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RODOLFO GALEOTTI TORRES (1912-1988)

Foto: Cortesía Guillermo Monsanto

En el tiempo que tengo de escribir sobre arte guatemalteco, pocas veces me he encontrado con una personalidad tan interesante como la del escultor y pintor Rodolfo Galeotti Torres.  La gente que lo conoció verdaderamente lo quiso por su don de gentes y por la naturaleza afable de su trato. 

Este quetzalteco, hijo del marmolista italiano Andrés Galeotti y la guatemalteca Concepción Torres, es considerado uno de los más importantes exponentes de la escultura nacional. Da sus primeros pasos artísticos a la par del nacimiento de los movimientos regionalistas y el surgimiento del art decó. Según un catálogo de 1975 la continua convivencia con canteros y albañiles lo condujeron decididamente al campo de las artes.   

En 1931, luego de graduarse como bachiller en el Instituto Nacional para Varones de Occidente, viajó a Carrara (Italia) para formarse en la talla del mármol, dibujo y modelación en la Escuela Libre de la Real Academia de Bellas Artes por tres años. Entre sus maestros destacan su padre y Güelfo Raffo, Augusto Pollina y Arturo Nelli; los últimos tres, activos en la ciudad de Carrara.  

Uno de los más importantes exponentes de la escultura del siglo XX.

A su regreso, en 1933, ejecutó varias cabezas tomadas de modelos indígenas.  A partir de 1935 realiza su primera obra pública: el Obelisco de la Victoria como homenaje al centenario del nacimiento de Justo Rufino Barrios. Es en esos años que toma interés en la pintura de caballete y en donde ya se ve con claridad su influencia decó.

Crea una serie de ascendente mitológico basada en las leyendas el Popol Vuh. Los lienzos no fueron comprendidos. Como acota David Vela, este fue el resultado de “la falta total de comentaristas de arte… hizo que Miguel Ángel Asturias declarara contundentemente: preferimos perder un mediocre pintor y ganar en cambio un escultor excelente”.  Por lo menos en esto último se puede estar de acuerdo con el Nobel.  

Entre sus integraciones más importantes reluce la decoración del Palacio Maya de San Marcos (1938-1940). La intención fue la de proponer una arquitectura guatemalense que fue abandonada rápidamente. Ese edificio posee valores plásticos únicos ya que algunos elementos son esculturas per sé. Más adelante trabajaría en las integraciones del Palacio Nacional, en la que hay trabajos relieves y, en las escalinatas y otros espacios, en bronce.  

Entre 1945 y 1954 comienza un ciclo que le permite, desde la Dirección General de Obras Públicas, ejecutar varias esculturas y relieves para escuelas y edificios públicos. También, durante el gobierno de Juan José Arévalo dirige la Escuela Nacional de Artes Plásticas de 1947 a 1954. Establecimiento, este último, que influiría temporalmente en su figuración que gira hacia la abstracción de las formas. Ocasionalmente enseña en la Universidad de San Carlos, Universidad Mariano Gálvez y la Universidad Popular.

Entre sus obras más conocidas de ese lapso se encuentra su serie de las Hermosas.

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Este quetzalteco, hijo del marmolista italiano Andrés Galeotti y la guatemalteca Concepción Torres, es considerado uno de los más importantes exponentes de la escultura nacional. Da sus primeros pasos artísticos a la par del nacimiento de los movimientos regionalistas y el surgimiento del art decó. Según un catálogo de 1975 la continua convivencia con canteros y albañiles lo condujeron decididamente al campo de las artes.   

En 1931, luego de graduarse como bachiller en el Instituto Nacional para Varones de Occidente, viajó a Carrara (Italia) para formarse en la talla del mármol, dibujo y modelación en la Escuela Libre de la Real Academia de Bellas Artes por tres años. Entre sus maestros destacan su padre y Güelfo Raffo, Augusto Pollina y Arturo Nelli; los últimos tres, activos en la ciudad de Carrara.  

Uno de los más importantes exponentes de la escultura del siglo XX.

A su regreso, en 1933, ejecutó varias cabezas tomadas de modelos indígenas.  A partir de 1935 realiza su primera obra pública: el Obelisco de la Victoria como homenaje al centenario del nacimiento de Justo Rufino Barrios. Es en esos años que toma interés en la pintura de caballete y en donde ya se ve con claridad su influencia decó.

Crea una serie de ascendente mitológico basada en las leyendas el Popol Vuh. Los lienzos no fueron comprendidos. Como acota David Vela, este fue el resultado de “la falta total de comentaristas de arte… hizo que Miguel Ángel Asturias declarara contundentemente: preferimos perder un mediocre pintor y ganar en cambio un escultor excelente”.  Por lo menos en esto último se puede estar de acuerdo con el Nobel.  

Entre sus integraciones más importantes reluce la decoración del Palacio Maya de San Marcos (1938-1940). La intención fue la de proponer una arquitectura guatemalense que fue abandonada rápidamente. Ese edificio posee valores plásticos únicos ya que algunos elementos son esculturas per sé. Más adelante trabajaría en las integraciones del Palacio Nacional, en la que hay trabajos relieves y, en las escalinatas y otros espacios, en bronce.  

Entre 1945 y 1954 comienza un ciclo que le permite, desde la Dirección General de Obras Públicas, ejecutar varias esculturas y relieves para escuelas y edificios públicos. También, durante el gobierno de Juan José Arévalo dirige la Escuela Nacional de Artes Plásticas de 1947 a 1954. Establecimiento, este último, que influiría temporalmente en su figuración que gira hacia la abstracción de las formas. Ocasionalmente enseña en la Universidad de San Carlos, Universidad Mariano Gálvez y la Universidad Popular.

Entre sus obras más conocidas de ese lapso se encuentra su serie de las Hermosas.

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