miércoles , 27 noviembre 2024
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Papi, ponme Casablanca (II)

Ana Sánchez de la Nieta
Revista Nuestro Tiempo

El crítico cuenta con gracia una experiencia común a todos los que hemos ido con un pequeño a una sala de cine: que pasados diez minutos (terminadas las palomitas) gire la cabeza y diga: “¿Nos vamos a jugar y seguimos mañana?”. Otro de los grandes temas al ver cine con los más pequeños es quién elige la película.

Ocaña aporta un consejo lleno de sentido común que sirve no solo para esto sino para casi cualquier cuestión, y no solo para los niños sino también para los adolescentes y los jóvenes: eligen ellos… de una selección que hacen los padres. Así, todos contentos. Los hijos, que han escogido la película, y los padres, que saben que lo que van a ver tiene una cierta calidad, es apropiado para su edad, etcétera.

Y, una vez elegida la peli, ¿la vemos juntos o no? Siempre que se pueda, sí. A veces puede ser costoso tragarse Canta por décima vez pero, para los más pequeños, vivir esta actividad con sus padres, tíos o profesores es casi un sueño. Y piensa que va a durar muy poco. Dentro de un par de años, tus hijos, sobrinos o alumnos serán adolescentes y se encerrarán en sus cuartos a mirar lo que quieran en un móvil.

Para los más pequeños, vivir esta actividad con sus padres, tíos o profesores es casi un sueño.

Pero, si tienes suerte y se han acostumbrado a sentarse a comentar las películas con adultos, a lo mejor (pasado el sarampión de la adolescencia) vuelven al salón a disfrutarlas contigo. Será un momento emocionante en el que agradecerás las horas de dibujos animados que compartiste en su infancia.

Decíamos que se empieza siempre con los dibujos animados pero ¿con qué seguimos? El crítico de El País propone un recorrido muy flexible que va de la animación a la aventura para pasar a la comedia y después al wéstern…, pero todo según el niño porque, más que unas etapas prefijadas, uno de los grandes hallazgos de este libro es encontrar esos títulos que pueden servir para dar pasos de comprensión cinematográfica. Y aquí se despliega la sabiduría de Ocaña para recuperar películas que desconocíamos o que vimos de niños y dormían en nuestro subconsciente.

Aparece, por ejemplo, La bruja novata (1971) como “banderín de enganche” entre la animación y el cine con personajes de carne y hueso o la reivindicación de El secreto de la pirámide (The Young Sherlock Holmes, 1985) como digno antecesor de Harry Potter. Y surge Big (1988) para hablar del amor y el sexo con niños, o Bambi (1942) y Up (2009) para mostrar la muerte, porque, una de las propuestas de esta guía es que las cintas son, o pueden ser, un valioso instrumento para comentar con los jóvenes, para abordar con ellos temas que, en el día a día, quizá no surgen con facilidad.

El cine no nos hace buenos o malos pero sí nos hace un poco más sabios o ignorantes. Por eso, enseñar a ver buen cine puede ser una magnífica asignatura para cursar en familia.

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