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COLUMNAS

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El multilingüismo es un valor fundamental de la Organización de las Naciones Unidas. Además de favorecer el diálogo, la tolerancia y el entendimiento, el multilingüismo es un prerrequisito para la participación efectiva de todas las personas en las decisiones que les afectan. El multilingüismo es una prioridad del Secretario General de la ONU, António Guterres, a fin de promover, proteger y preservar la diversidad de idiomas y culturas en todo el mundo. La lengua de señas es uno de los idiomas que requieren dicha promoción y protección. Más de 300 diferentes versiones de lengua de señas son utilizadas por 70 millones de personas sordas en todo el mundo. En Guatemala, según cifras del Comité Pro-Ciegos y Sordos, hay alrededor de 250 mil personas con algún grado de discapacidad auditiva, quienes, en muchos casos, se comunican utilizando la lengua de señas. En 2017, la Asamblea General de la ONU proclamó el 23 de septiembre como el Día Internacional de las Lenguas de Señas, en reconocimiento a la importancia de preservar las lenguas de señas como parte de la diversidad lingüística y cultural.

La lengua de señas nacional en el contexto del multilingüismo y de la diversidad lingüística.

Cada año se celebra este día por parte de las comunidades de personas sordas, los gobiernos, la sociedad civil y las organizaciones internacionales, en todo el mundo, para concienciar sobre la importancia de la lengua de señas para la plena realización de los derechos humanos de las personas sordas. Esta celebración también está alineada con la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, la cual indica que las lenguas de señas son iguales a las lenguas habladas y que los Estados parte se comprometen a reconocer, aceptar y promover el uso de las lenguas de señas. Guatemala, como Estado miembro de dicha Convención, aprobó en 2020 la Ley de Lengua de Señas de Guatemala (Decreto 3-2020) para regular el reconocimiento, desarrollo, uso y fomento de la lengua de señas nacional. Esta Ley reconoce el derecho de todas las personas sordas a acceder a la enseñanza en lengua de señas y exhorta al Estado a asegurar la accesibilidad de las campañas de comunicación e información social, entre otros a través de la interpretación en lengua de señas. Como resultado de la aprobación de esta Ley, hay interpretación en lengua de señas en las transmisiones de diversos medios de comunicación y canales oficiales. Estoy convencida de que la comprensión y sensibilización resulta clave para seguir logrando más avances en términos de la comunicación y el diálogo con las personas que utilizan lenguas de señas. En lo personal, desde la infancia se me inculcó la importancia de los idiomas. No podría trabajar en el Sistema de las Naciones Unidas, ni podría escribir estos párrafos, si no fuera multilingüe. En los últimos dos años he tenido la oportunidad de profundizar en el entendimiento de los derechos de las personas con discapacidad, específicamente sobre los principios de la comunicación inclusiva y accesible. Sin embargo, no fue sino cuando empecé a aprender la lengua de señas que nació en mí una comprensión muy distinta de estos principios. Entendí que las lenguas de señas son estructuralmente distintas de las lenguas habladas. Aprendí a comunicarme no solo con palabras, sino también a través de la expresión facial y el lenguaje corporal. Comprendí que la terminología y la estructura de las frases no importan, sino que lo central siempre debe ser el poder transmitir una idea en la forma más apta para el destinatario. En ese sentido, la comunicación inclusiva –incluyendo la interpretación en lengua de señas– resulta clave para que todas las personas puedan participar, en línea con el lema “nada sobre nosotros sin nosotros”. Aunque debemos promover la diversidad y la inc
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COLUMNAS

Libros amigos (I)

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Joseluís González 

profesor y escritor

@dosvecescuento

Leer libros que acaba de publicar gente cercana, alguien a quien nos vinculan los dones de la amistad, hace mayor el afecto. Y multiplica, como una imprenta,  el tesoro de la admiración.

