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Palmira, la perla del desierto sirio

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Palmira, reconquistada el domingo por las fuerzas prorrégimen, tras 20 días de ofensiva contra el grupo Estado Islámico (EI), tiene más de 2 mil años de antigüedad y está inscrita como patrimonio mundial de la Humanidad.

Antes del inicio del conflicto en Siria en 2011, más de 150 mil turistas visitaban cada año este oasis del desierto situado a 210 kilometros al noreste de Damasco, que alberga mil columnas, numerosas estatuas  y una magnífica necrópolis de 500 tumbas.

Ciudad antigua y próspera

Mencionada por primera vez en los archivos de Mari, en el segundo milenio a. C., según la Unesco, Palmira era un oasis para las caravanas entre el Golfo y el Mediterráneo y una etapa en la ruta de la seda.

La conquista romana, a partir del siglo I antes de Jesucristo, y durante cuatro siglos, dio un impulso formidable a Palmira (Ciudad de las palmeras), cuyo nombre oficial en Siria es Tadmor (ciudad de los dátiles).

Pasó a ser un punto de lujo y de exuberancia en pleno desierto gracias al comercio de especias y perfumes, de la seda y el marfil de oriente, de estatuas y al trabajo del cristal fenicio.

La edad de oro

En el año 129, el emperador romano Adriano hizo de ella una ciudad libre y le dio el nombre de Adriana Palmira. En esa época se construyeron los principales templos, como Bel, o el Ágora, al tiempo que Baalshamin se embellecía y ampliaba. La trinidad compuesta por la divinidad babilónica Bel, equivalente de Zeus, Yarhibol (el sol) y Aglibol (la luna) se veneraba allí antes de la llegada del cristianismo en el siglo II.

La reina Zenobia

En el siglo III, aprovechando las dificultades que vivía el imperio romano, la ciudad se erige en reino. Desafía a los persas y la bella Zenobia se proclama reina. En 270, Zenobia conquista toda Siria, parte de Egipto e incluso llega a Asia menor. Pero el emperador romano Aureliano retoma la ciudad, la reina Zenobia es conducida a Roma y la ciudad declina.

La prisión, símbolo de la represión del régimen

Durante el régimen de Hafez al Asad (1971-2000), padre del actual presidente Bashar al Asad, la prisión de Palmira se volvió tristemente célebre porque en ella murieron cientos de detenidos ejecutados o torturados.

Desde la toma de Palmira, el Estado Islámico  hizo estallar la prisión. La oposición siria en el exilio, hostil al régimen y al EI, lamentó la destrucción de este “símbolo del terror de Asad”.

Las destrucciones del EI

El 18 de agosto de 2015 el EI, que se había apoderado tres meses antes de la totalidad de Palmira, decapitó al hombre que dirigió durante medio siglo el Servicio de Antigüedades de la célebre ciudad, Jaled al Asaad, de 82 años.

Menos de una semana después, el EI, que considera idolatría las estatuas con formas humanas o animales, dinamitó dos de los más bellos templos de Palmira, Bel y Baalshamin. En septiembre, destruyó varias torres funerarias de la ciudadela, antes de convertir en polvo el célebre Arco del Triunfo.

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