinos se constituyó en la Escuadrilla de Ataque P-91, que luego de una semana de aterrizajes forzosos en el campo de maniobras, acrobacias malogradas, formaciones mortales e infaustos vuelos nocturnos por la periferia de la muralla, se desanimaron y optaron por abandonar el sueño de volar.

Pero, de todos ellos, uno perseveró en solitario debido al perverso galonista que disfrutaba de las acrobacias y malabares del primer entrevistado caballero cadete 3480, que se convirtió en un temerario as volador al finalizar el primer semestre de formación militar”.

En el entrenamiento para sobrevivir en el campo de batalla, además de las reglas del camuflaje, abrigo y encubrimiento; fuego y movimiento, y otras tantas técnicas que hay que dominar, se requiere de la habilidad y la destreza de la orientación en el terreno con las estrellas; mapa y brújula (no existía el GPS), y en una práctica se dio una de nuestras anécdotas más memorables.

—¿En dónde estamos?, cadete —vociferó el capitán… El bisoño politécnico se acercó al instructor con la tranquilidad de un cristiano condenado a muerte en el Coliseo Romano, mapa en mano, en el cual dibujó una circunferencia con su índice derecho que tembloroso brincaba de una coordenada a otra sin control. —¡Cadeteeee…! ¿Está seguro…? —inquiría el oficial como poseído por los demonios.

Con los ojos desorbitados por la rabia que le provocaba el desorientado plumudo uniformado, le ordenó que desapareciera de inmediato de su vista, previo a las respectivas muestras de cariño como cuando un padre aconseja a su primogénito, con una palmada en el hombro, y le dice al oído: “Todo va a estar bien”.

Pasaron tres neonatos castrenses más por aquel suplicio de confesión pública, de hecho, una evaluación práctica de ubicación espacial y, al igual que el primero condenado, fueron despachados al infierno ipso facto. —¡¿Y ustedes, que están esperando…?! Preguntó sereno el capitán, con esa paz que logra el alma luego de un exorcismo exitoso.

Por simpatía y adhesión con los cuatro ungidos conocimos el purgatorio durante el resto de aquel día, hasta que llegó el crepúsculo náutico matutino, lo cual nos permitió diseñar el prototipo del GPS (Grupo de Patojos Sobrechispados).

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El viernes recién pasado volvimos al seno de nuestra querida alma máter, la Escuela Politécnica, en su aniversario CL de fundación. Participamos en las diversas actividades de tradición, unimos nuestras voces con los cadetes de hoy cantando el himno nacional de Guatemala, el de la Escuela Politécnica y la Noble Canción.

Fue un momento para reiterar nuestros votos de fidelidad y lealtad para con la nación, pero aprovechamos para recordar aquellos tiempos de cadete. Conversando con los politécnicos de nuestra generación llegaron los recuerdos y anécdotas como una intensa lluvia tropical, hoy leyendas “Azul y Grana” posmodernas de nuestro paso por las aulas de formación castrense.

Algunas de ellas las rescato de mi bitácora para recuerdos de sus protagonistas, conocimiento y deleite del lector. “… a los pocos días de haber ingresado, de hecho, en la segunda noche de permanencia en la Politécnica, se manifestó la vocación por la defensa de la patria desde el cielo, gracias al ingenio de un cabo dragón y las respuestas sinceras de los imberbes aspirantes a cadetes.

—Aspirante, ¿qué lo motivó a ingresar a la Escuela Politécnica? —preguntó un distinguido galonista en formación de retreta. —¡Quiero con todo mi corazón y alma ser piloto aviador, mi cabo!, —contestó a todo pulmón el bípedo de mi promoción.

”Orgullosos tus hijos te veneran y conservan recuerdos queridos“

El galonista continuó la entrevista con el resto de los neófitos… y en un cerrar y abrir de ojos, aquel sagaz entrevistador tenía en la pista del patio de maniobras una bandada de intrépidos ´Caballeros del Aire´, que trataban de despegar en formación de vuelo con veloces carreras, brazos extendidos, mirada al horizonte e imitando el sonido de los motores de las aeronaves de hélice.

Aquella agrupación de valientes cadetes prístinos se constituyó en la Escuadrilla de Ataque P-91, que luego de una semana de aterrizajes forzosos en el campo de maniobras, acrobacias malogradas, formaciones mortales e infaustos vuelos nocturnos por la periferia de la muralla, se desanimaron y optaron por abandonar el sueño de volar.

Pero, de todos ellos, uno perseveró en solitario debido al perverso galonista que disfrutaba de las acrobacias y malabares del primer entrevistado caballero cadete 3480, que se convirtió en un temerario as volador al finalizar el primer semestre de formación militar”.

En el entrenamiento para sobrevivir en el campo de batalla, además de las reglas del camuflaje, abrigo y encubrimiento; fuego y movimiento, y otras tantas técnicas que hay que dominar, se requiere de la habilidad y la destreza de la orientación en el terreno con las estrellas; mapa y brújula (no existía el GPS), y en una práctica se dio una de nuestras anécdotas más memorables.

—¿En dónde estamos?, cadete —vociferó el capitán… El bisoño politécnico se acercó al instructor con la tranquilidad de un cristiano condenado a muerte en el Coliseo Romano, mapa en mano, en el cual dibujó una circunferencia con su índice derecho que tembloroso brincaba de una coordenada a otra sin control. —¡Cadeteeee…! ¿Está seguro…? —inquiría el oficial como poseído por los demonios.

Con los ojos desorbitados por la rabia que le provocaba el desorientado plumudo uniformado, le ordenó que desapareciera de inmediato de su vista, previo a las respectivas muestras de cariño como cuando un padre aconseja a su primogénito, con una palmada en el hombro, y le dice al oído: “Todo va a estar bien”.

Pasaron tres neonatos castrenses más por aquel suplicio de confesión pública, de hecho, una evaluación práctica de ubicación espacial y, al igual que el primero condenado, fueron despachados al infierno ipso facto. —¡¿Y ustedes, que están esperando…?! Preguntó sereno el capitán, con esa paz que logra el alma luego de un exorcismo exitoso.

Por simpatía y adhesión con los cuatro ungidos conocimos el purgatorio durante el resto de aquel día, hasta que llegó el crepúsculo náutico matutino, lo cual nos permitió diseñar el prototipo del GPS (Grupo de Patojos Sobrechispados).

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