Luis E. Echarte
Profesor de ética médica y del Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea
Ha saltado a los medios de comunicación la noticia del primer trasplante de corazón de cerdo a un ser humano. Si se
consigue prolongar la vida del paciente, será una gran noticia para él y para todos los que integran las interminables listas de espera de receptores de órganos.
Pero detengámonos en asuntos más cercanos. No han pasado tres días de la intervención y ya encontramos voces que aprovechan este potencial hito de la ciencia para cuestionar, una vez más, la idea clásica de naturaleza humana.
Ven aquí otro ejemplo de cómo el término natural queda obsoleto, desplazado por una tecnología que parece llevarnos más allá de lo que nuestros ancestros hubieran reconocido jamás dentro de los límites de una supuesta humanidad. ¿Hombres con corazón de cerdo? ¿Por qué no? Hay quienes se atreven a soñar con más estimulantes quimeras. ¡Monos con cerebros humanos! No es invención.
En la Unión Europea existe una sólida normativa para prevenir tales riesgos.
La noticia lanzada hace un par de años sobre las investigaciones del equipo de Juan Carlos Izpisúa sirvieron a unos cuantos para construir imaginarios transhumanistas que, clamando contra vetustos prejuicios antropocéntricos, daban al Planeta de los Simios un mejor final.
Creo que se equivocan. Y mis razones no apelan al hombre sino al cerdo. Estos visionarios no se percatan de que este trasplante es ya, sin esperar más, un nuevo triunfo de la naturaleza. Los corazones artificiales más sofisticados que hemos creado, y llevamos tiempo diseñándolos (el primero fue trasplantado en 1969), no se acercan ni lo más mínimo a la exquisita arquitectónica y al milagro funcional que esconde un humilde corazón de cerdo. Estamos muy lejos de entender e imitar a la naturaleza.
Y mejor que no la superemos. ¿Mis razones? Las que sirven también para desvincularme de quienes tampoco han tardado horas en tachar el trasplante de corazón de cerdo de aberración sacrílega o acto contra natura.
Estos segundos olvidan que muchos de nuestros mayores ya tienen incorporados en sus cuerpos un sinfín de prótesis sintéticas: de cadera, auditivas, endovasculares… Es por humanidad, por nuestra naturaleza, por la que damos un buen uso a la tecnología. Para cuidarnos los unos a los otros. Y eso que casi todas estas prótesis están hechas de materiales mucho menos nobles y misteriosos que los que ofrecen organismos vivos tan maravillosos como el cerdo. Fuera prejuicios de unos y otros.
A mí lo que me preocupan son las zoonosis; es decir, que este tipo de trasplantes puedan facilitar que nuevas enfermedades infecciosas pasen del animal al humano. Compartirá conmigo que no son buenos tiempos para introducir más virus en las calles. Pero en lo que a la legislación se refiere, quédese tranquilo.
En la Unión Europea existe una sólida normativa para prevenir tales riesgos. Asunto distinto es que nuestros investigadores monten sus laboratorios fuera de nuestras fronteras para evitar lo que desgraciadamente algunos tan solo ven como engorrosa burocracia. Es a eso a lo que hay que tener miedo. Al hombre y no al cerdo.