COLUMNAS
Packaging de café tostado
Un buen producto con un buen packaging está destinado al éxito.
Cada vez que voy al supermercado encuentro nuevas marcas de café en los anaqueles. Me agrada ver que la mayoría son guatemaltecas aún, y esto me ha hecho reflexionar sobre la gran oferta de café para venta al detalle que se está generando también fuera de estos pasillos.
Frecuentemente escucho que productores de café están buscando incrementar sus ingresos llegando más lejos en la cadena de valor, incluso ofreciendo el grano tostado y molido para que el consumidor pueda degustarlo en su hogar.
Sin embargo, he notado que muchos utilizan empaques técnicamente inapropiados y visualmente débiles, situación que deteriora fácilmente la calidad del producto y puede crear la idea de que el contenido no alcanza un alto estándar.
Los principales errores observados son la selección de empaques de bajo costo que no conservan las propiedades del café; la saturación de elementos visuales e informativos en las etiquetas, haciendo difícil la comprensión de los mensajes clave para los consumidores; y la selección de colores que no son naturalmente atractivos.
Investigaciones recientes han demostrado que las personas, en general, obtienen 83 por ciento del aprendizaje por medio de la vista. Es por ello que un buen uso de la comunicación visual puede concretar, en términos económicos, la decisión de compra de un consumidor. Por tanto, si se desea generar ventas, pensar en la manera en la que se identificará el producto, debe considerarse un tema imprescindible.
El empaque tiene la función operativa de proteger y conservar el producto para llevarlo en perfectas condiciones hasta el consumidor, pero tiene también la función comunicacional de atraer la atención del posible comprador y brindarle la información necesaria acerca de los atributos tangibles e intangibles del contenido.
Teniendo en cuenta el importante rol del envase, en las últimas décadas se ha desarrollado una rama identificada con el término anglosajón packaging, que, según el autor Raimundo Fernández, “es el conjunto de elementos visuales que permite presentar el producto al posible comprador bajo un aspecto lo más atractivo posible, transmitiendo valores de marca y su posicionamiento dentro de un mercado”.
Un buen packaging para un producto de mala calidad facilitará la venta la primera vez, pero luego fracasará.
Un buen producto con un mal packaging tardará en ser descubierto, pero cuando se le identifica genera fidelidad en el consumidor, a pesar de esta barrera. Un buen producto con un buen packaging está destinado al éxito.
El packaging es el vendedor por excelencia, pues llama la atención del posible consumidor, le informa respecto de las cualidades del producto y le da a conocer su valor agregado sobre la competencia. Por ello, es importante darle la seriedad que merece el diseño.
Si usted está pensando entrar en el negocio de café tostado, no dude en asesorarse para seleccionar un empaque apropiado y no olvide darle personalidad a su producto, a través de una marca y un buen diseño.
COLUMNAS
Libros amigos (I)
Joseluís González
profesor y escritor
@dosvecescuento
Leer libros que acaba de publicar gente cercana, alguien a quien nos vinculan los dones de la amistad, hace mayor el afecto. Y multiplica, como una imprenta, el tesoro de la admiración.
Dirigido a uno de sus pocos amigos, al erudito y además singular ser don José González de Salas, Quevedo (1580-1645) compuso a los cincuenta y tantos años ese soneto de ecos senequistas que empieza “Retirado en la paz de estos desiertos”, de estas soledades. Se refería a la tranquilidad, quizá tampoco tanta, por los pleitos en que se enzarzó don Francisco, saboreada en una localidad entre la Mancha y Sierra Morena, Torre de Juan Abad, de la que él era señor, un título heredado.
El soneto ensalza con acierto el valor de la lectura y la capacidad de revelación que se hospeda en los libros clásicos. El acto prodigioso de leer, entendido como una conversación, una de las ocupaciones más verdaderamente humanas que hemos recibido.
El acto prodigioso de leer, entendido como una conversación, una de las ocupaciones más verdaderamente humanas que hemos recibido.
Voy a referirme a libros recientes de tres personas amigas que, afortunadamente, siguen en este mundo apasionante y que podrán publicar aún más obras.
Es fácil que la camaradería y la fascinación me nublen parte de la capacidad crítica, si es que me queda. Quienes admiramos el estilo y la conducta de Clarín (1852-1901) estamos prevenidos, gracias a él, ante esa plaga ruidosa de la “sociedad de bombos mutuos”. La superficialidad y el incienso dulzón de las alabanzas aturden.
De mis amigos, procuro que de todas las personas, prefiero ver en primer lugar lo positivo, la imagen que derrite los defectos. Aquí no reseño sesudamente novedades, aquí animo a leer.
Una galería de testimonios sobre amores y decepciones y más que nada felicidad y cortesía. Y un ensayo que es un encuentro fogoso: como vivir relacionando y relacionándose, cavilando, con salero y pasión, con ángel. También un libro de poemas con temperatura narrativa y humor sincero que ha necesitado veintibastantes años de biografía. Va por ustedes.
Continuará…
COLUMNAS
Peregrinación del Naufragio de Pedro Gobeo (IV)
Teo Peñarroja
Revista Nuestro Tiempo
No existe ninguna referencia moderna a esta obra en ninguna parte porque todos los ejemplares se perdieron en la noche de la historia. Se conoce que hubo un ejemplar en la Biblioteca Nacional de México en 1898, pero anda en paradero ignoto.
En 1950, un librero barcelonés vendió el último ejemplar del que hay constancia documental a un particular y, más de setenta años después, no se sabe nada de ese último libro. Hasta 2004. Había un hombre en la Universidad de Jaén, Raúl Manchón, experto latinista, que había dedicado varios años a la búsqueda de ese libro extremadamente raro.
