Karlos Zurutuza
Agencia internacional de noticias
Inter Press Service (ips)ipsnoticias.net
“Cuando eres periodista en Baluchistán, son las agencias de seguridad las que tecontactan directamente: te llaman por teléfono, te abordan cuando cubres una rueda de prensa, o una protesta en la calle…”.
Así comienza el relato de Ahmad, un periodista baluche en el exilio que prefiere no dar ni su nombre completo ni su país de residencia para evitar represalias a su familia en su localidad de
origen.
“Una de las historias más sensibles es la de las desapariciones forzosas. A los ojos de las agencias, el simple hecho de hablar con sus familiares significa que trabajas contra el Estado”, subraya el baluche por videoconferencia.
Tan solo en 2022, Amnistía Internacional denunció más de 2 mil casos en Pakistán, un fenómeno que la organización humanitaria califica como “frecuente” en la provincia de Baluchistán.
¿Cómo conseguir que esa y otras historias de Baluchistán lleguen al resto del mundo?
Ahmad recuerda lo complicado que era cubrir noticias sobre Baluchistán, y también aquella llamada de teléfono mientras cubría la historia de un colega asesinado.
“Sabemos quién eres y quiénes son tus hermanos. También que tienes dos hijos, a qué colegio van… ¿Quieres que sigan con vida?”, le dijeron. Tras aquello, el baluche descubrió que le seguían. Pocos días después, fue atropellado cuando iba en moto a la redacción. Fueron las mismas amenazas que empujaron al exilio Kiyya Baloch, un reconocido periodista baluche con numerosas publicaciones en The Guardian, The Telegraph o la BBC.
“Aquella presión acabó afectando a mi familia. No podían quitarse de la cabeza que podía ser asesinado en cualquier momento”, explica vía telefónica, este reportero que prefiere no revelar sus coordenadas actuales.
“Las amenazas han llegado hasta aquí”, se disculpa, antes de apuntar a otras medidas de
coacción.
“El Gobierno también presiona a los medios para que no te contraten o seas despedido; te ahogan económicamente cortándote las alas como periodista hasta que, finalmente, acabas abandonando el país”, matiza Baloch.
Escuchar los canales de radio de la BBC y la Voz de América en casa desde muy niña fue lo que despertó la vocación de Zeynap. “Es un nombre al azar”, dice.
Habla desde la “zona cero”, y de una posición “mucho más frágil” que la de sus colegas hombres, por lo que pide no ser identificada.
“Compartimos con ellos el miedo a la vigilancia del Estado, pero luego están esas barreras culturales a las que solo nosotras nos enfrentamos”, explica la reportera. Un ejemplo, continúa, es la percepción que se tiene de las mujeres en esas protestas en las que los hombres son
mayoría.
“Quieres hacer tu trabajo, pero, al mismo tiempo, quieres respetar la cultura local así que acabas dependiendo de tus fuentes. Aunque estés cerca del lugar de los hechos, acabas llamando por teléfono a otros en vez de ir tú misma”, explica.
Zeynap apunta a temas “humanos” más allá de los puramente políticos. “¿Sabías que aquí más de la mitad de las niñas no van a la escuela? Pocos temas se me antojan más importantes que ese”, subraya.
¿Cómo conseguir que esa y otras historias de Baluchistán lleguen al resto del mundo?
La reportera recuerda el veto sobre las oenegés internacionales, y tampoco ve un cambio a corto plazo en las políticas del Gobierno de Islamabad hacia los periodistas. “La comunidad internacional y las organizaciones de derechos humanos tendrán que intervenir en algún momento”, dice la periodista. “No veo otra solución”, sentencia.