Comunícate con nosotros al 1590

COLUMNAS

Sobre la Corona y las Fuerzas Armadas

Publicado

-

Salvador Sánchez Tapia
Profesor de Relaciones Internacionales

La feliz coincidencia en el tiempo de la celebración, austera, como todo en él, del décimo aniversario de la proclamación de Felipe VI como Rey de España y de la culminación en la Academia General Militar del primer año de formación militar de doña Leonor, hace de este un momento propicio para avanzar algunas ideas sobre la Corona como institución pero, principalmente, sobre la princesa de Asturias y su relación con las Fuerzas Armadas.

Después de cerca de cincuenta años de andadura de la Constitución Española, mayoritariamente aprobada por el Parlamento español y refrendada masivamente por los ciudadanos convocados en referéndum, produce entre sonrojo y desaliento tener que explicar la impecabilidad democrática de las credenciales de la forma de Estado que los españoles, por voluntad popular, decidimos darnos y, por ende, de don Felipe, titular de la Corona y símbolo vivo, activo, y eficaz de la nación. Solo quien, ciego y sordo a cualquier argumento racional, no quiere hacerlo, es incapaz de entender y reconocer la legitimidad de que goza la Monarquía por el hecho de estar recogida en una Carta Magna como la nuestra.

La estabilidad que otorga la prevista y previsible sucesión monárquica a un país como España, y la consideración de las alternativas, a veces inquietantes, son motivos más que suficientes para, como mínimo, pensar en la racionalidad de esta forma de Estado, cuando no para abrazarla con entusiasmo.

No es poca la demanda para una muchacha de apenas 18 años.

La princesa de Asturias aparece, precisamente, como la figura destinada a ocupar un lugar central en el proceso sucesorio cuando, por ley de vida o abdicación, falte la de don Felipe. Cuando eso suceda, doña Leonor estará llamada, con arreglo al Artículo 62 de nuestra Ley Básica, a ostentar la jefatura suprema de las Fuerzas Armadas.

Además, y según lo dispuesto por el Artículo 63, en su mano estará, previa autorización de las Cortes y en las condiciones establecidas por el Artículo 97, que otorga al Gobierno la dirección de la política interior y exterior, así como de la Administración Militar, la prerrogativa de declarar la guerra. Pocas decisiones tan difíciles y comprometidas para un monarca como esta, que implica nada menos que exponer a los hijos de la nación a la posibilidad de perder la vida en pos de un objetivo político; tal es la naturaleza de la guerra.

Estas razones, por sí solas, serían ya más que suficientes para entender la necesidad de que la heredera reciba una sólida formación militar que le ayude a comprender no solo la complejidad y consecuencias inherentes al empleo de la fuerza militar en guerra, sino también la mentalidad de los soldados sobre los que ejercerá su mando supremo, sus aspiraciones, sus ilusiones, o su forma de vida.

Por el bien de España y de los valores y principios constitucionales, es esencial que entre la futura reina y sus soldados se forje una sólida relación de respeto, comprensión, aprecio, y afecto que únicamente puede formarse convirtiéndose verdaderamente en una de ellos; en una que comparta sus mismas penalidades y sus mismas alegrías, y que hable un idéntico idioma de amor y entrega a la nación y todo lo que representa.

Pero es que, además, el paso de la princesa de Asturias por las Fuerzas Armadas es una inmersión completa en una institución regida por un exigente código ético, que no es exclusivo de quienes visten uniforme, pero que la institución militar se esfuerza genuinamente en vivir a diario, incluso entre errores y debilidades.

No es poca la demanda para una muchacha de apenas 18 años, por mucho que, para bien de la Corona y, sobre todo, de España, ya haya demostrado un sentido de la responsabilidad y un compromiso con la alta función que le aguarda (llena de sacrificio y entrega, donde otros solo ven privilegios) verdaderamente sobresaliente para una persona de su generación y edad. Los rasgos que estamos viendo en ella permiten mirar al futuro con optimismo y tranquilidad.

Colaborador DCA
Seguir leyendo

COLUMNAS

¿Existe la libertad de género? (II)

Publicado

-

Felipe Schwember Augier
Profesor investigador de Faro UDD

El activismo conservador antifeminista y antigénero (el que cree que el género es “ideológico” y habla, por tanto, de la “ideología de género”), cree poder resolver el problema apelando a la ciencia. Pero este no es un problema científico, sino moral y político.

