lunes , 2 diciembre 2024
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Tierra sísmica

Por: Walter del Cid

La superficie del territorio guatemalteco, al igual que los vecinos de la región centroamericana, se encuentra en medio de la confluencia de tres placas tectónicas.

La Placa de Norteamérica, cuya energía subterránea empuja hacia el Sur la masa continental desde el Atlántico hacia el Pacífico, pero más o menos por el cauce del río Motagua. En el otro lado, en sentido opuesto, se desplaza la Placa del Caribe, que con su superficie superior a los 3.2 millones de kilómetros cuadrados y colindando con la ya mencionada, la Placa Sudamericana y la Placa de Cocos, es de las más activas.

La Placa de Cocos, debajo del océano Pacífico, rodea prácticamente toda la superficie de la costa del Pacífico de Guatemala hacia el Sur, hasta Panamá. El punto de fricción de las tres se localiza en nuestro espacio.

Por ello, no es ocioso extremar las medidas de prevención. Hace 100 años, a finales de 1917 y entre mayo de 1918, se produjeron sendos movimientos sísmicos que reconfiguraron la Guatemala de la Asunción de aquel entonces.

Edificaciones emblemáticas de la época fueron llevadas a escombros. Los recuentos de la época ofrecen un estimado no mayor a las 500 víctimas humanas mortales. Pero dichos movimientos tan solo se constituyeron en la antesala del devastador terremoto de 1976, con no menos de 22 mil víctimas y la catástrofe más pronunciada a la fecha. En consecuencia, nuestra tierra es una tierra sísmica. Cruzarnos de brazos sería el error adicional que anticiparía una tragedia mayor, en la cual seríamos simples espectadores. No podemos continuar impávidos en lo que pueda producirse. Ningún esfuerzo en ese sentido será erróneo.

Ha de emprenderse con mayor ahínco y divulgación lo relativo a los simulacros en los centros educativos, en los hospitalarios, en los centros comerciales, en los lugares de trabajo, en nuestras propias casas. Todos, absolutamente todos, tenemos la obligación de saber qué hacer, a quién acudir y cómo conducirnos si se llega a presentar un movimiento tan fuerte que pueda ser catalogado de terremoto. Dejar de hacerlo es condenarnos en silencio a los temibles impactos del cataclismo que sobrevendrá. Y eso es tan solo una parte de lo que debe hacerse a la brevedad.

En orden estrictamente personal, ayer arribé a mi sexagenario aniversario de existencia. Rodeado del afecto de mis seres queridos, hijos y la infaltable sonrisa de mis nietas y nieto. Parece poca cosa, pero llegar en este país a esa edad es inusual. Muchos de aquellos que fallecen como efecto de la violencia y otras secuelas asociadas no llegan tan siquiera a la tercera parte. No cumplen 20. Muchos cambios y paradigmas he visto caer a lo largo de estas décadas. Otros más estarán por producirse en el futuro inmediato, supongo, o tal vez deseo. En todo caso el mundo actual no es lo que fue, ni volverá a ser lo que no pudo ser.

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