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Símbolo de evolución sociocultural

Las máscaras han sido, desde la época de los mayas, un elemento importante en la sociedad

Un hombre con traje de mimbre, una máscara de madera y un sombrero, recorre las calles de San Andrés Semetabaj, Sololá, peleando con quien lo rete con un chicote, una rama de membrillo que parece un látigo. Se trata de el Xutío, un personaje ligado a Judas Iscariote que realiza su tradicional baile cada Sábado de Gloria. Los miembros de la Cofradía de San Andrés Apóstol preparan las ramas previo a los encuentros, que se dan en diferentes calles del municipio. El Xutío es representado varias personas que se cambian el atuendo en varias casas mientras realiza el recorrido por el pueblo. La Cofradía asegura que no se trata de San Simón, ni de un demonio o un hechicero, es una representación de la traición que es castigado por sus malas acciones. Tradición de los abuelosEl pueblo Maya Kaqchikel de este lugar lleva celebrando este ritual desde hace más de 130 años. El Xutío es una figura presente en este municipio, pues pueden encontrarse murales en varias calles. Una marimba orquesta acompaña todo el recorrido a bordo de un camión, ya que los encuentros no pueden realizarse sin acompañamiento musical. Previo a la penitencia, los contrincantes realizan un baile y aseguran que al recibir y dar los golpes, se pide por las necesidades.

El equipo académico de los Programas de Estudios Transdisciplinares del Instituto de Investigaciones Históricas, Antropológicas y Arqueológicas de la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala realizó un estudio del arte indígena y popular en Guatemala.

En este marco surge el primer análisis que nombraron Trazando Identidades: estudio transdisciplinar de la máscara en la cultura guatemalteca, cuyo objetivo fue “hacer énfasis en los procesos rituales, políticos, simbólicos y materiales en el arte mascarero como elemento sociocultural de expresión de modos de vida, de cultura y de espiritualidad”, explicó C. Rafael Castillo Taracena, miembro de esta casa de estudios.

En ese sentido, agregó que “el análisis explora las relaciones sociales concretas que la constituyen en el proceso de su utilización y significación social. De esa manera, entramos a los campos de los significados y significantes, de los rituales, de los imaginarios, de las condiciones materiales de su elaboración y uso de los antagonismos sociales que le atraviesan, de la economía, del poder y de la estética; abordados desde la Filosofía, la Historia, la Sociología, la Antropología, la Arqueología, el Arte, la Psicología, la Hermenéutica y la Semiótica, todo ello en clave del pensamiento crítico”.

Y es que las máscaras han tenido un papel fundamental en la historia del país. Desde la época de los mayas, cuando ellos utlizaban estas caretas de jade, que se han encontrado en los entierros y en otros lugares sagrados, hasta la migración de su uso en danzas y rituales, para representar animales o personajes, como los venados, monos, españoles y demás que se ven en danzas como el Paabanc.

Una de las revelaciones que ha reflejado la búsqueda es que “más que objetos son sujetos. La máscara como objeto de memoria, más allá de ser uno de estudio, de tradiciones funerarias, danzarias o de fiestas populares, permiten aproximarnos al conocimiento de su papel relevante en la produ-cción de identidad y de territorio”, expresó Castillo.

La línea de tiempo

La evolución de su uso en el país se refleja gracias a que han encontrado evidencia arqueológica del uso de tales manifestaciones entre los mayas del Altiplano Central, la Costa Sur y la Tierras Altas Orientales desde el período Preclásico Medio (1000 a.C. – 250 a.C.), indica el docente.

A esta información agrega: “En períodos posteriores, la tradición de uso de máscaras se hizo presente en toda el Área Maya, siendo el período Clásico Tardío en el que se manifiesta con mayor presencia la elaboración de representaciones. Durante el período colonial, como es sabido, la tradición sufrió pérdidas por ser consideradas elementos de idolatría, debido a que retrataban a personajes grotescos o con rasgos de animal, pero también innovaciones resultado de los bailes y mascaradas de la vieja tradición de reconquista española; como lo es el baile de Moros y cristianos. Sin embargo, en la espiritualidad y en manifestaciones culturales diversas. La máscara como concepto de “toma de poder y transformación ser sujeto” siguió existiendo en la manera de ser negado por la religiosidad oficial. En la actualidad, la tradición sigue un devenir transformador, característico de las identidades guatemaltecas”.

Su clasificación

Al consultarle al investigador si existe un listado de estas advierte que “el historiador Luis Luján, en su libro Máscaras y morerías de Guatemala, esbozó una clasificación que pone el énfasis en la morfología, en los contextos de uso y en los materiales utilizados para su fabricación. Entre las primeras menciona una variabilidad de formas como lo son la máscara propiamente dicha, el capuz, el casco o yelmo, el antifaz y el maniquí”.

A la explicación agrega que “para las segundas, menciona contexto de uso como danzas, desfiles, curativas, teatrales, cacería, votivas, amuletos, mortuorias y totémicas. En cuanto a los materiales sabemos el uso de jade, madera, cuero, textil, metal, cerámica, hueso, entre otros. Sin embargo, nuestra propuesta de análisis de la máscara es un tanto diferente a los análisis clasificatorios, los que, si bien han permitido organizar los registros y darles una interpretación general, restringen el análisis de multiplicidades y de lo que no es común”.

Adiciona “En los registros proliferan representaciones que no caben en los sistemas clasificatorios de la Arqueología y la Antropología, aplicadas a su estudio. Al asociar la tradición mascarera a la producción de identidad y territorio, nos permitimos realizar lo que el doctor Fernando Matamoros llamaría una ‘sociología de las interioridades’, la cual tendría por objetivo el explorar un mapa de agenciamientos de filiaciones. Nuestro interés es comprender la máscara como ventana para visualizar nuestra producción intersubjetiva y de identidades reticulares, no cerradas a conceptos preestablecidos ni a contextos específicos”.

La conclusión

“La tradición mascarera es un buen ejemplo del devenir rizomático de los guatemaltecos. La máscara es la manifestación de nuestro mestizaje cultural, el cual es fluido, relacional y constante proceso de cambio. Estudiarlas, liberados de las lógicas clasificatorias, esencialistas y patrimonialistas, permite visualizar los desplazamientos afectivos, las utopías y las formas del ser a lo interno de la tradición, y su papel fundamental en la identidades y territorio en Guatemala”, concluye Taracena.

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