Después de rebuscar en las bibliotecas de medio mundo halló el único ejemplar conocido en la Universidad de Mannheim. Este unicum es un ejemplar de la primera edición española de 1610 al que le faltan las últimas dieciséis páginas, que se arrancaron en algún momento de sus más de cuatro siglos de vida.
Tanto el naufragio de Pedro Gobeo como el de su libro constituyen dos tramas inverosímiles.
Ese mismo año, 2004, Miguel Zugasti estudiaba a otro viajero del Siglo de Oro, Pedro Ordóñez de Ceballos, y Manchón y él intercambiaron correos electrónicos con noticias e información inédita sobre sus respectivos campos de estudio. Esa clase de amistades que propicia la vida académica, tal y como consigna Zugasti en una entrevista. Su relación profesional se alargó casi dos décadas y era ya un hecho consolidado cuando llegó la pandemia.
Por aquel entonces, Manchón constató con cierto desasosiego que su hallazgo, como sucede con más frecuencia de la que nos gusta pensar, no encontraba quien lo estudiara. Después de pensarlo durante una semana, el tema requería meses de trabajo casi exclusivo, Zugasti decidió recoger el guante de Manchón y hacerse cargo de la reedición contemporánea del libro de Pedro Gobeo. Primero preparó una edición filológica y académica.
Tanto el naufragio de Pedro Gobeo como el de su libro constituyen dos tramas inverosímiles y sin embargo verdaderas. El resultado, publicado en mayo de 2023 con prólogo de Luis Gorrochategui, es un apasionante libro de aventuras del todo actual, una de esas rarísimas ocasiones en las que un lector moderno puede asistir a la reedición de un texto que llevaba cuatrocientos años fuera de circulación y que, sin embargo, nos habla todavía hoy, de un modo brutalmente sincero, de la condición humana. Queda ahora un interrogante abierto: dónde están las dieciséis páginas que faltan al final del libro.
La obra moderna sí tiene final, traducido de una de esas versiones alemanas, pero mucho más corto que el original. El profesor Zugasti confía en que la publicación de Naufragio y peregrinación y la repercusión mediática del hallazgo espoleen la investigación de otros colegas hasta que la historia de la literatura pueda averiguar cómo termina esta narración épica.
COLUMNAS
El manual de Carreño
SELVIN CARPIO
En segundo grado de la educación primaria en Guatemala, allá por los años ochenta, los estudiantes llevábamos una materia que se llamaba Moral y Urbanidad.
Se impartía tanto en las escuelas primarias nacionales como en los colegios privados; se nos enseñaba desde el aseo e higiene personal, hasta cómo debíamos comportarnos con nuestra familia, maestros, amigos y las personas en general. Se nos enseñó a saludar, a decir buenos días y todo lo relacionado a los buenos modales.
Buenos modales que los extranjeros que visitan nuestro país resaltan que es la principal característica que identifican a los guatemaltecos, esa cortesía que, según ellos, no la encuentran en ninguna otra parte del mundo.
Mucho de la fama de “educados” que tenemos los guatemaltecos, tuvo que ver el hecho que entre uno de los aciertos de la educación pública a mediados del siglo XX, en el llamado entonces “listado de materias” del pénsum de educación primaria, se introdujera una materia en la cual se enseñara la Urbanidad. Como en todos los países de Hispanoamérica, uno de los libros del cual se tomaron ideas, reglas, directrices o consejos para dicha materia, fue el llamado Manual de Carreño.
”El manual establece reglas y consejos sobre cómo comportarse, cuáles eran los deberes
morales…“.
El Manual de Urbanidad y Buenas Maneras, para uso de la juventud de ambos sexos de Manuel Antonio Carreño, fue un libro que tuvo mucho éxito en toda Latinoamérica y también en España durante el siglo XIX y su uso se prolongó hasta mediados del siglo XX. El manual establece reglas y consejos sobre cómo comportarse, cuáles eran los deberes morales, los deberes para con nosotros mismos y con
nuestros semejantes.
Carreño fue un diplomático venezolano nacido en 1812, aunque educado en España, lo cual le sirvió más tarde en su carrera de político y escritor. Su manual se dedica a preparar y formar a cada persona para su vida, resalta los valores de cada individuo, elevándolos al plano de la dignidad, el decoro y buena educación, los cuales deben caracterizar a cada ciudadano respetuoso de su familia y de su patria. Para él, la Urbanidad es el conjunto de reglas que tenemos que observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras, y para manifestar a los demás la benevolencia, atención y respeto que le son debidos.
Un ejemplo de la dedicación y preparación con que elaboró los temas de su manual, lo vemos reflejado en el capítulo segundo, el cual se refiere al aseo de la persona y específicamente al aseo de la vestimenta que portamos, en el cual expone lo siguiente: “La limpieza en los vestidos no es la única condición que nos impone el aseo, es necesario que cuidemos además de no llevarlos rotos ni arrugados, el vestido arrugado puede usarse dentro de la casa, cuando se conserva limpio y no estamos de recibo, más el vestido roto no es admisible ni aún en medio de las personas con quienes
convivimos”.
Esto era porque se suponía entonces que esa aspiración de civilización se concretaba en el perfeccionamiento de las instituciones políticas; por lo tanto, también debía concretarse con las maneras y en los usos propios, y esa concatenación era la civilización. Aunque para muchos es un libro pasado de moda y desactualizado al mundo contemporáneo, el Manual no pasa desapercibido, teniendo en cuenta que por más de un siglo guio a muchas personas por una conducta de decoro y de bien, libre de ello, su lectura siempre resulta interesante.
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