Y aun cuando lo fuera; por ejemplo, aun cuando los genetistas demostraran que un gen predispone a las mujeres a llevar velo, eso tampoco resuelve nada, pues de la predisposición biológica no se seguiría que la joven en cuestión está obligada a llevar velo. Quienes apelan ingenuamente a la biología no se dan cuenta de que si la joven está, por esa predisposición, obligada a llevar velo, entonces quienes tienen predisposición al cáncer están moralmente obligados a sufrirlo.

Todos estos argumentos se han ofrecido, a su turno, en todos y cada uno de los hitos que han marcado la emancipación de la mujer o de las minorías sexuales.

Pero, ¿no podría argüirse que la libertad de género es perniciosa? Eso es lo que argumentarían los miembros de la comunidad de la joven. Podrían decir que el suyo es un mal ejemplo para otras jóvenes; que con su conducta destruye la diferencia entre hombres y mujeres y, por tanto, el orden social; que impone a los demás su forma de ver las cosas o, por qué no, que es un peligro para los niños.

Todos estos argumentos se han ofrecido, a su turno, en todos y cada uno de los hitos que han marcado la emancipación de la mujer o de las minorías sexuales. El de la imposición (“nos obliga a tratarla como mujer, aunque no lleve velo”) es hoy muy socorrido.

Pero extrapolémoslo: ¿diría usted que es una imposición arbitraria, que atenta contra quienes se oponen al divorcio vincular, inscribir a los hijos de un segundo matrimonio como “hijos matrimoniales” en lugar de “adulterinos” o “bastardos”?

La libertad de género es una libertad fundamental, aun cuando su ejercicio o aplicación entrañe dificultades. Una obvia tendría lugar si, en el ejemplo anterior, la joven fuera menor de edad. Sin embargo, es diferente reparar en esas dificultades con el fin de mejorar la regulación legal o consuetudinaria de la libertad de género, que hacerlo con el de suprimirla.

Además de peligroso (pues su lógica se puede extender a todas las libertades), el segundo caso es injusto, pues es acometido por quienes ya disfrutan y ejercen, aunque no lo sepan, de la más amplia libertad de género.

Colaborador DCA
Seguir leyendo

COLUMNAS

Mártires (II)

Publicado

-

Fermín Torrano Echeandia

Revista Nuestro Tiempo 

“Es muy difícil que no encuentres en la cola a alguien que haya perdido a un familiar, un amigo o un vecino”, se lamentaba Ana intentando contener el llanto con las manos. “Soy de izquierdas, pero esta guerra no es por Dios o la tierra.

Esta vez es personal”. Ella llevaba varios días sentada en la última esquina de la T4, porque todas las aerolíneas, excepto El Al (compañía nacional israelí), habían cancelado los viajes a Tierra Santa. Los pasajeros se elegían entonces según los intereses del país hebreo. Un cribado para decidir quién factura y a quién le toca esperar.

“Primero los que han recibido llamada del Ejército”, gritó un responsable de seguridad. “Después los que tienen funerales, los que han perdido a alguien y los que tengan que llegar a un hospital”.

La embriaguez colectiva de una guerra que arranca va acompañada siempre de individuos con emociones culpables por no haberse preparado. 

También, dejaron pasar a médicos, forenses dentales y cualquier profesional que pudiera ayudar a la sociedad israelí. Los medios de comunicación, como se ha demostrado con el control informativo y la prohibición de entrar en Gaza, nunca fueron una prioridad.

Adah se vuelve en la fila 35 del vuelo Madrid-Tel Aviv del 12 de octubre. “¿Eres periodista? ¿Propalestino o proisraelí?”, pregunta antes de rellenar el silencio con un monólogo acelerado.

La embriaguez colectiva de una guerra que arranca va acompañada siempre de individuos con emociones culpables por no haberse preparado. Ella esquivó el servicio militar obligatorio a través del Sherut Leumi, o Servicio Nacional. 

Una excepción con la que, sobre todo mujeres de familias sionistas religiosas, evitan alistarse. A su alrededor, los pasajeros miran pantallas que reproducen sin descanso el trauma de una nación herida. No hay asientos libres en el avión ni espacio para la mudez.

Son mujeres y hombres anónimos volando a la tierra del dolor en la que sus muertos aguardan el último adiós. “¿Sabes?, dice Adah tras una pequeña pausa, ahora lo pienso y creo que me equivoqué. Ayer despedí en Madrid a una amiga y… aunque haré voluntariado… no sé. Ella tenía una llamada del Ejército y yo no”.