Dirigido a uno de sus pocos amigos, al erudito y además singular ser don José González de Salas, Quevedo (1580-1645) compuso a los cincuenta y tantos años ese soneto de ecos senequistas que empieza “Retirado en la paz de estos desiertos”, de estas soledades. Se refería a la tranquilidad, quizá tampoco tanta, por los pleitos en que se enzarzó don Francisco, saboreada en una localidad entre la Mancha y Sierra Morena, Torre de Juan Abad, de la que él era señor, un título heredado. 

El soneto ensalza con acierto el valor de la lectura y la capacidad de revelación que se hospeda en los libros clásicos. El acto prodigioso de leer, entendido como una conversación, una de las ocupaciones más verdaderamente humanas que hemos recibido. 

El acto prodigioso de leer, entendido como una conversación, una de las ocupaciones más verdaderamente humanas que hemos recibido. 

Voy a referirme a libros recientes de tres personas amigas que, afortunadamente, siguen en este mundo apasionante y que podrán publicar aún más obras. 

Es fácil que la camaradería y la fascinación me nublen parte de la capacidad crítica, si es que me queda. Quienes admiramos el estilo y la conducta de Clarín (1852-1901) estamos prevenidos, gracias a él, ante esa plaga ruidosa de la “sociedad de bombos mutuos”. La superficialidad y el incienso dulzón de las alabanzas aturden. 

De mis amigos, procuro que de todas las personas, prefiero ver en primer lugar lo positivo, la imagen que derrite los defectos. Aquí no reseño sesudamente novedades, aquí animo a leer. 

Una galería de testimonios sobre amores y decepciones y más que nada felicidad y cortesía. Y un ensayo que es un encuentro fogoso: como vivir relacionando y relacionándose, cavilando, con salero y pasión, con ángel. También un libro de poemas con temperatura narrativa y humor sincero que ha necesitado veintibastantes años de biografía. Va por ustedes.

                    Continuará… 

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Peregrinación del Naufragio de Pedro Gobeo (IV)

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Teo Peñarroja 

Revista Nuestro Tiempo

No existe ninguna referencia moderna a esta obra en ninguna parte porque todos los ejemplares se perdieron en la noche de la historia. Se conoce que hubo un ejemplar en la Biblioteca Nacional de México en 1898, pero anda en paradero ignoto.

En 1950, un librero barcelonés vendió el último ejemplar del que hay constancia documental a un particular y, más de setenta años después, no se sabe nada de ese último libro. Hasta 2004. Había un hombre en la Universidad de Jaén, Raúl Manchón, experto latinista, que había dedicado varios años a la búsqueda de ese libro extremadamente raro.

Después de rebuscar en las bibliotecas de medio mundo halló el único ejemplar conocido en la Universidad de Mannheim. Este unicum es un ejemplar de la primera edición española de 1610 al que le faltan las últimas dieciséis páginas, que se arrancaron en algún momento de sus más de cuatro siglos de vida.

Tanto el naufragio de Pedro Gobeo como el de su libro constituyen dos tramas inverosímiles.

Ese mismo año, 2004, Miguel Zugasti estudiaba a otro viajero del Siglo de Oro, Pedro Ordóñez de Ceballos, y Manchón y él intercambiaron correos electrónicos con noticias e información inédita sobre sus respectivos campos de estudio. Esa clase de amistades que propicia la vida académica, tal y como consigna Zugasti en una entrevista. Su relación profesional se alargó casi dos décadas y era ya un hecho consolidado cuando llegó la pandemia.

Por aquel entonces, Manchón constató con cierto desasosiego que su hallazgo, como sucede con más frecuencia de la que nos gusta pensar, no encontraba quien lo estudiara. Después de pensarlo durante una semana, el tema requería meses de trabajo casi exclusivo, Zugasti decidió recoger el guante de Manchón y hacerse cargo de la reedición contemporánea del libro de Pedro Gobeo. Primero preparó una edición filológica y académica.

Tanto el naufragio de Pedro Gobeo como el de su libro constituyen dos tramas inverosímiles y sin embargo verdaderas. El resultado, publicado en mayo de 2023 con prólogo de Luis Gorrochategui, es un apasionante libro de aventuras del todo actual, una de esas rarísimas ocasiones en las que un lector moderno puede asistir a la reedición de un texto que llevaba cuatrocientos años fuera de circulación y que, sin embargo, nos habla todavía hoy, de un modo brutalmente sincero, de la condición humana. Queda ahora un interrogante abierto: dónde están las dieciséis páginas que faltan al final del libro.

