“La danza es una manera de expresar, mediante los movimientos, todas esas emociones que uno lleva por dentro. Ha sido mi forma de vida y de existir”, afirma Sonia Juárez. Bailarina, maestra y directora, en esta ocasión la guatemalteca engalana el espacio Los de siempre para recorrer sus diferentes facetas en este arte, pero también su rol más importante, el de madre.
Decidida
A los 7 años, en el colegio en el que estudiaba, Sonia Juárez conoció a Marcelle Bonge, fundadora del Ballet Nacional de Guatemala. “Madame le dijo a mi mamá que yo tenía habilidades innatas para el baile, y la instó a que me inscribiera en la Escuela Nacional de Danza”, recuerda. Así fue como un año después la pequeña se sometió a pruebas de flexibilidad, compresión, retentiva y ritmo.
Sin embargo, el punto definitivo de la trayectoria que hoy conocemos llegó luego de 4 años de formación. A pesar de su corta edad, Sonia se propuso dejar este arte, debido a la disciplina que requería, pero sobre todo porque lo veía como una obligación promovida por su madre. Tuvo la oportunidad de retirarse, más en la adolescencia comprendió el sentido del baile y decidió continuar.
Pasos determinados
Cuando Sonia contaba con 12 años, Antonio Crespo asumió la dirección del Ballet Guatemala. El coreógrafo la integró a la compañía, y así logró el primer rol de su carrera, como una de las esclavas en El Príncipe Igor. Su pasión por la danza aumentaba: a los 14 años se convirtió en solista y a los 15 ya tomaba cursos en la escuela del Gran Ballet Canadiense.
En 1965, el coreógrafo Anton Dolin la eligió para dar vida a Mirtha, la reina de las Willis (Giselle), un papel que la marcó. “Lo mío eran personajes fuertes. Nunca me sentí como una princess”, asegura. En ese sentido, agrega que encarnar a Salomé y Medea conllevó un gran reto, ya que son figuras con sensibilidad humana que representan a mujeres que no se rinden.
Gracias a su talento, obtuvo una beca para formarse por tres años en Francia. A su regreso se posicionó como primera bailarina y presentó la historia de Romeo y Julieta, junto a Manuel Ocampo. Asimismo, protagonizó piezas como Las sílfides, El lago de los cisnes, El Cascanueces y La bella durmiente.
Maternidad
Aunque el rol más importante de su carrera le llegó luego de presentarse en escenarios europeos y americanos. “No había querido ni saber de niños, pero me di cuenta de que un día la danza me iba a dejar, y quise tener un hijo”, admite la bailarina, que compartió su vida con el coreógrafo recientemente fallecido Richard Devaux.
A los 33 años, la guatemalteca dio a luz a su primera hija, y repitió el papel en otras dos ocasiones. “Mis amigos decían que al nacer la bebé el amor se desbordaría, mas no fue así. Yo no estaba preparada para darles de comer y cambiarlos. Poco a poco uno va amando a sus hijos, y me siento muy contenta de ser mamá”, resalta.
Nuevo capítulo
Con tres niños en casa, Sonia determinó no volver a bailar. Mas su decisión no la alejó para siempre de la danza, puesto que asumió la dirección del Ballet Nacional de Guatemala, y más adelante impartió clases en la Academia Marcelle Bonge: “Cambié de bailarina a maestra y a directora. De esta forma, permanecí ligada al arte”.