Eli (que significa exaltar a Dios, en hebreo) se sienta dos filas más atrás. En 2005 le desplegaron para cubrir la retirada israelí de Gaza. Horas antes de empuñar de nuevo el fusil, mira de reojo a la mayor de sus hijas y baja la voz. “Les dimos el control y les dejamos vivir, pero lo que han hecho es obra de animales. Ahora nos toca a nosotros arrinconarles y debemos hacerlo de tal manera que en los próximos cincuenta años ningún niño israelí tenga que preocuparse”.

Chicos como Yair y David, que tocan los tambores improvisados de la guerra golpeando columnas metálicas a la salida del aeropuerto de Ben-Gurión, en Tel Aviv. A su alrededor, decenas de jóvenes aplauden, vitorean y cantan el himno nacional: La esperanza, para recibir a los reservistas en el aeropuerto.

En los primeros seis días, los aviones y helicópteros israelíes lanzaron 6 mil bombas sobre Gaza. La campaña se planificó por fases. La primera consistió en un castigo desde el aire para romper las defensas y perseguir a Hamás en su propio territorio. El Ejecutivo hebreo vació el norte de la Franja.

Forzó a desplazarse a un millón de personas. Su aspiración: cazar a los terroristas, descabezar su estructura y destruir la red de túneles donde se esconden. Un movimiento con botas sobre el terreno que pretendía ser quirúrgico.

Pero del papel a la realidad hay un trecho. Se estima que tres cuartas partes de la población gazatí, alrededor de 1.7 millones de personas, han huido forzosamente hacia el sur, sin poder escapar de la Franja. Más de la mitad de edificios han quedado dañados o destruidos, y el conteo de víctimas supera las 30 mil, según el Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamás.

Incluso las estimaciones más prudentes creen que se trata del mayor número de muertos árabes en conflicto con Israel, una lucha que se remonta a 1948, tras la creación del Estado hebreo. Guerras y “maniobras especiales” entre dos pueblos enfrentados que habitan la misma tierra, esgrimen los mismos argumentos y miran al cielo implorando al mismo Dios.

  Continuará…

Colaborador DCA
Seguir leyendo

COLUMNAS

Negocios y humanidades (I)

Publicado

-

Juan Carlos Jobet

Decano Escuela de Negocios UAI

En el debate en torno a las humanidades hay algunas ideas que parecen generar cierto consenso. La primera es que las humanidades sí tienen valor (¡era que no!). La verdad, nadie pretendió poner eso en duda, pero la controversia ayudó a refrescar esa convicción. Eso de por sí tiene valor.

La segunda es que reconocer el valor de las humanidades exige evitar que estas y las instituciones en que se imparten o practican- sean monopolizadas para hacer activismo político o imponer a la comunidad un determinado sesgo ideológico. Pero ¿ tienen valor las humanidades para los negocios? ¿ Deben las empresas aprovechar el potencial de las humanidades para cumplir, apoyándose en ellas, mejor su rol social?

Comprender esos cambios, esencial para navegarlos con éxito.

¿O debe la actividad empresarial, en cambio, descansar solo en las técnicas que le son en apariencia más propias, las finanzas, el marketing, la economía, la estrategia o la gestión de personas, las operaciones y la innovación, y dejar tranquilas a las humanidades para que contribuyan a la sociedad desde otras esferas? Las humanidades pueden contribuir a los negocios al menos en tres frentes. El primero es en una mejor comprensión y relación con el entorno.

La velocidad de cambio que enfrenta hoy el mundo (sí, ya parece a estas alturas un lugar común, pero no por eso es menos cierto) impone un desafío gigantesco a las empresas: la transformación tecnológica, el cambio climático y la transición energética, la incertidumbre institucional y regulatoria, la polarización política y los cuestionamientos a la democracia liberal, la creciente tensión geopolítica y la progresiva fragmentación de la economía global, entre otras dinámicas complejas y simultáneas, hacen muy difícil predecir cómo será, ya no en el largo plazo, sino a la vuelta de la esquina, el escenario en que las empresas deberán operar.

Comprender esos cambios, esencial para navegarlos con éxito, requiere que las empresas puedan observar sus distintas capas de complejidad, aproximarse a ellos desde distintos ángulos, armadas con diversos marcos conceptuales que vayan más allá de lo que ofrecen las disciplinas más tradicionalmente de negocios. 

                    Continuará… 

Colaborador DCA
Seguir leyendo

Directorio

  • Dirección General: Carlos Morales Monzón
  • Coordinación General de Redacción: Miguel González Moraga
  • Coordinación de Información: Mario Antonio Ramos
  • Editores: Carlos Ajanel Soberanis, Jose Pelico, Erick Campos, Katheryn Ibarra y Max Pérez
  • Página Web: Isabel Juárez

©2024 Diario de Centro América - Todos los derechos reservados.