La obra moderna sí tiene final, traducido de una de esas versiones alemanas, pero mucho más corto que el original. El profesor Zugasti confía en que la publicación de Naufragio y peregrinación y la repercusión mediática del hallazgo espoleen la investigación de otros colegas hasta que la historia de la literatura pueda averiguar cómo termina esta narración épica.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

El manual de Carreño

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SELVIN CARPIO

[email protected]

En segundo grado de la educación primaria en Guatemala, allá por los años ochenta, los estudiantes llevábamos una materia que se llamaba Moral y Urbanidad. 

Se impartía tanto en las escuelas primarias nacionales como en los colegios privados; se nos enseñaba desde el aseo e higiene personal, hasta cómo debíamos comportarnos con nuestra familia, maestros, amigos y las personas en general. Se nos enseñó a saludar, a decir buenos días y todo lo relacionado a los buenos modales. 

Buenos modales que los extranjeros que visitan nuestro país resaltan que es la principal característica que identifican a los guatemaltecos, esa cortesía que, según ellos, no la encuentran en ninguna otra parte del mundo.  

Mucho de la fama de “educados” que tenemos los guatemaltecos, tuvo que ver el hecho que entre uno de los aciertos de la educación pública a mediados del siglo XX, en el llamado entonces “listado de materias” del pénsum de educación primaria, se introdujera una materia en la cual se enseñara la Urbanidad. Como en todos los países de Hispanoamérica, uno de los libros del cual se tomaron ideas, reglas, directrices o consejos para dicha materia, fue el llamado Manual de Carreño.

”El manual establece reglas y consejos sobre cómo comportarse, cuáles eran los deberes
morales…“.

El Manual de Urbanidad y Buenas Maneras, para uso de la juventud de ambos sexos de Manuel Antonio Carreño, fue un libro que tuvo mucho éxito en toda Latinoamérica y también en España durante el siglo XIX y su uso se prolongó hasta mediados del siglo XX. El manual establece reglas y consejos sobre cómo comportarse, cuáles eran los deberes morales, los deberes para con nosotros mismos y con
nuestros semejantes. 

Carreño fue un diplomático venezolano nacido en 1812, aunque educado en España, lo cual le sirvió más tarde en su carrera de político y escritor. Su manual se dedica a preparar y formar a cada persona para su vida, resalta los valores de cada individuo, elevándolos al plano de la dignidad, el decoro y buena educación, los cuales deben caracterizar a cada ciudadano respetuoso de su familia y de su patria. Para él, la Urbanidad es el conjunto de reglas que tenemos que observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras, y para manifestar a los demás la benevolencia, atención y respeto que le son debidos.

Un ejemplo de la dedicación y preparación con que elaboró los temas de su manual, lo vemos reflejado en el capítulo segundo, el cual se refiere al aseo de la persona y específicamente al aseo de la vestimenta que portamos, en el cual expone lo siguiente: “La limpieza en los vestidos no es la única condición que nos impone el aseo, es necesario que cuidemos además de no llevarlos rotos ni arrugados, el vestido arrugado puede usarse dentro de la casa, cuando se conserva limpio y no estamos de recibo, más el vestido roto no es admisible ni aún en medio de las personas con quienes
convivimos”.

Esto era porque se suponía entonces que esa aspiración de civilización se concretaba en el perfeccionamiento de las instituciones políticas; por lo tanto, también debía concretarse con las maneras y en los usos propios, y esa concatenación era la civilización. Aunque para muchos es un libro pasado de moda y desactualizado al mundo contemporáneo, el Manual no pasa desapercibido, teniendo en cuenta que por más de un siglo guio a muchas personas por una conducta de decoro y de bien, libre de ello, su lectura siempre resulta interesante. 

Selvin Carpio
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Gobierno de Guatemala

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